La disyuntiva al interior del Islam

Cuando el 11 de septiembre de 2001 la organización Al-Qaeda secuestró aviones con el fin de atacar los EE.UU, intentó secuestrar también el mensaje del Islam. Al hacerlo, los fundamentalistas encendieron la gran batalla del nuevo milenio. El asesinato de más de tres mil personas inocentes en nombre de la yihad no significó solo la antítesis de los valores del mundo civilizado, sino también de los preceptos del propio Islam.

Cuando los terroristas liberaron su brutalidad y salvajismo, mostraron sus fines políticos más bajos, exactamente igual que los demagogos habían manipulado todas las religiones antes que ellos.

Al adoptar una filosofía dialéctica -según la cual, para efectuar un cambio hay que destrozar primero el orden establecido- el yihadismo intenta provocar el famoso choque de civilizaciones del que se viene hablando hace años. Mientras lo intentan, los terroristas rompen valores de una religión noble. El daño que ocasionaron no se limitó a Nueva York, Washington y Pensilvania. Los propios musulmanes también se convirtieron en sus víctimas, tal y como lo vemos hoy en Siria e Irak.

Los autores de estos crímenes contra la humanidad son aquellos a quienes el Corán describe como “extraviados del camino verdadero”, son aquellos que denigran los derechos humanos no solo de los que conceptualizan como sus enemigos, sino de los musulmanes en general y por tanto no son compatibles con el Islam. Estas personas son las que niegan la educación básica a las niñas, discriminan a la mujer y ridiculizan otras culturas y religiones desde la ignorancia con la que también niegan la tecnología y la ciencia en la brutalidad totalitaria con la que refuerzan sus opiniones del Medioevo.

Durante toda la historia, los muchos crímenes contra la humanidad han sido perpetrados en nombre de Dios, con base a la interpretación fanática de valores religiosos para justificar actos atroces contra la civilización. Esto es lo que está sucediendo claramente con el accionar del fundamentalismo del ISIS en su recientemente creado Califato de Al-Shams (Siria e Irak)

Por ello, usted lector, debe saber que “la lucha por los corazones y el espíritu” de los musulmanes tiene lugar hoy en día entre los moderados y los fanáticos dentro del Islam, entre musulmanes laicos y dictadores religiosos, entre quienes viven en el pasado y quienes desean avanzar y proyectar un futuro mejor. Del desenlace de este conflicto depende la dirección que tomen las relaciones internacionales en el siglo XXI. Ni dude el lector que la tercera Guerra Mundial está en marcha. A pesar de que Occidente ni siquiera ha comenzado a librarla. Si vencen los fanáticos y extremistas, entonces una gran fitna -desorden a través de un cisma- se apoderara del mundo musulmán y de gran parte de Occidente.

El principal objetivo de los fundamentalistas es el caos para instaurar sus fines. Usted tómelo o déjelo, pero lo cierto es que lo estamos viendo claramente en la guerra civil siria, en la crisis de Irak, en los crímenes y la persecución de los cristianos y yazidis y, por supuesto, también en los dacapitadores del ISIS.

La importancia de la yihad tiene sus raíces en la orden del Corán de luchar (según el significado literal de la palabra yihad) en el camino de Dios según el ejemplo del profeta Mahoma. Definitivamente “no” tiene el significado que los radicales le asignan.
Claramente, hoy en día existen musulmanes que creen que las condiciones de su mundo requieren de una yihad. Ellos miran a su alrededor y ven un mundo dominado por gobiernos autoritarios, corruptos y por una elite acaudalada sin ninguna preocupación por la prosperidad de sus pueblos. Estas personas también consideran que el mundo árabe islámico está dominado por la influencia de la cultura occidental cuyos gobiernos apoyan y sostienen gobernantes árabes corruptos, al tiempo que explotan recursos humanos y naturales del mundo islámico.

Así, son influenciables por una minoría violenta y ruidosa que planea una ofensiva militar contra Occidente. Pero claramente esa minoría ruidosa no representa a la mayoría silenciosa de musulmanes que trabaja, envía a sus hijos a educarse y creen en lo que denominamos movilidad social por un futuro mejor.

La guerra, como en tantas tradiciones religiosas, puede ser justificada en el Islam cuando es necesariamente defensiva, pero no es vista como un deber religioso continuo como los islamistas vociferan. En consecuencia, según el Corán, preservar la vida es un valor primordial. El Corán da relevancia al valor moral de preservar la vida. De hecho no acepta el suicidio, por el contrario, ordena la preservación de la vida propia y ajena.

Los juristas musulmanes desarrollaron hace años un corpus específico de leyes llamado siyyar. De allí, se infiere una clara interpretación y análisis de las causas justas para la guerra. Ese corpus legal indica que “aquellos que declaran la guerra ilegalmente, atacan a civiles desarmados y destruyen propiedades irresponsablemente, entran en violación flagrante a la concepción jurídica islámica y son denominados muharibun (malvados).

Algunos se preguntarán si los musulmanes pueden emplear textos antiguos para servir de explicación y guía en el mundo moderno. Sin duda que sí, los seguidores de cualquier religión aceptan la universalidad de su doctrina respectiva. El Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento no son textos destinados a servir únicamente en los tiempos en que fueron revelados, sino en cualquier tiempo. Son y serán textos destinados a guiarnos a través de los siglos.

Al interior del Islam se ha dado un enconado debate respecto de cómo el Islam se relaciona con otras culturas y religiones. Aunque el accionar del fundamentalismo islamista actual pueda presentarlo hoy día como cerrado e intolerante, esto no es así, a pesar que los islamistas quieren que el mundo piense de otro modo. El genuino Islam acepta como principio fundamental el hecho de que los humanos hayan sido creados al interior de religiones distintas y, por supuesto, que sean distintos entre sí.

Esto queda claro en la Sura coránica que sindica que “Dios no quiso que todos sobre la tierra fueran seguidores de una misma religión y miembros de una misma cultura”. Si hubiera querido eso, lo habría dispuesto de ese modo. Esto significa que Dios creó la diversidad y ordeno a los creyentes que fueran justos, que busquen y deseen la justicia en el mundo. De aquí se sigue que, Dios quiere que se respeten otras culturas y religiones; las cuales también fueron creadas por Él.

La libertad de elección, especialmente en cuestiones de fe, es la piedra angular de los verdaderos valores coránicos. Esta libertad debe guiar hacia el pluralismo en la religión, tanto dentro del Islam como fuera de él. El Corán afirma sin ambigüedad la libertad de elección en cuestiones religiosas.

A mi juicio, leyendo el Corán, quienes seguimos el cristianismo, al igual que nuestros hermanos mayores en la fe que profesan el judaísmo, podemos encontrar pasajes que hacen eco para ambos de enseñanzas religiosas propias.

Y estos extraordinarios puntos en común deberían ser los que debemos explorar entre las tres grandes religiones monoteístas para promover la mutua tolerancia a partir de la cual trazar cursos de trabajo en conjunto para que un futuro fraterno y de paz pueda ser construido. Seguramente a partir de esto y no de estériles batallas militares sin final a la vista será que se pueda aislar el radicalismo que generar fracturas dentro y fuera de cada religión.

Israel no es el problema

En esta columna de hoy, bien podría compartir con ustedes algunos hechos históricos fascinantes de la milenaria cultura árabe. También pensamientos y magníficas experiencias acerca de esa antigua cultura. Pero claro, en estos días, todas las personas parecieran estar en carne viva, hablan, entienden y hasta pareciera que tienen la solución a lo que está sucediendo en Gaza, con el conflicto Palestino-Israelí. Me referiré a ello solamente de paso y, en todo caso, será tema de un próximo análisis.

Hoy prefiero dedicar la mayor parte de mi artículo a pensar con ustedes sobre la amplitud del escenario geográfico de aquella región que conocemos como “mundo árabe” y al impacto de los hechos que allí se producen, algo que abordé en varios de mis artículos y análisis por los últimos años. Para ello, le solicito como lector localizarse específicamente en la zona que va de Marruecos a Pakistán, un área predominantemente árabe y musulmana, pero que también incluye significativas minorías de otras creencias.

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Obama y el “soft power”

Aunque dividida como pocas veces antes, la élite política estadounidense está unida en su forma de evaluar la política exterior del presidente Obama como un rotundo fracaso. La huida precipitada de Irak quedó claramente distanciada del retiro ordenado al que refería la administración; el juego de “suma cero” en relación a Siria, mas la posición patológica de eludir las ambiciones nucleares de Irán y el intento surrealista para alcanzar la paz en Oriente Medio, junto a su falta de respuesta a la temeraria conducta del presidente ruso, Vladimir Putin, en relación a Ucrania, son los elementos citados para definir el fracaso estratégico tanto por la derecha como por la izquierda norteamericana.

Algunos analistas afirman que el problema se debe a la falta de experiencia de Obama en su gestión como presidente de los EE.UU. Otros lo culpan de obsesivo y narcisista, y hasta hay quienes refieren a la brutal desconexión con la realidad del presidente con un mundo que interpreta a su manera, pero que tal manera es una absoluta fantasía. Reconozco que me encontraba entre los que adherían a la última opción. Sin embargo, ante la cadena de dislates que lleva adelante la administración Obama es tiempo de aportar nuevas ideas y reflexiones. Por ejemplo: ¿Y si la percepción de fracaso se debe a la negativa de Obama en hacer lo que los críticos, tanto de la derecha como de la izquierda desean que hagan los EE.UU.? ¿Y si Obama tiene éxito en lograr lo que se propuso lograr?

Profundicemos el análisis. En la era Obama, EE.UU. perdió gran parte de su prestigio como superpotencia comprometida con una determinada visión del mundo por negarse a asumir el liderazgo en la defensa de esa doctrina donde quiera que estuvo amenazada. ¿Pero por qué Obama rechaza esa visión? ¿Por qué no quiere que los EE.UU. ejerzan el liderazgo mundial? ¿Mantiene Obama las ideas de su época de estudiante, en que estaba de moda sostener que los EE.UU. eran una potencia imperialista que intimidaba a las naciones más débiles para imponer su voluntad por medio de la fuerza militar o su poderío económico? Si reflexionamos sobre estas cuestiones, la política exterior del presidente podría empezar a tener sentido. En tal contexto, su comportamiento no sería el resultado de la inexperiencia ni la ingenuidad, sino una estrategia deliberada para rediseñar los EE.UU. y redefinir su lugar en el mundo.

Para ser justos con el presidente norteamericano, no es ningún secreto su deseo por hacer de EE.UU. “un lugar diferente”. Su lema principal de campaña en 2008 fue sobre el “cambio”. ¿Y qué es lo que uno cambia? No hay duda que se cambian las cosas que a uno no le gustan y es evidente que a Obama no le gustaba el modelo de los EE.UU. de la post Guerra Fría. Aunque en aquellos días, después de haber firmado un acuerdo de cooperación con la OTAN, Putin estaba pidiendo ayuda económica a Washington para Rusia. El Medio Oriente también estaba tratando de adaptarse a la “Agenda de la Libertad” de EE.UU. y en Teherán los mulás estaban ofreciendo sus servicios a Washington en Irak y Afganistán.

El deseo de Obama es la refundación de los EE.UU. como un ‘soft power’ y lo ha demostrado en muchas ocasiones. El presidente abandonó los planes de la administración Bush para la expansión de la OTAN en el Cáucaso y Asia Central, rechazó mantener el escudo antimisiles en Europa Central y Oriental para complacer a Rusia y desmanteló las bases de misiles inteligentes en los países bálticos y Europa del Este. No apoyó los planes para atraer a Estados árabes a la OTAN y replegó la presencia militar estadounidense en todo el mundo, especialmente en Oriente Medio. La retirada de Irak fue seguida por la reducción de tropas en Afganistán con la promesa de retirada total al final de este año. El brutal asesinato del embajador de EE.UU. en Libia generó un incomodo examen político, pero también psicológico importante en la administración. Ello demostró que, con Obama, en términos de castigar enemigos, EE.UU. había vuelto a la posición que tenía antes de los Comodoros William Bainbridge y Stephen Decatur a principios del siglo XIX.

La determinación de Obama en diseñar EE.UU. como una “Gran Noruega” no se ha limitado a la política exterior. También ha presionado con recortes masivos en gastos de seguridad y defensa que redujeron el tamaño del ejército de los EE.UU. Hoy, la fuerza aérea y la marina se encuentran operativamente en su punto más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. En 2019, cuando los recortes completen su cronograma, EE.UU. ya no tendrá la capacidad militar necesaria para enfrentar dos guerras simultáneamente, algo que había sido un elemento clave de su doctrina militar desde 1980.

La estrategia de rediseño de Obama también incluye un aumento del papel del Estado en la economía interna como lo ilustra la legislación propuesta en materia económica, laboral y de seguridad social, la adquisición participativa de General Motors y una avalancha de legislación reguladora que es, como mínimo, extraña a la idiosincrasia estadounidense.

Suponiendo que Obama quiera emular a las socialdemocracias nórdicas, hay que admitir entonces que su política exterior ha sido rutilante y exitosa, aunque propició la caída del liderazgo de los EE.UU. Hoy, luego de casi dos mandatos de Barack Obama, el número de personas que respeta y admira a los EE.UU. en todo el mundo no ha aumentado ni caído, pero el número de los que le temen ha disminuido un 60%.

Según lo veo, diría que en lugar de burlarse de la inexperiencia o la ingenuidad de Obama, sus críticos deben tomar muy en serio su elección ideológica. Y es ese el punto de partida desde el cual se debe exponer sus implicancias para analizar sus resultados invitando a los estadounidenses a reflexionar sobre la visión de su presidente del rol de su país en el mundo.

El Islam político, un término vacío de contenido

Un gran número de ‘analistas y expertos’ ahora están tratando de reinterpretar el estado de confusión y fracaso que ha caracterizado sus visiones y análisis sobre las inexistentes revoluciones árabes como ‘la experiencia de grupos, dirigentes y partidos políticos’ en Túnez, Egipto y Libia desde el estallido de lo que conceptualizaron -en supina ignorancia- como Primavera Árabe.

Quizás el rasgo más importante y a la vez peligroso que estas personas nunca comprendieron en los últimos cuatro años es que todos estos grupos políticos comparten un elemento distintivo: ‘su naturaleza violenta, teocrática y excluyente’.

Tales grupos y organizaciones no han podido adaptarse a los diferentes segmentos de las sociedades que dijeron representar, particularmente en momentos sensibles a raíz de los violentos levantamientos. Sus dirigentes, una vez fueron parte de lo que se consideraba como oposición a los regímenes dictatoriales laicos que los oprimían duramente, pero nunca evolucionaron democráticamente y como resultado de ello, una vez en el poder, tomaron represalias intensificando aún más el estado de polarización alimentando la desconfianza, la ruptura y la fragmentación social. A la luz de los hechos, el discurso del Islam en la política en general demostró ser superficial y carecer de soluciones a las demandas y reclamos originales de las sociedades árabes.

Si bien podemos encontrar decenas de volúmenes y libros sobre la pureza, la adoración y otros temas en materia religiosa, hay muy pocos libros sobre ‘islam político’ y ello ha dado lugar al mayor error de los expertos occidentales al abordar una temática que no conocían. Esto significa que deberían aprender mucho sobre equilibrio y discreta moderación al hablar de Islam político. Nadie por sí solo puede reclamar una comprensión completa y nadie es capaz de imponer esta comprensión a los demás. De ello deberían tomar nota los sesudos -aunque amateurs- intelectuales y opinólogos en materia del mundo árabe islámico.

Los grupos del Islam político que han llegado al poder en los Estados donde se habló de primaveras árabes no han seguido los pasos del Islam ni los preceptos de Mohamed después de la conquista de la Meca. La historia es inalterable en ese punto, sobran ejemplos. En aquel momento, mientras los opositores del Profeta temían su reacción luego de la victoria, Mohamed anunció el ‘día de la misericordia’, y pronunció su famosa frase: ‘Incluso el que entra en la casa de Abu Sufyan estará a salvo’ (en referencia a su enemigo más feroz de aquel tiempo). Según las escrituras, el Profeta añadió: ‘Id, pues sois libre, la batalla termino’. Mohamed  no castigó ni tomó venganza contra nadie.

Este principio del Profeta fue aplicado más tarde por dos de los políticos más reconocidos del siglo XX: el líder indio Mahatma Gandhi y Nelson Mandela en Sudáfrica. Ambos ofrecieron un perdón completo a sus antiguos adversarios y enemigos e incluso los incorporaron a sus propios gobiernos para convertirse en parte de la solución, no del problema. Esta es la diferencia entre la sabiduría política, por un lado, y la inmadurez política vengadora y resentida, por el otro.

Cuando se elige representar a la religión en el ámbito político, ello implica una mayor responsabilidad moral, social y comunitaria, tal conducta debe ser así porque un daño inconmensurable puede ser causado si se fracasa. Los ejemplos pueden observarse hoy en Túnez, Egipto y Libia, donde la atmósfera que prevalece es violencia, muerte, decepción y frustración.

En Túnez, Rachid Ghanouchi y su partido Ennahda podrían haber superado el egoísmo y la arrogancia al aceptar asistir a Hamadi Jebali en la formación de un gobierno con el fin de administrar los asuntos del país en estos tiempos críticos sin considerar la iniciativa de Jebali como un ataque o una afrenta partidista. Sin embargo, el partido islamista Ennahda se inclino por adoptar una política de exclusión, violencia y acoso, el resultado fue su fracaso y la pérdida de credibilidad ante el pueblo tunecino.

Lo mismo aplica a lo sucedido en Egipto bajo el gobierno del presidente islamista Mohamed Mursi en su relación con el primer ministro Hisham Qandil. Una gran parte del pueblo egipcio creyó desde el primer día que Qandil no habría de gestionar correctamente los asuntos del país, y que el cargo de primer ministro requería de alguien con mayor experiencia. Además, la desconfianza por su manejo incompetente de la situación económica fue el mayor peligro para todos. No obstante, el hombre se aferro a su posición de ‘tozudez y prepotencia’ haciendo caso omiso a las demandas del pueblo, cuando en realidad este comportamiento fue una reminiscencia del estilo adoptado por los mismos regímenes ante los cuales las ‘pseudo revoluciones’ de la Primavera Árabe se levantaron.

El enfoque del Profeta Mohamed está muy lejos de los que actualmente dicen estar siguiendo sus pasos en nombre del Islam político. Mohamed no abogó por la venganza, la calumnia o la sospecha, ni tampoco por etiquetar a otros como traidores. Sin embargo, hoy en día, el Islam político continúa generando problemas sociales, divisiones internas, sedición y violencia. Esta situación se ve agravada por grupos específicos que reclaman el derecho exclusivo de hablar, entender y juzgar en nombre de la religión. Lo grave de estas conductas, es que el costo de ese accionar no será pagado por los gobiernos o regímenes actuales, sino que serán las generaciones venideras las que realmente lo sufrirán.

En los eventos mal conceptualizados como levantamientos, revoluciones y primaveras árabes, grupos islámicos llegaron al poder a través de elecciones democráticas, pero la democracia tiene criterios de observancia fundamentales como el respeto por los derechos de todos los ciudadanos junto a la observancia de la justicia, la igualdad y la unidad nacional. Con el devenir del tiempo y el ejercicio del gobierno por parte de partidos islamistas, estos principios parecen completamente ajenos a quienes tomaron el poder en nombre del Islam político y como resultado de tal experiencia, es el propio Islam político el que parece estar condenado al fracaso si no experimenta un cambio proactivo desde dentro.

El ‘neocon’ arrepentido

En su tiempo, George Bush padre envió sin titubeos tropas a Panamá para expulsar a Noriega. Ello permitió a los panameños liberarse de un narco-dictador, votar, elegir democráticamente y crecer en lo económico. Ese día, el entonces presidente mando una tarjeta de Mickey Mouse al Congreso escrita de puño y letra en la que los congresistas pudieron leer: “En ocho horas habremos liberado Panamá. Cordialmente, el presidente”.

Hoy, el presidente Obama, quien tanto ha denostado a los republicanos por sus políticas y acciones, pareciera ser el nuevo neocon y está actuando como sus antecesores republicanos, pero hay diferencias. Personalmente no puedo decir que Obama me decepciono, menos aún que me haya sorprendido, sus acciones de gobierno son demasiado predecibles y su incapacidad evidente desde las primarias en las que se impuso a Hillary Clinton.

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Por qué la democracia es incompatible con “la primavera egipcia”

Durante los días de las movilizaciones que acabaron con el régimen laico del ex presidente Hosni Mubarak, escuchamos a muchos analistas occidentales desgranar halagos en referencia a la pacífica y civilizada revolución egipcia. Lo grave es que muchos eran académicos de cursos universitarios que educan jóvenes que una vez graduados, se incorporan a organismos internacionales.

Era notorio que no tenían idea del daño desinformativo que estaban ocasionando a la opinión pública. Hasta llegaron a decirnos que todo era un gran movimiento liderado por una generación joven y pujante que se erigió en el paladín de la calle árabe desde la mítica plaza Al-Tahrir.

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Comunidad internacional y crisis Siria: “opciones estratégicas”

Dos años y cinco meses después del comienzo de la revolución siria y su posterior transformación en abierta guerra civil, la comunidad internacional se encuentra en una encrucijada histórica: intervenir directamente con el objetivo de destituir el régimen del presidente Bashar Al Assad para ayudar a construir un poder alternativo en Damasco o respaldar con poder suave a la oposición al punto de empujar al régimen a negociar su salida sin más opciones.

La administración estadounidense declaró el pasado 10 de junio que comenzaría el proceso de armar a la oposición. El Pentágono indicó que considera también otras medidas, incluyendo, muy posiblemente, una zona limitada de exclusión aérea sobre el asediado país. Pero incluso en este punto, el juego final de EEUU en Siria es incierto. Washington aún debe explicar sus planes estratégicos regionales con respecto de Irán y Hezbollah por un lado y a las milicias salafistas y yihadistas por el otro.

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