Si algún sentido tiene el derecho a resistir las tiranías, con toda seguridad puede sostenerse que este derecho le asiste a los ciudadanos cuyas dirigencias a través de la historia van agotando los medios pacíficos para evitar la muerte de personas inocentes. Esto es claro en Venezuela, donde el populismo chavista fue sincero con sus postulados al mostrarse dispuesto a reprimir a sangre y fuego las demandas democrática de estudiantes y trabajadores. La tragedia venezolana muestra palmariamente como se niega y arrebata al pueblo elementos democráticos esenciales como la libertad y el derecho a intervenir en asuntos sociales fundamentales cuando un sistema político es manejado por un gobierno pretendidamente revolucionario. Este antecedente es una constante a través de la historia donde la izquierda nunca pudo contener una crisis generada por propias políticas sin recurrir a la represión armada y, por lo general, acabo tiñéndolo todo de sangre tanto igual que las dictaduras de derechas.
Con todo, en algún momento, Maduro deberá rendir cuentas ante la Corte Penal Internacional, pero podría habérselas ingeniado para no terminar ante el mundo como lo que es, un fascista al timón de un régimen fraudulento y asesino de personas desarmadas que pretenden ejercer el natural derecho a peticionar y movilizarse desde el disenso. Aunque esto no fue así y el chavismo eligió la vía de la represión armada, con lo que puede decirse que ha comprado un ticket sin retorno a la violencia y la agitación social.
Lo concreto es que tanto la derecha totalitaria como la izquierda mesiánica latinoamericana han pasado doscientos años aserrando prolijamente la rama del árbol donde sus pueblos se sentaban. Al final, era esperable que tanto esfuerzo de ambas ideologías fuera recompensado. Hoy, con contadas excepciones, la mayoría de países latinoamericanos se encuentran en el suelo y lamentablemente no cayeron sobre un lecho de rosas, sino sobre un pozo de cadenas y alambres de púas.
En las ciencias duras, si se conoce el punto de ebullición del agua y se dispone de instrumentos de medición, se puede predecir con exactitud cuándo va a producirse el cambio. En política esto es algo más difícil: se desconocen los puntos de ebullición y resulta imposible conseguir termómetros confiables. Aunque el principio básico puede presentar similitudes cuando los gobiernos avanzan sobre las instituciones republicanas sumando poder arbitrariamente, quebrantando la división de poderes y recortando la libertad del individuo durante un tiempo suficiente en el que tanto abuso, en determinado momento inexorablemente resulta en un cambio cualitativo en cualquier sociedad. Así, el populismo de izquierda actual está condenado al fracaso lo mismo que las dictaduras de derechas del pasado. Pero hasta que ello ocurra cunde el engaño y se finge vivir en democracia, haciendo que las sociedades no puedan seguir siendo democráticas para acabar en un pozo colmado de alambres de púas y cadenas.
Las falsas deidades como “la igualdad” y “la justica social”, ante las cuales varias generaciones de políticos y responsables de medios de prensa se consideraron en la obligación de postrarse, hoy pierden vertiginosamente credibilidad ante la prosperidad económica de dirigentes fraudulentos. Lo mismo ante la corrupción y las falsas consignas de gobiernos como los Venezuela, Ecuador, Argentina y Bolivia, por no mencionar a Nicaragua o Cuba.
La compresión de movimientos sociales es nula en la mayoría de los gobiernos sudamericanos, incluido el argentino que siempre ha apoyado el lado equivocado desde su vanidad e intolerancia, características sobresalientes del impúdico pseudo-progresismo que no acepta el pensamiento crítico.
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner demostró no haber aprendido nada en el ámbito de la política internacional cuando se mostro laxo e ingenuo en la firma de un acuerdo violatorio de su propia soberanía judicial con el régimen iraní por la causa AMIA, y creyendo que jugaba en grandes ligas de la diplomacia mundial no se sonrojó en negociar la vida de 85 ciudadanos argentinos asesinados en el peor ataque terrorista padecido en su suelo. Aunque hay que reconocerle que gobierna sin un canciller a la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo cual no es nada sencillo en este mundo globalizado. Y esto ha quedado claro horas atrás cuando Argentina prestó tácitamente su apoyo a Putin en el escandaloso escenario de Crimea; a Bachar Al-Assad en sus crímenes de lesa humanidad contra el pueblo sirio, y ahora, al régimen fascista venezolano.
Todo lo que el kirchnerismo ha demostrado, en nombre de un código de valores muy cuestionable, ha sido desechar los parámetros que hacen a una sociedad libre desde la eterna contradicción de su ideología, si es que alguna vez ha tenido una. Sus posiciones actuales derivaron en una corriente incomprensible de apoyo a regímenes criminales en detrimento de los pueblos que padecen y sufren a los tiranos. Con ello, dio por tierra para siempre con cualquier posición que haya esgrimido en el pasado en materia de derechos humanos.
Este engañoso horizonte al que América Latina puso proa a toda máquina dirigida por una tripulación de marginales que después de haber malgastado el combustible, comenzó a alimentar las calderas con la madera del propio buque y de sus botes salvavidas, parece no tener retorno. Al tiempo, se dice que todos los problemas creados por el populismo igualitario serán solucionados aumentando el número de esos mismos problemas. Pero lo que se ve es que estos gobiernos han logrado que las industrias y empresas estatales crezcan en su ineficiencia y que la inversión privada sea asfixiada por el constante aumento de impuestos que se destinan a ineficaces subsidios -por no hablar del fraude de los precios controlados y los índices inflacionarios donde el gobierno conspira en forma directa contra la propia salud democrática de su sociedad civil.
En suma, la búsqueda de un consenso espurio es alarmante en América Latina. Lo notable y a la vez característico de sus regímenes es que los gobiernos de estas fingidas sociedades democráticas se abocan a imponer una escala de valores propia obligando a una sociedad civil que cavila mansamente a aceptarlos en detrimento de sus propios e históricos valores. Estos trastornos conceptuales han impactado negativamente en Argentina, donde se aprecia gran confusión y la gente tiende a referirse vagamente a la democracia como si fuera algo más que un método para decidir quién ejercerá la autoridad. Así, se ha llegado a decir que la democracia es un fin en sí misma, que representa todo un sistema de vida e incluso un tipo especial de civilización, cuando en realidad no es ninguna de estas cosas con las que todavía el kirchnerismo engaña a la masa de incautos. La democracia no es más que un mecanismo que se encuentra sujeto a un gran número de modificaciones en situaciones diversas y un método para elegir y descartar gobiernos que, como se observa en Argentina, sería el peor sistema del mundo si no fuera porque existen todos los demás.