Una derrota que no permite torcer la historia

Carlos Tejedor (1817-1903) fue gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1878 y 1880, ocasión en que la revolución de este último año dispuso el fin de su mandato. Tejedor era un político de raza; aun exilado, participó en Chile de la elección que llevó al célebre Manuel Francisco Montt a la primera magistratura del país trasandino. A su regreso en nuestro país, intervino en la redacción del Código Penal. Como notable positivista, fue profesor y decano de la Facultad de Derecho de Buenos Aires.

Auguste Comte (1798-1857) fue profesor en la Universidad de La Sorbona y perdió su cargo cuando emitió su famosa teoría que consideraba la comprobación y la sociología como las bases científicas del pensamiento humano. Por supuesto, ese despido consistió en su tránsito hacia la notoriedad: no hubo un político con gravitación en el mundo que no estuviera adscrito a la filosofía positivista (por oposición al idealismo) que él había inaugurado. Ello fue muy visible en países que, como el nuestro, se encontraban muy cercanos a la escuela europea. Continuar leyendo

La maldición Tejedor

Hace tiempo que -con una frecuencia llamativa- insisten sus allegados en que la candidatura de Daniel Scioli podría verse afectada por la maldición que pesa sobre los gobernadores de Buenos Aires. Tal vez los que efectúan esa manifestación recurran al eufemismo de omitir el nombre del autor de esa maldición o se encuentren abriendo el paraguas antes de la lluvia. Quizás ni siquiera sepan que se trataba del Dr. Carlos Tejedor.

Tejedor fue gobernador de la provincia de Buenos Aires hasta junio de 1880, oportunidad en que su mandato debió resignarlo a manos de su vice, el doctor José M. Moreno como consecuencia de la derrota operada en la cruentísima revolución que lo tuvo por protagonista decisivo.

La provincia de Buenos Aires, soberbia y veleidosa, había amenazado varias veces con transformarse en república. No lo hizo, en parte por el patriotismo de sus hijos, en parte porque las guerras civiles en pocas ocasiones -como en esta- tienen el mérito de unir a sus hijos. Sin embargo, las relaciones entre nación y “la” provincia no eran cordiales. La nación se sentía inquilina de aquella, que tenía el puerto, la aduana, el banco, la universidad, el teatro, la cultura y el dinero. Para colmo, Buenos Aires era la capital… ¡de la provincia!, por lo cual las autoridades nacionales de inquilinas se convertían en intrusas, dado que la ley de compromiso (por la cual, después de la batalla de Pavón, la provincia se obligaba a que Buenos Aires albergara a los gobernantes nacionales) había cumplido su vigencia varios años atrás. Continuar leyendo