Pablo, alias “Cruz”, aterrizó su avión de combate feliz: había divisado una moderna nave enemiga y había arrojado sobre ella tres bombas, además la había ametrallado. No regresó para verificar los daños, pues seguramente sería presa de las baterías antiaéreas de esa poderosa unidad de la flota real británica.
La noticia que recibió de parte de sus superiores una vez en tierra lo dejó helado. Había atacado al buque mercante argentino Formosa. Afortunadamente, sus bombas no estallaron y su metralla no hirió a nadie, algo que le permitió ciertamente continuar con su carrera militar sin cargar en su conciencia con la muerte de compatriotas aliados.
Le cuento esto, querido amigo lector, porque allá por 1982 la decisión política de la cúpula militar de recuperar Malvinas y la posterior derrota dejó entre sus muchas consecuencias algunas enseñanzas. Entre ellas, que no es lo mismo operar juntos que operar en conjunto.
Las Fuerzas Armadas argentinas, acostumbradas sólo a juntarse para pedirle a un presidente civil que abandone el poder, jamás habían ensayado una maniobra militar unificando códigos, procedimientos y demás cuestiones que hacen al abc de una operación militar combinada. Ni siquiera en la denominada guerra sucia habían operado en conjunto. Algo básico en cualquier país del mundo menos en Argentina, claro está. Continuar leyendo