Hamas puso fin, unilateralmente, a la tregua acordada con Israel. ¿El argumento? Que el gobierno de Benjamín Netanyahu no había aceptado (en el mínimo lapso de dos días) ninguna de las exigencias planteadas por la organización que controla la Franja de Gaza. En otras palabras, Hamas entiende una tregua, en las que ambas partes pueden exponer sus aspiraciones, como una forma de extorsión: si no cumplís, te vuelvo a atacar, cosa que hizo de inmediato y tuvo la previsible respuesta israelí.
Los ataques de Israel en la Franja de Gaza conmueven al mundo. Nadie puede permanecer indiferente ante esta agresión, ni dejar de interrogarse si no habrá otros modos menos letales de resolver un conflicto que, como sabemos todos, lleva muchos años sin solución.
Este breve comentario intenta mostrar que quienes formulen esa pregunta tienen razón, pero deberían hablar con Hamas, la organización que cuenta con una rama política y otra de combate, las brigadas Ezzedim al-Kassam. En su accionar de los años recientes, Hamas vino recibiendo apoyo de Irán, la teocracia shiita de los ayatollahs, que de un modo u otro ejerce influencia sobre Irak (país caotizado, con mayoría shiita), Siria (donde gobierna una dictadura perteneciente a una rama del shiismo) y naturalmente sobre Hezballah, la guerrilla fundamentalista shiita libanesa que hostiga a Israel por el Norte y cuya ala política tiene fuerte peso en el gobierno de ese país.
El territorio palestino más extenso es Cisjordania, donde reside la Autoridad Nacional Palestina (ANP), a cuyo frente está Mahamud Abbas (Abu Mazen), un político que proviene del grupo Al-Fatah. En términos de relaciones internacionales, este gobierno, con sede en Ramallah, es el único reconocido como legítimo. Muy recientemente, ambos grupos (el de Gaza y el de Cisjordania) suscribieron un acuerdo para integrar un gobierno de unidad, algo que fue rechazado de inmediato por Israel que considera a Hamas (como también lo hacen Estados Unidos y la Unión Europea) como una organización terrorista.
Sin entrar en detalles, Hamas hostiga a Israel por todos los medios a su alcance, sea lanzando lluvias de proyectiles de corto alcance o misiles, que pueden llegar hasta Tel-Aviv, o secuestrando y asesinado jóvenes israelíes. Estas acciones motivan respuestas de Israel que hace unos años se retiró de la Franja de Gaza y, al ser hostilizado, toma represalias, con bombardeos e incursiones terrestres. La actual es una entre varias ocurridas en tiempos recientes.
Se explica la conmoción universal que generan estos ataques, siempre sangrientos. Pero esta es sólo una parte de la historia; la otra lleva a preguntarse qué hace Hamas para provocar estas reacciones por parte de Israel. Simplemente, se limita a repetir no sólo que no reconoce a Israel ni acepta ninguno de los acuerdos preexistentes con los palestinos, sino que su principal objetivo es que el estado de Israel desaparezca de la faz de la Tierra. Es decir, que Hamás no deja el menor resquicio que permita pensar en algún tipo de acuerdo, en alguna forma de convivencia que, como se repite con frecuencia, permita a dos Estados convivir en paz.
Cada vez que Hamás repite “no queremos otra cosa sino la desaparición del estado de Israel” está lanzando una bomba de destrucción masiva que naturalmente no puede quedar sin respuesta. Desde que los seres humanos deambulamos por la Tierra no hubo arma más letal que las palabras (esto no es nuevo, lo dijo mejor Arthur Koestler). Son las palabras las que conducen a las guerras. Y algunas conllevan tal carga de hostilidad y provocación que no dejan lugar para respuestas que no sean también violentas.
Se trata de la lógica del “enemigo absoluto” que planteaba Carl Schmitt, el pensador alemán que se sumó a las filas del nazismo y luego de caído éste, por una curiosa transfiguración, fue cooptado por la extrema izquierda, muy particularmente por los movimientos guerrilleros, entre otros, los de América Latina. Para Schmitt, el “enemigo absoluto” es aquel a quien no le interesa discutir o negociar nada, sino sencillamente eliminar al adversario. Algo ocurre también en otros escenarios de estos días, como por ejemplo en Siria e Irak, donde avanza el Estado Islámico de Abu Bker al-Baghdadi, para quien todos aquellos que no adhieran a su nuevo sultanato son infieles y, por lo tanto, deben ser eliminado, o en el mejor de los casos se les puede concede la “gracia” de abandonar el lugar, sus casas y pertenencias, a cambio de su vida.
¿Qué puede hacer Israel cuando Hamas agita una bandera de destrucción y muerte sin alternativa, muy por el estilo de Al-Baghdadi? ¿Qué haría cualquier ser humano con alguien que se le plante delante y le diga que su único objetivo es aniquilarlo? Son esos y no otros los términos en que hoy se plantea la confrontación entre Israel y Hamás. Y aunque sabemos (o creemos saber) que este grupo extremista no está en condiciones de hacer desaparecer ahora mismo a Israel, una vez pronunciadas las palabras, es inevitable preguntarse qué puede depararnos el futuro.
Israel es una democracia parlamentaria, con diversidad de partidos políticos y múltiples matices, hay “palomas” y “halcones” y el debate público es permanente. Sin embargo, cuando asoma un peligro de supervivencia (y los israelíes viven sobreviviendo desde 1948), pareciera que las preferencias de la sociedad se vuelcan hacia un gobierno de liderazgo fuerte, como lo es el actual. Si algo tiene en claro éste es que no puede quedarse cruzado de brazos, esperando a que Hamas pueda convertir sus andanadas verbales de destrucción masiva, en aceros y explosivos tangibles, que hagan peligrar la existencia del país.
Eso explica las incursiones en Gaza, un territorio muy pequeño y superpoblado donde es imposible operar sin producir daños. Pero lo que no hay que olvidar que cada ataque de Israel en la Franja, cada bomba, cada disparo, en realidad partió de Hamas. Es su fanatismo, su intransigencia y en última instancia su rencor contra Israel la responsable; es Hamas quien debería responder a la pregunta inicial acerca del camino que podrían recorrer ambas partes para poner fin al enfrentamiento. Y, para completar el cuadro, son los palestinos moderados, que los hay, más de los que se piensa, quienes deberán jugar un papel más activo para neutralizar a los extremistas con quienes, según ellos mismos lo proclaman, no hay diálogo posible.