Era una obviedad para la mayoría de los analistas y los comentaristas conocedores de Medio Oriente que lo que parecía una larga telenovela tenía solo dos actores estrellas: Irán y Estados Unidos. Los países europeos solo tuvieron un rol de extras, cuya participación no era más que secundaria y a los solos efectos de dar una fachada de legitimidad internacional a las negociaciones y al acuerdo.
A lo largo de todos estos años, el diálogo real tenía lugar entre Washington y Teherán. La comunidad internacional y el mundo árabe se dieron cuenta de esa realidad sin necesidad de que se los expliquen en profundidad.
Lo especialmente interesante, además de lo extenso de la telenovela, era que no había -ni hay- ninguna garantía de éxito, ello quedó claro en la insistencia de la administración Obama en que las negociaciones se limiten al programa nuclear de Irán, sin tocar otros problemas políticos regionales y repitiendo al más alto nivel que las cuestiones políticas de la región eran cuestiones separadas del acuerdo.
Esas cuestiones políticas regionales jamás fueron tenidas en cuenta ni objetadas por los extras europeos de la telenovela. Nunca se consideró el soporte de Teherán a grupos políticos terroristas como Hezbollah en Líbano, al régimen del dictador Bashar Al Assad en Siria o a la injerencia de Irán en Yemen y Gaza. Tampoco cuestionaron la peligrosidad regional del programa nuclear de Irán en lo referente a las repercusiones geológicas y sísmicas de tener instalaciones nucleares en un país propenso a terremotos devastadores como lo es Irán. Continuar leyendo