Por: George Chaya
Era una obviedad para la mayoría de los analistas y los comentaristas conocedores de Medio Oriente que lo que parecía una larga telenovela tenía solo dos actores estrellas: Irán y Estados Unidos. Los países europeos solo tuvieron un rol de extras, cuya participación no era más que secundaria y a los solos efectos de dar una fachada de legitimidad internacional a las negociaciones y al acuerdo.
A lo largo de todos estos años, el diálogo real tenía lugar entre Washington y Teherán. La comunidad internacional y el mundo árabe se dieron cuenta de esa realidad sin necesidad de que se los expliquen en profundidad.
Lo especialmente interesante, además de lo extenso de la telenovela, era que no había -ni hay- ninguna garantía de éxito, ello quedó claro en la insistencia de la administración Obama en que las negociaciones se limiten al programa nuclear de Irán, sin tocar otros problemas políticos regionales y repitiendo al más alto nivel que las cuestiones políticas de la región eran cuestiones separadas del acuerdo.
Esas cuestiones políticas regionales jamás fueron tenidas en cuenta ni objetadas por los extras europeos de la telenovela. Nunca se consideró el soporte de Teherán a grupos políticos terroristas como Hezbollah en Líbano, al régimen del dictador Bashar Al Assad en Siria o a la injerencia de Irán en Yemen y Gaza. Tampoco cuestionaron la peligrosidad regional del programa nuclear de Irán en lo referente a las repercusiones geológicas y sísmicas de tener instalaciones nucleares en un país propenso a terremotos devastadores como lo es Irán.
El lector puede pensar que plantear una cuestión de este tipo es bien secundaria. Sin embargo, ya vivimos la catástrofe de Fukushima, en el norte de Japón. El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y demás países vecinos a Irán deberían estar preocupados, no solo por lo que significa la fortaleza de un Irán nuclear desde lo militar, sino por un accidente que pudiera permitir fugas de la planta nuclear costera iraní de Bushehr. De hecho, en noviembre de 2013, un terremoto con una magnitud de 7,3 sacudió la provincia de Bushehr. El terremoto fue sentido en varios países alrededor del Golfo, incluido Qatar, Bahréin, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Al menos 87 personas murieron y unas 1800 resultaron heridas como consecuencia del sismo.
Sin embargo, más allá de lo sísmico, lo que realmente preocupa a los países vecinos de Irán es el uso militar de su programa nuclear. Estas preocupaciones son compartidas por estos países, así como por Israel y Turquía. Aun así, altos funcionarios estadounidenses, encabezados por el presidente Barack Obama, sostienen la disposición de Washington a aceptar un Irán nuclear en el corto plazo y, según el presidente estadounidense, lo que se ha logrado se vincula a dos elementos fundamentales: la confianza y la buena voluntad.
En este punto, se podría argumentar que la confianza y la buena voluntad son tópicos necesarios en política, pero no son suficientes en ausencia de garantías sólidas. De hecho, el largo historial del programa nuclear de Irán no ha alentado a la confianza ni mostró aspectos de buena voluntad. Incluso después de su aprobación, los cantos de “Muerte a Estados Unidos” y “Muerte a Israel” siguen escuchándose en las calles y las mezquitas de Teherán, y no solo contra Estados Unidos e Israel, los discursos y los cánticos contra los Estados árabes están presentes de manera mucho más beligerante, lo que provoca animosidades raciales y tribales.
A pesar del entusiasmo de Washington por tranquilizar, primero a los israelíes y después a los árabes, indicando que el acuerdo no afectará negativamente las relaciones con los Estados Unidos, cualquier observador inteligente puede percibir que el elemento confianza no existe y que las relaciones son diferentes luego de la firma del acuerdo.
Hoy hay varias preguntas que muchas personas se efectúan, por ejemplo: “¿Por qué se llegó a esta etapa?”. Y otra no menos importante: “¿La situación actual es irreversible o no?”.
La respuesta más probable a la primera pregunta es que lo que nos ha traído donde estamos ahora han sido las convicciones políticas del presidente Obama y la decadencia de la diplomacia europea. El presidente de Estados Unidos es un hombre con una identidad ideológica definida y plenamente convencido de que está haciendo lo correcto. Los europeos son incorregibles, a menudo olvidan su historia e ignoran las implicancias de haber acompañado al inquilino de la Casa Blanca en la telenovela que nos han vendido por años.
Sobre el segundo interrogante, bien podemos responder que el acuerdo nuclear y la eventual normalización de las relaciones con Teherán no es un programa europeo, sus cancilleres son descendientes directos del soft power chamberliano, que, por no saber, ni saben lo que han hecho a nivel político, pero en lo económico se frotan las manos y ya están planeando nuevos negocios con Teherán.
La idea central que motorizó este acuerdo ha tenido como único padre ideológico a Barack Obama. Por tanto, esperar algún cambio desde Washington de aquí a noviembre 2016 sería absurdo. Y, continuando la línea de respuesta a la segunda pregunta sobre si el acuerdo es definitivo e irreversible, a mi juicio la respuesta está en Irán y su régimen, en su estructura de poder, su dualismo político, su lucha interna y su doble discurso contradictorio. Lo cierto es que el régimen iraní sabe muy bien lo que quiere, pero no necesariamente la mejor manera de lograrlo.
Por alguna razón la administración Obama ha optado por separar los aspectos técnicos del acuerdo nuclear del ambiente político que rodea e interactúa con él en la región. Sin embargo, a pesar de Obama y la pusilanimidad europea, los países árabes del Oriente Medio, incluido Israel, a pesar de los muchos problemas que los aquejan, todavía tienen buena memoria y bastante claras sus historias por su supervivencia.