Solía decir un sacerdote amigo que quien piensa de manera cristiana y actúa como si no lo fuera termina pensando como actúa; por supuesto, el buen cura se refería a las conductas privadas, procurando alejar a sus fieles de la tendencia natural a observar mecanismos licenciosos.
Esta reflexión podría aplicarse (con una adecuada traslación) a la política argentina, y en especial a Mauricio Macri, quien, a fuerza de teñir su conducta de consignas populistas con tal de atraer votos indecisos, puede terminar como temía el viejo párroco: enamorado de esas tesis cuyo repudio hizo que más de la mitad del electorado capitalino lo acompañara. Por otra parte, esta decisión, además de peligrosa, es inservible (con perdón de sus estrategas), ya que nadie votaría al señor Macri por más que la demagogia le impusiera bailar o hacerle morisquetas a la Presidente. Nadie le creería y por supuesto no torcería su voto (tal vez alguno perdería).
Es posible que su estrategia consista en atraer al votante indeciso, precavido por temor al salto al vacío, pero los indicadores económicos son alarmantes y es probable que el Gobierno deba obrar en consecuencia. Por otra parte, la calma chicha que acompañó hasta la presente elección se encuentra interrumpida y quizás la Presidente deba adoptar algunas medidas odiosas, en cuyos sueños más temibles no imaginó nunca.
Si el señor Macri ha juzgado las políticas llevadas a cabo por los gobernantes, ¿qué dirá ahora? ¿Está a favor o en contra? Da la impresión -sin pisar los pies de sus estrategas- que esa tarea debería dejársela a Daniel Scioli, el que se ocuparía de explicar lo inexplicable y perder votos espantados, los que irían a parar, en un ballottage, al candidato que represente a la oposición. Continuar leyendo