Seguramente con la envidia de decenas de productores televisivos y radiales, el gran debate presidencial acaparó en la noche del pasado domingo la totalidad del encendido hogareño.
Una verdadera cadena nacional autoconvocada que rememoró a esas películas de ciencia ficción en las que en cada bar pueblerino la gente se agolpa frente al televisor para escuchar la noticia tremenda que anunciará al mundo el mandamás de turno.
Es natural que así haya sido. Con casi un 50% de la población nacida en democracia, este país jamás había tenido la oportunidad de que dos finalistas de semejante talla le contaran a ese pueblo tan renombrado, utilizado y siempre necesario a la hora del voto qué le tienen deparado para su futuro en caso de alcanzar la cima del poder.
Seguramente cuando transitemos el décimo debate, este que acabamos de vivir nos parecerá primitivo, híper controlado, falto de espontaneidad y muy lejano a lo que en otras partes del mundo se hace. Pero el paso que hemos dado es fundamental y definitivamente será difícil que alguna vez en el futuro quienes aspiren a la Presidencia puedan negarse a la contienda intelectual con sus oponentes.
Ahora sí entramos a analizar lo que el debate dejó o, mejor dicho, lo que mostró. El primer puesto se lo lleva la incómoda situación a la que fue sometido Daniel Scioli, a quien le resulta imposible hablar de su propio pasado como parte integrante del modelo y que se encuentra más cómodo expresando todo lo malo que hará su oponente que explicando qué hará para sacar al país de este profundo pozo en el que nos colocó el partido que ahora lo tiene a él como candidato.
A tal punto es patética su posición que ante preguntas simples realizadas por Mauricio Macri, como, por ejemplo: “¿Usted cree que Argentina es país de tránsito o de producción de drogas?”, el hombre no puede responder. Si contradice al poderoso Aníbal Fernández, enfrentará la furia de su jefa, a la que le teme y a la que reporta. Si sigue la corriente del relato, millones de argentinos con una percepción completamente distinta (y más cercana a la realidad) le darán vuelta la espalda con mayor convicción.
Tal vez la frase más espontánea de la noche fue la expresada por el candidato Macri, cuando se compadeció de los periodistas que siempre se quejan por la falta de respuestas concretas de Scioli: “Ahora los entiendo”, dijo con un aire de profunda frustración.
Es que con Macri habrá endeudamiento con el fondo, pero con Daniel habrá fluir de fondos mágicos fruto de negociaciones con el Banco Mundial, con Rusia y con China (¿Y esos señores regalan el dinero o lo prestan también?). Con Mauricio habrá retorno a los noventa. ¿Serán los noventa, los años en que gobernó un presidente peronista cuyo gabinete integró Scioli y buena parte de los actuales dirigentes políticos en ejercicio del poder?
Con Macri habrá devaluación y quita de subsidios, nos dice una y mil veces Daniel. No dice, claro está, que con el modelo que él encarna y que representa, aunque lo quiera negar, hubo una devaluación como nunca antes en la historia. Tampoco nos dice si realmente está feliz de que debamos mantener subsidios eternos por la falta de capacidad de gestión para generar trabajo en condiciones dignas para que la gente no deba recibir limosna en forma perpetua.
La fe y la esperanza de Daniel parecen ser de vuelo efímero. En el cada vez más improbable caso de que llegara a la Presidencia el próximo 10 de diciembre, los indicadores de la realidad económica y política lo harían enfrentar a una realidad muy distinta a la que pretende explicar. Por mucho que declare ser “una nueva gestión de Gobierno”, todos sabemos que no podrá ni tan sólo descolgar uno de los cuadros que ella le deja en el salón de los patriotas latinoamericanos.
Encontraría seguramente un escritorio con cajones vacíos, pero tendría una pesada mochila cargada de funcionarios que continuarán en sus cargos no para ayudarlo, sino para vigilar que no se aparte del mandato de la jefa. Allí estarán en primera fila Carlos Zannini, Axel Kicillof, los chicos y no tan chicos de La Cámpora, la línea sucesoria completa de presidentes del senado y de diputados incluidos.
Tal vez por piedad o por pactos preexistentes, no es compelido el candidato oficialista a responder concretamente cosas muy simples, como las siguientes: ¿Le asignará funciones a personas procesadas, como, por ejemplo, a Amado Boudou (quien se perfila para embajador en México)? ¿O los mantendrá en el llano para que estén bien a mano de la acción de la Justicia? ¿Será capaz de dar marcha atrás con todas las medidas adoptadas para doblegar la independencia del Poder Judicial? ¿Terminará con la política de agresión permanente a los países vecinos y lejanos, a excepción de las ya consabidas relaciones carnales con Cuba y Venezuela?
¿Se animaría el candidato Scioli a facilitar por todos los medios a su alcance el esclarecimiento de la muerte del fiscal Alberto Nisman, el enriquecimiento exponencial del clan presidencial actual y su entorno inmediato? ¿Terminará con la acumulación de medios de prensa manejados por el régimen vía pauta oficial o directamente por su compra compulsiva?
Son tantas las preguntas que habría que hacerle que harían falta dos o tres debates más, pero Scioli es incombustible, está blindado a prueba de todo tipo de requisitoria. No hay forma de sacarle una definición, una palabra que nos permita realmente ver que es él y no una marioneta manejada a distancia desde Balcarce 50 o desde Olivos.
Los silencios o los desvíos de Scioli son preocupantes. Todos sabemos que se viene un año muy difícil. Gane quien gane, ninguno de los dos podría hacer algo muy distinto a lo que sencillamente hay que hacer. Tal vez Scioli lo tenga tan claro como Macri, pero no se anime a decirlo por temor, ya no a perder la elección, sino a perder definitivamente su lazo casi enfermizo con un modelo que lo maltrató hasta humillarlo en público reiteradamente.
Lamentable papel el que le toca jugar al candidato de la fe y la esperanza. Raúl Alfonsín, en su autocrítica final, nos dijo en relación con aquellas metas no logradas: “No supe, no quise o no pude”. Scioli será recordado por la historia tal vez por lo mismo, pero nos lo dejó bien claro en la línea de largada.