El kirchnerismo y los pueblos de Potemkin

Al evaluar las múltiples crisis que enfrenta la Argentina, se observa que el régimen de la presidente Cristina Fernández se jacta a diario en sus innumerables cadenas televisivas sobre sus “políticas de inclusión social y lucha contra la pobreza”.

Todo ello, presumiblemente, en contraste con la vieja modalidad que, según el kirchnerismo, hizo necesario reescribir un discurso para relegar todo lo anterior al basurero de la historia.
En cierto sentido, la Presidente ha tenido éxito en la comercialización de esa nueva modalidad de hacer política basada en la creencia de que la percepción es más importante que la realidad. En otras palabras, lo que importa es cómo se ven las cosas en este momento, y particularmente antes de octubre, y no lo que las cosas son realmente o pudieran ser en el largo plazo.

Como concepto, esa visión de la política del kirchnerismo no es nueva, fue descrita claramente por el escritor marxista francés Guy Debord en un muy buen libro del año 1967 titulado La sociedad del espectáculo. En una sociedad como la que describe Debord, nada es bueno ni malo. Las cosas no se ven bien ni mal. Lo que importa es la superficie, la fachada y la decoración.

Un supuesto clave del que parte Debord es que el espectador, es decir, la sociedad civil, tiene una capacidad de atención limitada y es incapaz de retener demasiadas imágenes durante mucho tiempo, por tanto hay que hacerla feliz en el momento y mañana: ¡que la suerte los ayude! Continuar leyendo

Venezuela y la maldición del petróleo

Con la atención centrada en los dramáticos acontecimientos de Ucrania, otro levantamiento contra el totalitarismo mucho más cercano a la Argentina no ha sido tratado mediáticamente como se merece. Sin embargo, la lucha por la libertad Latinoamericana no es menos importante; está en juego el futuro de Venezuela y ello puede tener un gran impacto en materia de reestructuración política regional e internacional. Un cambio democrático en Venezuela podría revertir la tendencia izquierdista autocrática que se inició en América Latina hace décadas e inspiro nuevos rumbos en Argentina, Ecuador, Nicaragua y Bolivia e incluso puede reorientar la dirección política de Brasil y Uruguay en función de la impronta de izquierda en estos últimos dos países.

A primera vista, Venezuela dispone de la quinta mayor reserva de petróleo del planeta, por lo que debería ser uno de los países más prósperos del mundo. Su importancia como productor es tal que el mercado energético de América del Norte no puede prescindir de abastecerse del petróleo venezolano. Su población, de unos 25 millones de habitantes no es lo suficientemente grande como para plantear problemas o exigir soluciones a la arraigada y masiva pobreza, pero tampoco es tan pequeña como para impedir el surgimiento de un fuerte mercado interno. Sin embargo, Venezuela es un ejemplo de fracaso en gestión política y una brutal frustración para su ciudadanía.

La era chavista desperdició rotundamente más de una década al arrojar el país a la nada. Los sangrientos acontecimientos de Caracas y las ciudades del interior muestran incluso que socialmente hay combustible hasta para una guerra civil.

La Venezuela actual remite a la paradoja de los pueblos árabes: gobernantes ricos y ciudadanos pobres. Los venezolanos son una víctima más de la famosa “maldición del petróleo” igual que en Oriente Medio. Recordando a gobernantes árabes en sus frases insensibles vino a mi mente el fallecido Rey Fahd. El monarca saudí solía decir que “el país petrolero ideal es aquel que tiene grandes reservas de petróleo y población pequeña”. En la década del ’70, Venezuela encajaba exactamente en esa definición. Sin embargo, lo que Fahd presumiblemente no tuvo en cuenta fue el efecto nefasto del enorme ingreso petrolero controlado por una élite estrecha de ideas y adicta a la corrupción de la izquierda internacional. Así, cuanto más petróleo extrae y vende Venezuela: sus gobernantes se vuelven más ricos y sus pobres más pobres en términos absolutos.

Al igual que los autócratas árabes, la elite chavista nunca tuvo interés en tomar riesgos de inversión para el desarrollo industrial, agrícola o ganadero a efectos de modernizar y ampliar esas industrias. El régimen no necesita del pueblo como fuerza de trabajo puesto que la producción de petróleo no requiere más que de un pequeño número de empleados, en su mayoría extranjeros. Tampoco necesita a la gente para votar por ellos porque se constituyo -de facto- en partido único y llegado el caso no duda en realizar fraude electoral. Peor aún, la élite chavista tampoco necesita de las personas como contribuyentes para financiar el estado. Los ingresos petrolíferos pagan holgadamente los gastos de sus fuerzas armadas y de seguridad al igual que su ejército de burócratas. Por último, ni siquiera necesitan de la gente para la defensa del país. Si ello fuera necesario esa tarea la llevarían a cabo las fuerzas militares de sus aliados interesados en el libre flujo de su petróleo.

Cuando el coronel Hugo Chávez Frías llegó al poder con una marea de votos que le otorgó legitimidad popular, en el año 1999, algunos idealistas latinoamericanos y europeos esperaban que Venezuela emergiese como superpotencia latinoamericana. Pero ese sueño quedó prontamente sepultado cuando Chávez se dio a conocer como hijo putativo de los hermanos Castro. Quince años más tarde, con Nicolás Maduro como sucesor de Chávez y presidente, el país se parece más a la escena de un accidente aéreo que a un estado petrolífero moderno. La inflación es casi de un 70 %, la tasa de desempleo de un 24 % y  la economía nacional, si alguna vez hubo tal cosa, va a la deriva y sin horizonte alguno. Más de la mitad de Venezuela sufre la escasez de alimentos básicos y los cortes de energía como el racionamiento se han convertido en ‘la normalidad’ en algunas provincias del interior del país.

Durante los últimos 15 años más de 2,4 millones de venezolanos emigraron (casi el 10 % de su población activa), entre ellos cientos de miles de profesionales. En contraste, Venezuela ha importado decenas de miles de personas procedentes de Cuba; terroristas fugitivos de las FARC colombianas y de la ETA vasca. Hoy, el régimen se apoya en una red de seguridad establecida por la inteligencia cubana y acredita 800 hombres en una desconocida misión diplomática persa que tiene más de militar de parte de Irán y Hezbollah reclutando personas de las comunidades de Oriente Medio y de la propia América Latina que a una verdadera función de una embajada acreditada normal y legalmente.

A pesar de su enorme riqueza petrolera, Venezuela es un país sin crecimiento, desarrollo, ni futuro, ello por exclusiva responsabilidad del régimen gobernante que ha sabido conseguir. En términos más amplios, incluso se ubica detrás de las naciones islámicas más pobres del planeta, como Pakistán. Sin embargo, existen áreas en las que Venezuela es líder mundial. El año pasado se registraron más de 25.000 asesinatos, por lo que es primero en el ranking de homicidios por delante de Honduras y Sudáfrica. Y con 113 ministros del gabinete, Venezuela arrebató a China la primera posición en lo que refiere a una pesada y corrupta plantilla de burócratas gubernamentales.

Nadie puede saber cómo finalizará la actual crisis. La vasta red de seguridad y las milicias populares creadas por el chavismo al militarizar su sociedad civil y politizar sus fuerzas armadas podrían ser desplegadas en su total capacidad para aplastar la revuelta popular de civiles desarmados. Con todo, una cosa es cierta, a pesar que Maduro todavía finge ignorarlo: la revolución chavista bolivariana es un enfermo terminal cuya agonía puede ser más o menos larga, pero su muerte es segura.

La mayoría de los venezolanos, incluyendo aquellos que inicialmente apoyaron a Chávez, hoy quieren seguir adelante sin el Socialismo del siglo XXI. Hay indicios que las fuerzas armadas podrían no estar dispuestas a matar más gente para mantener a Maduro en el poder. Al mismo tiempo, un movimiento militar al estilo egipcio se estaría gestando dentro de un reducido grupo del generalato. Aun así, la mejor solución sería que parte de la clase gobernante rompa con el régimen y promueva junto a la oposición una opción de poder político nuevo.

Como sea, salir de la ciénaga del chavismo será sólo el primer paso. El verdadero reto para Venezuela será encontrar la forma de deshacerse de la maldición del petróleo y encarar su destino de rico país productor en forma racional y responsable, y por sobre todo, sin olvidar los derechos y la libertad de sus ciudadanos para no repetir historias de los años ’70 que dieron la posibilidad de que personajes como los actuales estén destruyéndola como país.