Por: George Chaya
Dos años y cinco meses después del comienzo de la revolución siria y su posterior transformación en abierta guerra civil, la comunidad internacional se encuentra en una encrucijada histórica: intervenir directamente con el objetivo de destituir el régimen del presidente Bashar Al Assad para ayudar a construir un poder alternativo en Damasco o respaldar con poder suave a la oposición al punto de empujar al régimen a negociar su salida sin más opciones.
La administración estadounidense declaró el pasado 10 de junio que comenzaría el proceso de armar a la oposición. El Pentágono indicó que considera también otras medidas, incluyendo, muy posiblemente, una zona limitada de exclusión aérea sobre el asediado país. Pero incluso en este punto, el juego final de EEUU en Siria es incierto. Washington aún debe explicar sus planes estratégicos regionales con respecto de Irán y Hezbollah por un lado y a las milicias salafistas y yihadistas por el otro.
El envío de armas a la oposición, aunque legítimo y con el fin de que los opositores de Al Assad puedan defenderse de las fuerzas del régimen que cuenta con el abierto respaldo militar iraní, plantea importantes interrogantes. A saber: ¿La oposición será responsable del uso de las armas que reciba? ¿Cuáles serán los próximos pasos después de suministrar esas armas? ¿Será una guerra de largo plazo entre dos fuerzas iguales con miles de bajas civiles o el equipamiento del Ejército Libre de Siria (ELS) creará un nuevo equilibrio de poder que llevará a ambos bandos a reconocer que la resolución del conflicto no va a pasar por una solución militar y que el consenso es la única opción viable para ponerle fin?
Observando el comportamiento del régimen, particularmente desde que recupero la estratégica ciudad de Qusayr en el centro del país, se ve claramente que no sólo ha detenido el impulso de los rebeldes, sino que ha pasado abiertamente a la ofensiva en varias zonas del país. La renuencia del régimen a aceptar un equilibrio de poder con la oposición como base para negociaciones políticas futuras, más el rechazo de Rusia para ejercer presión sobre sus aliados en Damasco y Teherán para que éstos acepten un reparto de poder real es lo que impulsó a Washington y sus aliados a reforzar las capacidades militares de la coalición anti-Assad, y lo mismo a explorar otras opciones más letales a futuro.
En los primeros meses de 2011, cuando estallaron las revueltas árabes, la Unión Europea y Washington siguieron la estrategia -errónea- de acompañar de cerca a “los grupos rebeldes”, esto se vio claramente con la caída de los regímenes de África del Norte y Yemen. En Túnez y Egipto, los manifestantes tuvieron apoyo moral y político de la administración Obama, de Francia, Italia e Inglaterra, incluso España envió tres aviones militares a patrullar Libia; sólo Alemania se mantuvo expectante y en segundo plano. Esto permitió que los regímenes árabes pro occidentales se desmoronaran y abrió camino a grupos rebeldes en la toma del poder político, entre ellos la Hermandad Musulmana, una agrupación radical que acaba de fracasar y caer estrepitosamente en Egipto. Pero en Libia, Khadafi no tuvo aliados ni simpatías occidentales y jamás obtuvo suministros ni logística de Rusia. La administración Obama apelo al Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas y basado en una resolución de la ONU de 1973 puso en marcha acciones conjuntas con la OTAN contra el régimen de Khadafi hasta su desaparición. Ya vimos qué mal funcionó eso. Hoy los salafistas gobiernan Trípoli y grupos satelitales de Al-Qaeda dominan sectaria y tribalmente el interior de Libia.
En cuanto a Siria, la administración Obama y Bruselas permitieron que la rebelión se cuele y prospere como ocurrió en Egipto en 2011 con la esperanza y en la apuesta de que la movilización de masas derrumbaría al régimen de Assad, o por lo menos incidiría -moral y psicológicamente- en el ejército para volverse contra su propio comandante en jefe. Esto no sucedió y fue otro eslabón erróneo en la cadena de equivocaciones de Washington y Bruselas.
Con ello se perdieron miles de vidas humanas y un año muy valioso. Durante la primera etapa de la revolución siria, el movimiento fue conducido sobre todo por liberales, laicos y seculares que organizaron manifestaciones y protestas en Damasco y varias ciudades del país. Ese año, las fuerzas estadounidenses todavía estaban desplegadas en Irak, muy cerca de la frontera Siria. Una rápida acción militar coordinada con Turquía, Jordania y otros socios regionales en apoyo de una sociedad civil movilizada, probablemente habría forzado a Assad a dejar el poder y buscar refugio en Rusia o en Irán. El presidente Obama debería haber resuelto el atolladero de Siria antes de la retirada de Irak, ‘‘pudo hacerlo, le faltó visión estratégica y coraje’’, se hubieran evitado miles de muertos inocentes. Y en ello cabe igual responsabilidad histórica para sus socios europeos.
En ese momento, las fuerzas norteamericanas estaban desplegadas a lo largo de la frontera siria con hombres, equipo, fuerza aérea y lo más importante, una fuerte y disuasiva presencia sobre Irán. Assad estaba prácticamente rodeado; Irán se mantuvo a raya y Turquía aún era virgen de sus protestas actuales. Y lo que es más relevante, el grupo islamista Al-Nusra (la filial de Al-Qaeda en Siria), no estaba todavía desplegado sobre el terreno ni había infiltrado la oposición Siria. El primer año de la crisis siria, de abril de 2011 hasta abril de 2012, mostró cuán lejos están la Unión Europea y los EEUU de entender y abordar con soluciones la realidad de Oriente Medio. Washington y Bruselas permitieron irresponsablemente que el escenario sirio cambiara tan drásticamente desde principios de 2013.
Hoy la realidad política siria experimentó una profunda agudización de la crisis en dirección a la anarquía, ello aleja cualquier solución política del conflicto, esto se debió en gran parte a que durante los últimos meses de 2012, la campaña presidencial en EEUU impidió una decisión arriesgada de Obama para involucrarse en Siria por temor a perder el voto de los componentes de la izquierda y el centro del electorado estadounidense. En aquel momento de 2012 se podía buscar una salida negociada al controversial, la realidad actual se ha transformado y agudizado irreversiblemente sobre el terreno.
Ya no hay manifestaciones y movilizaciones civiles en Siria, los ciudadanos comunes se han retirado de plazas y calles, su objetivo principal es procurar alimento para sus familias y salvar la vida en el día a día. La lucha política callejera fue tomada por actores militares feroces y extremistas. El régimen lanzo una guerra abierta y sin retorno en la convicción que sobrevivirá si logra la supresión de sus contrincantes.
El presidente Assad no sólo combate con su fuerza aérea, tanques y artillería pesada. También lo hace con la ayuda de brigadistas de Hezbollah que operan desde Líbano respaldados por el Pasdaran iraní (un subconjunto de fuerzas armadas-religiosas). Assad dispone de suministros con total libertad a través de las fronteras de Irán e Irak que operan como canales abiertos debido a la retirada de EEUU, lo cual multiplicó la capacidad militar del régimen y profundizó su brutalidad. Su contrincante, el ELS ha comenzado a librar una guerra en paralelo con las milicias yihadistas de Al-Nusra, cuyo objetivo es instaurar en Siria la extensión del califato islamista que lograron imponer en Afganistán y parte de Irak. Hoy es difícil distinguir a los combatientes rebeldes y seculares sirios de los componentes islamistas dentro de la oposición, lo cual deslegitimó y quitó simpatía al ELS ante la opinión pública por el caso de la utilización de armas químicas por parte de ambos bandos, aunque sea de manera limitada.
Transitando mediados de 2013, la comunidad internacional debe tomar una decisión más compleja y mucho más peligrosa que antes. Tendrá que actuar en un nivel de equivalencias a los desafíos emergentes de las muchas mutaciones del conflicto. Un año atrás el escenario era muy diferente. Pero nada se hizo y la inacción, como las políticas equivocadas, tiene su coste en Oriente Medio.
Después de la crucial batalla de Qusayr de mayo pasado y gracias a la participación de las bien entrenadas fuerzas especiales de Hezbollah y los asesores militares iraníes, las tropas de Assad recuperaron posiciones y desalojaron a los rebeldes. El régimen se fortaleció y extendió su ofensiva hacia varios frentes rebeldes. Bruselas y Washington se mantuvieron a la espera de la evolución de la batalla de Qusayr, ahora deben entender que cambio el status quo sobre el terreno, que Rusia no convencerá al régimen de hacer concesiones y que Assad no negociara nada en Ginebra.
La batalla de Qusayr ha sido bisagra militar para el régimen que lanzó una contraofensiva demoledora sobre los rebeldes e hizo que el presidente no considere negociación alguna que no sea en beneficio de su permanencia en el poder. Este escenario, por fin, llevó a la administración Obama y al liderazgo europeo a considerar una estrategia diferente y a informar públicamente que armaran a los insurgentes y posiblemente establecerán una zona de exclusión aérea sobre los cielos sirios. El movimiento es en la dirección correcta, pero tardío y lento. Sin embargo, debe ser desarrollado y comprendido estratégicamente. El plan de Washington y Bruselas debe englobar aspectos vitales para enfrentar las consecuencias de una intervención en Siria, independientemente del alcance y tamaño que esta suponga.
Los principales interrogantes que deben ser considerados ante los retos estratégicos en tal dirección, a mi juicio son:
a) ¿Quién es y quién será el socio estratégico militar y político dentro de Siria de principio a fin de cualquier operación Occidental? ¿Quiénes se harán cargo de los ministerios en Damasco y controlaran la seguridad y la estabilidad una vez que se produzca el cambio político, si se produce?
b) ¿Cuál será la participación árabe junto a EEUU y la UE? ¿Hasta dónde llegará el apoyo de los países del Golfo, Jordania y Turquía, sobre todo si Irán participara militarmente de forma directa a favor de Assad?
c) ¿Cuál es el plan de neutralización y respuesta si Hezbollah e Irán reaccionan a la implicación de la UE y EEUU? ¿Existe una estrategia que incluya una respuesta global de Bruselas y Washington a un movimiento de fuerza en tal sentido por parte de Irán?
d) Por último, pero no menos importante, ¿Hacia dónde marchará políticamente Siria después que Assad se haya ido? ¿Será una democracia laica, un régimen islamista-teocrático o un gobierno militar? Es crucial comprender y evaluar nuevas opciones estratégicas antes de que comience el compromiso de la comunidad internacional para que todos los actores sean conscientes de las implicancias del proceso. Pero fundamentalmente, de las consecuencias de tal proceso para no repetir historias fallidas como la que estamos viendo por estos días en Egipto, y sobre todo, para dar la oportunidad al pueblo sirio de encaminarse en paz al progreso y la modernidad, dejando atrás esta oscura y dolorosa etapa que ha manchado como nunca su milenaria historia y cobrado la vida de miles de inocentes.