Millones de dólares arrojados al mar

La reciente persecución del buque pesquero de bandera china Hua Li 8 por parte del guardacostas Prefecto García durante cuatro días, si bien terminó con la huida de la nave pirata, a partir de la espectacularidad de las imágenes concitó la atención de los medios de comunicación nacionales y, por ende, de la opinión pública en general. La ocasión resulta propicia para alertar a usted, amigo lector, y a la población en general, sobre la importancia que para la economía nacional tiene nuestro vasto litoral marítimo y fluvial y sus actividades conexas.

Con reconocimiento internacional, la superficie acuática, que llega hasta las 12 millas marinas (22,2 km) contadas a partir de la línea costera de más bajas mareas, se considera mar territorial. En esa porción de océano nuestro país ejerce soberanía plena, como en cualquier calle, ruta o montaña del territorio terrestre. Las 12 millas siguientes se denominan zona contigua, y si bien la soberanía ya no es total, todas las facultades de registro, control policial y judicial siguen en jurisdicción nacional. Finalmente, la zona económica exclusiva (ZEE) se prolonga hasta 200 millas mar adentro; en esa zona la navegación es totalmente libre para el tráfico marítimo mundial, pero el país se reserva en forma exclusiva la explotación de los recursos animales y minerales existentes en su superficie, el lecho y el subsuelo marino. Continuar leyendo

El sueño de la generala propia

Al solo efecto de abstraerlo por un rato, querido amigo lector, de los avatares de la política, la inseguridad y la maltrecha economía nacional y popular, lo he de entretener durante unos pocos minutos con una bonita historia que no ha de cambiar su vida ni la mía, pero que pinta de cuerpo entero la racionalidad que impera en los máximos niveles de la conducción nacional.

Una de las tantas luchas que nuestra jefa de Estado ha comandado desde su llegada al trono (perdón, quise decir al poder) es la causa de la igualdad de género. En cada acto público o privado, la mandataria se ocupa de dejar bien en claro (y con razón) lo mucho que le ha costado al género femenino ir escalando en todos los órdenes para afianzar sus derechos. La tarea no les ha sido fácil, pero nadie con dos dedos de frente podrá hoy sostener que deberían existir diferencias de género en cuestiones laborales, sociales, familiares o la que se nos ocurra. Continuar leyendo

Mar de fondo

Tal vez por alguna extraña alineación planetaria, los últimos días han tenido a las distintas ramas de la actividad marítima del país como protagonistas de situaciones de lo más variadas. La catástrofe ambiental que mantiene en llamas a miles de hectáreas de bosques y la tragedia marina acaecida la semana anterior frente a las costas de Villa Gesell han movilizado a hombres y medios de nuestra Prefectura Naval, Marina Mercante y Armada para distintas tareas de socorro que exaltan una vez más lo mejor de nuestras distintas vertientes de hombres y mujeres de mar

Por otra parte y en otro plano, la política; el relato y el modelo se ocuparon casi simultáneamente de obligar a propios y extraños a anteponer el mal uso que se le da a recursos materiales y humanos; los que una y otra vez se ven envueltos en actividades que los alejan de su vocación y de sus aptitudes profesionales. Continuar leyendo

La mano y el codo

Por pocos años “zafé” de aquella costumbre de antaño en virtud de la cual los zurdos eran obligados a tomar la pluma con la mano derecha; de esa manera se pretendía “corregir” esa suerte de “discapacidad”  que hace algunas décadas significaba el hacer todo con la mano izquierda. Al margen de lo ridículo que esto pueda verse en pleno siglo XXI, lo que sí es cierto es que nuestro codo invariablemente “pisa” cada palabra que nuestra mano escribe segundos después de haberlo hecho.

Al parecer en materia política y paradójicamente en gobiernos autoproclamados al menos para la foto;  progresistas y cuasi de izquierda, el problema de borronear con el codo lo escrito con la mano es materia más que corriente.  Por citar algunos ejemplos: militares fuera de la seguridad interior, pero un coronel al frente de las fuerzas policiales. Derechos Humanos, juicio y castigo versus Milani al frente del Ejército. Severa restricción a la compra de vehículos importados para particulares, pero flota de autos presidenciales compuesta por móviles de altísima gama que hablan alemán. Salud pública para todos. Pero clínicas privadas para la Jefa y su familia. Etcétera, etcétera. Continuar leyendo

Contradiciendo a Belgrano

“Una Nación que deja hacer por otra una navegación que puede realizar por sí misma, compromete su futuro y el bienestar de su pueblo”. La frase precedente, fue escrita por el Secretario del Real Consulado de Buenos Aires, el Dr. Manuel Belgrano. La misma representa el fundamento ideológico que el prócer favorito de la Presidente usó como base para inaugurar -un 25 de noviembre de 1799- la Escuela de ciencias matemáticas y náuticas. Con razón sostenía Don Manuel que era necesario dotar a estas tierras de pilotos y marinos para tripular naves que afiancen el transporte del comercio exterior de la región. La escuela de náutica por el creada habría un futuro promisorio destinado a “jóvenes animosos y capaces que quisieran aprender una profesión honrosa y lucrativa”.

La historia de la patria, rica en grandezas y miserias de gobernantes y gobernados, asestaría varios golpes certeros a este emprendimiento ideado por Belgrano; su escuela y el consecuente desarrollo de una marina mercante de bandera nacional que sirva de sostén logístico al comercio exterior sufriría distintas clausuras y reaperturas;  produciéndose recién en 1895 la reapertura definitiva de la misma. En nuestros días se la conoce como Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano” y su decadencia guarda estrecha relación con la situación de la Marina Mercante Nacional y porque no de la patria misma…

Seguramente habrá reparado, querido amigo lector, en una columna publicada en este portal hace pocos días atrás, en la que el ex vicecanciller Roberto García Moritán aludía a la necesidad que tiene nuestro país de contar con una política naviera.

Al margen de lo acertado o no  de la nota, resulta gratificante ver que una personalidad de la talla de García Moritan se ocupe de un tema sobre el que la clase política en general demuestra un desconocimiento supino; solo abren asombrados los ojos cuando algún especialista en la materia les cuenta que entre lo que pagamos por fletes de importación y dejamos de cobrar por fletes de exportación, las flacas arcas del BCRA tienen al año unos cinco mil millones de dólares menos.

Si bien supimos tener una flota mercante de cierta importancia a nivel regional, la misma se componía en gran parte de flotas estatales (ELMA e YPF) y de un interesante elenco de empresas navieras privadas de bandera argentina que aseguraban la presencia del pabellón argentino en casi todos los puertos del mundo.  La desregulación y privatización de los 90, el cambio de paradigma en materia de transporte internacional por agua, la desaparición de las líneas regulares de transporte marítimo, de las conferencias de fletes y algunas otras cuestiones hicieron que de aquella marina mercante solo queden imágenes en la mente de la gente de mar y en algunas maquetas navales distribuidas en diferentes despachos oficiales cuando finalmente cayó el telón.

Las privatizaciones de Menem y Cavallo tuvieron un capítulo especial para esta actividad. Mientras que las empresas de Electricidad, Agua, Gas, Teléfonos y otras fueron vendidas pero siguieron funcionando, las empresas navieras estatales fueron desguazadas; las naves, vendidas; el personal, despedido y sus edificios poco menos que demolidos o transformados en otra cosa.

Luego llegó la refundación de la patria. El modelo y el relato y con ellos la promesa de nuevos vientos de cola para la marina mercante nacional -y si hay algo en lo que el viento de cola es útil es precisamente en la navegación.

Una de las primeras cosas que hizo el ex presidente Kirchner fue firmar un acuerdo con Hugo Chávez para construir cuatro buques petroleros. Esto marcaría un renovado impulso para la industria naval nacional. Por ahora, y a 12 años de aquel solemne momento, no hemos terminado ni el primero y como es de suponer, difícilmente se lleguen a hacer los otros tres.  Asimismo, la promulgación del decreto 1010/04 prometía la panacea naval, haciendo que mágicamente las popas de los buques vuelvan a ver flamear la bandera de la patria con todo lo que ello implicaba.

El mundo,  la realidad o las cuentas (como usted prefiera) demostraron que hacía falta algo más que un emotivo acto en el salón blanco (todavía lo usaban por aquellos días) para que aquel pedazo de papel cumpliera su cometido.  No podemos negar una tibia (muy tibia) recuperación de la actividad, pero nos sobran los dedos de las manos para contabilizar las naves de nuestra marina mercante (no cuento los botes a remo de los lagos de Palermo ni las lanchas del Tigre; cosa que sí  parecen hacer algunos informes oficiales.

Para no seguir abrumándolo con historia antigua, amigo lector,  déjeme simplemente contarle que hoy 25 de noviembre se “celebra” en todo el país el día de la marina mercante argentina. El festejo esta empañado por la muerte de un joven oficial de la marina mercante ocurrida a bordo de un buque surto  en el taller naval del ministerio de Defensa (TANDANOR) y sobre la que curiosamente las autoridades no han informado nada aún.

Ha visto, querido amigo lector, hoy volví a las fuentes. A los barcos, a contarle algo de una actividad que, además de ser un importante negocio, es un factor fundamental de la geopolítica y la estrategia nacional. Uno de los brazos del poder naval de la Nación. No hay fuerza naval militar que pueda operar en tiempo de guerra si no tiene el sostén logístico de una flota mercante que transporte los víveres, los tanques, el combustible y hasta el personal militar.  Malvinas lo demostró: la marina mercante aportó 30 buques, 700 hombres y mujeres con 16 muertos en combate.

215 años después, funcionarios de civil y de uniforme formarán hoy frente a la tumba del general Manuel Belgrano para decir como cada año con voz firme y cara de circunstancia “¡Aquí estamos!”. Don Manuel, seguramente viendo lo poco que hacen para cumplir su sueños,  desde el más allá les preguntará: “¿Y para qué vinieron?

Feliz día a todos los hombres y mujeres que día a día intentan seguir construyendo la patria en cada rincón de nuestro mar y nuestros ríos.

Animales de costumbre

Estimado amigo lector, ¿se dio cuenta de que el segundo procesamiento del Vicepresidente tuvo menos “glamour” que el primero? No tuvimos una emisión en cuasi cadena nacional para anunciarlo. Y si bien los distintos medios le dieron un lugar destacado en sus ediciones, la noticia fue más bien como la consumación de algo esperado por todos; para cuando lleguen el tercero y cuarto procesamientos la noticia tal vez aparezca en sociales o en la sección “servicios” de los principales medios.

Es que aquella vieja premisa de que “el hombre es un animal de costumbre” se aplica en forma inexorable a casi todos los campos de las relaciones humanas. La perra “Laika” asombró al mundo allá por noviembre de 1957 cuando orbitó la tierra como única tripulante de la nave soviética Sputnik; hoy asumimos como normal  que nos saquen fotos carnet desde la estratósfera y a nadie emociona que los humanos anden husmando por las callecitas del cosmos.

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Héroes olvidados y piratas destacados

Una vez más,  la mística del modelo nacional y popular acaparó en forma compulsiva las pantallas de TV de los hogares argentinos, cadena nacional mediante. En esta ocasión, un público heterogéneo compuesto por empleados públicos especialmente convocados, Madres de Plaza de Mayo, militantes de La Cámpora, entidades afines y -para que el rejunte sea completo- complacientes altos mandos militares con rostros sonrientes (sin quedar claro si por placer o por temor a una agresión inminente).

En esta ocasión, la cita obedeció a la inauguración del Museo de las Islas Malvinas, un coqueto sector de la ex ESMA en el que se ha invertido una considerable cantidad de dinero de todos y todas, no para exponer acerca de la guerra de 1982, sino más bien para reflejar la historia de las islas, su geografía, fauna y flora y alguna que otra miscelánea bélica.

Obviamente el propósito final del emprendimiento es contribuir a afianzar desde lo audiovisual el relato nacional y popular, pero deberemos reconocerle al escenógrafo del modelo que, una vez más, ha sacado agua del desierto, haciendo algo que a nadie se le había ocurrido hacer antes.

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El legado de Brown

En noviembre de 1999 fue el momento de la Marina Mercante. En junio de 2010 le correspondió a la Prefectura Naval Argentina. Mañana, 17 de mayo, será el turno de la Armada Argentina para “soplar” sus 200 velitas al alcanzar el segundo centenario de vida institucional. No voy a abrumarlo, amigo lector, con un compendio de historia naval. Basta con recordar que la fecha corresponde al triunfo de la incipiente escuadra de Guillermo Brown sobre la flota realista en el combate naval conocido como “Batalla de Montevideo” acaecido el 17 de mayo de 1814

Personaje curioso de la historia resultó ser este irlandés con espíritu aventurero, emigrado muy joven a los Estados Unidos. Se formó navegando varios años como marino mercante , prisionero luego de la flota inglesa y convertido en forzado tripulante bajo su pabellón. Arribado posteriormente al Rio de la Plata, pretendió seguir con su profesión de marino y comerciante, aunque los avatares de la independencia local lo llevarían a convertirse nada menos que en el padre de lo que hoy conocemos como Armada Argentina y en su primer almirante.

Algo mágico deben tener estas tierras para que muchos extranjeros hubieran arriesgado sus vidas para defenderlas. Si bien fue Brown el más destacado, muchos años después decenas de marinos mercantes italianos y españoles participaron de la gesta de Malvinas a bordo de los buques comerciales que apoyaron las operaciones navales. Muy justamente la propia armada cada año recuerda este hecho que ocasionó la muerte de 16 marinos civiles en mayo de 1982.

Intentar rendir homenaje a una institución de la patria puede resultar para el caso de una fuerza armada un tanto complejo, particularmente para nuestra marina militar. Podría ser muy controvertido si no se lo hace considerando que sus 200 años de historia no pueden estudiarse en forma aislada del resto de la evolución nacional. De la misma forma que otras instituciones o grupos sociales, la fuerza muchas veces fue protagonista de páginas negras de la historia, pero también -y desde su nacimiento- ha encabezado o participado en acontecimientos de importancia superlativa para el conjunto de los habitantes de la patria

Y así como el cine se ocupó de hacer famosa la poco feliz actuación de la oficialidad de “La Rosales” durante su naufragio, poco se sabe sobre el heroico rescate antártico protagonizado en 1903 por la corbeta Uruguay al mando de quien luego fuera el Almirante Irizar, hecho en el que se salva en su totalidad a la tripulación de un buque expedicionario sueco varado en las heladas aguas polares. Una y otra vez recordamos los tristes sucesos ocurridos en la ESMA en los 70 , pero casi nada conocemos sobre los marinos que la idearon como centro de formación de miles y miles de jóvenes que egresaron de sus aulas durante más de 60 años. La locura de la guerra de Malvinas y la condena a los jerarcas militares que la llevaron adelante poco tiene que ver con el valor puesto de manifiesto por oficiales, suboficiales y soldados en las jornadas del conflicto. Sin lugar a dudas el máximo ejemplo de entrega en el cumplimiento del deber lo constituye el Capitán de Fragata Post Mortem, Pedro Giachino, quien cumplió su misión preservando la vida de sus hombres y la del enemigo, tal como se le había ordenado.

En cada acto, de cada día, de cada destino o de cada buque, se han de haber sucedido, sin solución de continuidad en estos dos siglos, los más maravillosos actos de entrega y grandeza, y seguramente también algunos que habrán puesto de manifiesto lo peor de la condición humana. El mar es muy proclive a sacar a relucir, a tan solo un par de días de alejarnos de la costa, lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.

Seguramente mañana, frente a la tropa formada y las naves especialmente traídas al puerto de Buenos Aires para la ocasión, el ministro de Defensa mechará en algún punto el ya tradicional reproche a los militares de hoy por lo que hicieron sus camaradas de ayer y realizará las acostumbradas promesas relativas a mejoras presupuestarias y de equipamiento, al tiempo que exhortará a los hombres y mujeres de la fuerza a la tantas veces declamada e intangible integración cívico-militar. Será una vez más una simplificación conceptual que dejará de lado a buena parte de la historia naval del país. Y aunque sería maravilloso que mi pronóstico falle, ocurre que la democracia argentina (incluyendo a todos los gobiernos desde 1983 a la fecha) aún no ha sabido exactamente como separar el rol de las Fuerzas Armadas dentro del proyecto nacional respecto del accionar de los hombres que las condujeron en algunos momentos de la historia argentina.

Ahora mismo, el poder político se ufana de estar trabajando para unir a la sociedad civil con la militar. Craso error de concepto: no hay dos sociedades en la patria, hay una sola que incluye a médicos, obreros, maestros, ingenieros, bomberos, militares y a todos los hombres que quieran habitar el suelo argentino. Tal como reza el preámbulo de nuestra Constitución. Todo conflicto o enfrentamiento pasado o presente por el que hubiéramos transitado, jamás nos ha de servir como un multiplicador social. No se han de nacer nuevas sociedades a partir de una crisis; por el contrario siempre será la crisis un divisor de la única sociedad que tenemos, este concepto es algo que nuestra actual conducción política inexplicablemente no ha llegado a comprender empeñándose cada día en dividirnos más y más

Días pasados , recibí un casi “paternal” regaño por haber expresado en alguna columna anterior (palabras más palabras menos) que los buques de la armada no están en condiciones de operar. Es muy lógico inferir que escribir una columna de opinión resulte infinitamente más fácil que manejar una institución con miles de hombres y mujeres, y decenas de bienes materiales terrestres, aéreos y navales, pero no es menos lógico intentar desde un lugar como este, estimular -aunque sea a través del enojo- a nuestros funcionarios políticos para que presten la debida atención a una cuestión tan delicada como lo es la defensa nacional.

Todos anhelamos no ver más en nuestros ríos a buques militares con más de 70 años de servicio ni tampoco a destructores transformados en buques secundarios de apoyo logístico, por falta de repuestos para mantenerlos como navíos de combate. Al mismo tiempo no se puede menos que rendir homenaje a quienes día tras día hacen mucho con casi nada y tratan de mantener operativa a la mayor cantidad de unidades posible. Pero debe el país necesariamente plantearse de manera urgente, seria y profesional, el futuro mediato de sus instalaciones y medios militares operacionales para que temerarios atrevimientos editoriales como el mío de hace pocos días atrás no se transformen en verdades absolutas e irrefutables en un futuro cercano

Como siempre, muchos lectores fijarán posición en torno a esta columna y, como suele ocurrir, saldrán a la luz las más variadas posiciones. Todas las opiniones son respetables y dignas de atención, pero sería bueno que al reflexionar sobre este tema, tengamos en cuenta que la Armada no es propiedad de los almirantes que circunstancialmente la conducen, de la misma manera que el Congreso no se les entregó con beneficio de inventario a nuestros representantes legislativos y mucho menos -Dios quiera que lo entiendan- la Nación no ha sido escriturada a nombre del gobierno de turno y muchísimo menos aún a la familia presidencial y su séquito de empresarios aliados. Tenemos el derecho y la obligación de sentirnos dueños de todo aquello que es patrimonio nacional y que en su conjunto reafirma ese concepto que algún que otro perverso quiere que no tengamos en cuenta. Somos una única sociedad aunque se esmeren en querernos dividir para poder doblegarnos mejor.

A todos los colegas de la Armada Argentina, feliz cumpleaños y un muy muy especial “ Bravo Zulú”.

Si hubiera caído en el Atlántico Sur…

Como tantas otras veces, la catástrofe del avión de Malaysia Airlines se adueñó de las primeras planas de diarios y revistas, del aire de nuestras radios y de cientos de minutos de éter televisivo; fueron protagonizados por expertos marinos, pilotos civiles, de las fuerzas de seguridad y hasta oportunos vendedores de simuladores navales para intentar explicar al público espectador cómo se busca un avión siniestrado en la inmensidad del mar.

Tal como ha ocurrido en las últimas situaciones que han tenido al mar como protagonista -desde el último tsunami hasta la tragedia del Costa Concordia, pasando por el embargo de la Fragata Libertad-, el periodismo se lanza sobre distintos actores  principales o secundarios de la actividad naval vernácula, para intentar llevar a sus lectores, televidentes u oyentes, precisiones lo más aproximadas a la realidad de cada momento.  Descubren al mismo tiempo que, en algunos casos, la primera dificultad es qué preguntarle a quien se ha prestado al requerimiento periodístico ya que la cuestión marina es infinitamente más desconocida que cualquier actividad terrestre o incluso aérea.

En esta oportunidad , una vez que tomaron vida las versiones sobre el  descubrimiento de posibles restos náufragos en el poco apacible océano Indico, comenzó un largo raid de interrogatorios mediáticos del tipo:  ¿cómo se busca un avión en alta mar?, ¿qué es un caso “SAR”? ( siglas de la versión inglesa de la frase, “Salvamento y Rescate”), ¿puede un buque mercante ser apto para un rescate de este tipo? E incluso alguna risueña cuestión sobre si habría algún problema en enviar un buzo a 4000 mts de profundidad…..

Y cada uno de los entrevistados, invariablemente trata de hacer comprender con mayor o menor habilidad didáctica, las elementales pero desconocidas realidades de la actividad marítima y naval, los límites a la tarea, los protocolos que rigen la asistencia en alta mar y hasta con infinita paciencia lo que le pasaría a un ser humano si llegara a sumergirse en la profundidad marina más allá de algunas decenas de metros.

Hoy – con mucho sentido común- un camarada me hizo reflexionar sobre la única pregunta que ningún periodista realizó. Me atrevo a acotar; la única pregunta que afortunadamente ningún periodista realizó y que no obstante es más que obvia:  ¿qué hubiera pasado si la infortunada aeronave hubiera caído en el océano Atlántico Sudoccidental; porción de mar bajo control y responsabilidad de nuestro país a la hora de organizar y poner en práctica un protocolo de Salvamento y Rescate conforme a lo dispuesto por el organismo pertinente de las Naciones Unidas a partir de 1979?

La respuesta (o parte de ella al menos) nos debería llenar de orgullo como argentinos. Cientos de hombres y mujeres de nuestras Armada, Prefectura Naval y Marina Mercante, estarían dispuestos a poner todo su talento y profesionalismo para cumplir cada uno desde su rol específico con la sublime misión de proceder en salvaguarda de la vida humana en el mar.  La segunda parte de la respuesta prefiero decirla en voz bajita para que el mundo no se entere. Todos esos brillantes profesionales tropezarían desde el primer instante contra la cada vez más alarmante falta de medios técnicos para cumplir con su labor. Buques no aprestados para una rápida zarpada, elementos de localización obsoletos o inoperables, aviones vetustos y faltos de mantenimiento, lanchas rápidas de patrulla que hace años se prometen y que no han pasado del tablero de dibujo de quien las diseñó, una marina mercante destruida que ya no cuenta con buques de pabellón propio a los que echar mano sin necesidad de mendigarlos a alguna autoridad consular extranjera, y toda la larga lista de impedimentos que prefiero no agregar para que luego no se diga que lo mío es pura oposición.

Pero la intención de esta reflexión, es en parte responder a algunos amigos lectores o amigos personales, que muchas veces me preguntan  para qué quiere nuestro país tener por ejemplo una Armada moderna, bien equipada, con gente entrenada y buques que funcionen de verdad. Una de las respuestas se obtiene simplemente mirando un mapamundi e indagando un poco sobre cuál es la responsabilidad de nuestro país sobre unos cuantos millones de metros cuadrados de océano en los que el mundo confía que, de ocurrir algún percance, allí estaremos. ¿Estaremos?

El orgullo profesional de más de un camarada se va a sentir herido al leer esta afirmación, precisamente porque es ese orgullo el que suple con creces las elementales carencias de la Patria en la materia, siempre postergadas por otras no más importantes pero tal vez más urgentes cuestiones terrestres (que no son lo mismo que las urgencias terrenales de algunos dirigentes).

La reflexión viene a coincidir con días especialmente dolorosos para la Patria;  la mayoría de nuestra juventud aún no ha iniciado las clases, tal vez muchos de esos jóvenes al deambular sin horarios que cumplir por las calles, sean presa fácil del flagelo de la droga la que al parecer se ha adueñado de las principales ciudades del país; o pueden también transformarse en víctimas o instrumentos de la creciente ola delictiva que no respeta ni edad, ni sexo ni condición social.

Podría ocurrir también que queden atrapados en los cientos de conflictos sociales que conforman ya nuestro paisaje cotidiano y hasta tal vez de la simple furia ciudadana que día tras día nos hace más difícil la simple convivencia vecinal.

Uno debería pensar que nuestras máximas autoridades están al tanto de estas cuestiones, y que con un criterio propio de los grandes estadistas, se deban abocar a los conflictos docentes y sociales antes que a la problemática naval; el cálculo probabilístico indica que hay más posibilidades que ante una lluvia se nos inunde un barrio carenciado a que un avión caiga en nuestro mar.

Pero cuando uno ve que por cadena nacional se nos arenga con orgullo sobre nuestra condición de inventores mundiales del alfajor de tres capas, y se nos exhorta a comer con avidez las galletitas que nos regala en cada vuelo la aerolínea estatal económicamente más perdedora del mundo; necesariamente hay que preguntarse no sólo acerca de “en qué estamos” sino además acerca de “hacia dónde vamos”  y como por estos días los discursos oficiales vienen expresados un poco en castellano, un poco en inglés berreta y otro poco en lunfardo, al sólo efecto de que la ciudadanía toda los entienda mejor, sería bueno reflexionar sobre el eje de la temática presidencial de la última cadena nacional. Digamos al respecto que “Fantoche” viene a ser sinónimo de “persona muy presumida”. Pero también de “persona ridícula”.  Qué quiere que le diga, amigo lector. De seguir en este camino va a llegar el día en que el que el emblema nacional que mejor nos represente, en lugar del escudo será un simple alfajor.

La libertad restringida

Si hay algo que define por antonomasia la función del Capitán de un buque, es la elección del rumbo. Pues bien, el título de esta columna y su contenido, me fueron sugeridos por un Señor Capitán (sí, con mayúscula), que supo ser mi superior y que ahora integra el selecto elenco de mis afectos. Magistralmente y en pocas palabras me hizo recapacitar sobre la verdadera dimensión de una nueva afrenta a la dignidad de la Nación.

Debo estar poniéndome irremediablemente viejo, pues cada año me enojo y despotrico con más énfasis frente al televisor, cuando se transmiten las imágenes de la zarpada de nuestro buque escuela, sazonándolas con un toque de tristeza, de sacrificio y de pena por la partida. Familiares llorando y tripulantes con labios temblorosos que entremezclan la alegría por la aventura a vivir con la nostalgia anticipada por lo que han de extrañar. ¡No señores! Son marinos, unos van a cumplir con su obligación de enseñar, otros con la de aprender y todos con el deber que impone el ejercicio de la vocación que libremente han elegido. Así que ni héroes ni mártires. Marinos de la Patria.

Dicho esto, debo necesariamente reconocer, que la tristeza que por estos días embarga a la gran mayoría de los hombres y mujeres de mar, nada tiene que ver con lo mucho o poco que falte para que nuestra fragata retorne al abrigo de la Dársena Norte del puerto local. Hay una amargura que se oculta para que no se confunda con insubordinación golpista. Una desazón profunda; sofocada por la rigurosa verticalidad castrense. Una certeza que jamás será expresada ante la presencia de un ministro, pero que circula en timoratas cadenas de e-mail y conversaciones entre camaradas y allegados a la comunidad naval; no se trata de privar a un grupo de estudiantes de su tradicional navegación por los mares del mundo, se trata de algo mucho más grave y lamentable. Las restricciones impuestas a la navegación de nuestro buque escuela son directamente proporcionales al fracaso de diez años de triste relato acerca de una década ganada sólo en los costosos spots publicitarios o en rimbombantes discursos cargados de sensiblería barata. El viaje por costas “amigas” desnuda la más alarmante ausencia de plan alguno ni tan solo para la más básica cuestión de Estado; se acotan los viajes de la misma manera en que se acorta nuestra credibilidad en el mundo, de idéntica forma en que se mella la paciencia de nuestros vecinos; en similares proporciones al cada ver menor grado de deseabilidad que despertamos en las mentes de potenciales inversores, inmigrantes y hasta turistas.

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