Seguramente con la envidia de decenas de productores televisivos y radiales, el gran debate presidencial acaparó en la noche del pasado domingo la totalidad del encendido hogareño.
Una verdadera cadena nacional autoconvocada que rememoró a esas películas de ciencia ficción en las que en cada bar pueblerino la gente se agolpa frente al televisor para escuchar la noticia tremenda que anunciará al mundo el mandamás de turno.
Es natural que así haya sido. Con casi un 50% de la población nacida en democracia, este país jamás había tenido la oportunidad de que dos finalistas de semejante talla le contaran a ese pueblo tan renombrado, utilizado y siempre necesario a la hora del voto qué le tienen deparado para su futuro en caso de alcanzar la cima del poder.
Seguramente cuando transitemos el décimo debate, este que acabamos de vivir nos parecerá primitivo, híper controlado, falto de espontaneidad y muy lejano a lo que en otras partes del mundo se hace. Pero el paso que hemos dado es fundamental y definitivamente será difícil que alguna vez en el futuro quienes aspiren a la Presidencia puedan negarse a la contienda intelectual con sus oponentes. Continuar leyendo