Permítame contarle -amigo lector- que es gracias a mi modesto grupo electrógeno que me comunico hoy con usted. De no ser así, me encontraría padeciendo el martirio de todos mis vecinos y de millones de argentinos, que desde hace días viven en condiciones infrahumanas, siendo que seguramente nunca sabremos la imperdonable tasa de mortalidad que la desidia energética ha originado.
Como usted mismo habrá comprobado, transitar por nuestra amada ciudad es por estos días algo parecido a un penoso calvario típico de urbes azotadas por la crudeza de la guerra, aunque sin bombas y sin daños edilicios a la vista. Caos de tránsito, miles de personas intentando llevar un balde con agua a viviendas ubicadas en pisos altos en los que ancianos y discapacitados varios han quedado literalmente aislados de cualquier tipo de asistencia.
Nuestra condición de ciudadanos se hace añicos al estrellarse contra inhumanos contestadores telefónicos automatizados ex profeso para no dar ninguna respuesta a nuestros reclamos. Y si por esas casualidades de la vida un operador u operadora contesta, tal vez le pase como a mí, que terminé consolando a la representante de la compañía eléctrica que estaba sin servicio durante muchos más días que yo.