Permítame contarle -amigo lector- que es gracias a mi modesto grupo electrógeno que me comunico hoy con usted. De no ser así, me encontraría padeciendo el martirio de todos mis vecinos y de millones de argentinos, que desde hace días viven en condiciones infrahumanas, siendo que seguramente nunca sabremos la imperdonable tasa de mortalidad que la desidia energética ha originado.
Como usted mismo habrá comprobado, transitar por nuestra amada ciudad es por estos días algo parecido a un penoso calvario típico de urbes azotadas por la crudeza de la guerra, aunque sin bombas y sin daños edilicios a la vista. Caos de tránsito, miles de personas intentando llevar un balde con agua a viviendas ubicadas en pisos altos en los que ancianos y discapacitados varios han quedado literalmente aislados de cualquier tipo de asistencia.
Nuestra condición de ciudadanos se hace añicos al estrellarse contra inhumanos contestadores telefónicos automatizados ex profeso para no dar ninguna respuesta a nuestros reclamos. Y si por esas casualidades de la vida un operador u operadora contesta, tal vez le pase como a mí, que terminé consolando a la representante de la compañía eléctrica que estaba sin servicio durante muchos más días que yo.
Resulta particularmente curioso ver cómo los funcionarios no disimulan que su primera preocupación no somos los ciudadanos (para ellos, súbditos) sino la imperiosa necesidad de poner a salvo primero al “modelo” y luego a su propia responsabilidad. “No estamos en crisis energética, sino por el contrario esto es una muestra de la mayor actividad productiva y de la riqueza en hogares repletos de artefactos eléctricos”. “De ninguna manera el Estado (ese Estado que no ha dejado recoveco en donde meterse) es responsables de esto, son las distribuidoras, los medios oligopólicos que muestran a viejitos muriendo de sed y de calor y los golpistas de siempre que ahora nos desestabilizan desde el termostato de los equipos de aire acondicionado”.
Desde las ahora muy de moda conferencias de prensa diarias, nuestro jefe de Gabinete, lejos de consolarnos, nos arenga con lecciones de solidaridad y nos señala culpables difusos, malignos seres a los que nunca conoceremos y que cargan con cuanta desgracia nos toque padecer. Nos indica por la mañana un posible plan de racionamiento; lo retan como a un chico de doce años y a la tarde nos dice otra cosa.
Y mientras le escribo, en medio de una oscura, muy oscura noche en pleno barrio de Devoto, con sus calles vacías de vecinos, encerrados en sus casas por temor a la presencia de oportunistas delincuentes, vacías también de expresiones elementales de ley y orden, sin patrullas policiales a la vista y con demasiados -ilegales pero solidarios- cables colgando de casa en casa para “prestarse” algún que otro volt que alimente una heladera o un ventilador, siento como nunca una profunda pena por mi patria; al ver que la poca “luz” que se divisa en el paisaje urbano parece calcar su ausencia en las mentes de quienes nos conducen.
Resulta más que evidente que se encuentran atrapados y sin salida en una trampa que ellos mismos armaron. Lejos, lejísimos estamos de ser poseedores de un “modelo” que sirva de guía al mundo, más lejos aún estamos de llegar a buen puerto si de una vez por todas quienes conducen este barco no se dan cuenta de que ya nos dimos cuenta. Nos anuncian como toda novedad que “si no se resuelve el problema eléctrico a la brevedad, se estatizará el servicio”; será así que seguiremos a oscuras igual pero será una oscuridad estatal.
Se acerca la nochebuena, que no pinta muy buena, se termina el año con la amenaza de comenzar no muy bien el 2014. Hoy no le hablo de barcos, ni de defensa ni de seguridad, hoy le dejo mi respetuoso saludo a usted, querido amigo lector, que me sigue, me apoya o me critica con todo derecho. Pero no puedo menos que compartirle uno de mis mayores desvelos: siempre recuerdo que lo último que marcó, aquella helada noche de abril de 1913, que el Titanic se iba definitivamente a pique, fue el momento en que se apagó la luz.
Le deseo de todo corazón las mejores fiestas posibles, espero que estos 4360 caracteres que lo “obligué” a leer no aparten su mirada de lo realmente importante en nuestra vida: nuestra familia, nuestros verdaderos amigos y la profunda esperanza que una Argentina mejor nos está esperando. ¡Feliz Navidad!