Luego del colapso de la convertibilidad, la Argentina dejó atrás uno de los procesos más tristes de su historia, cuyos efectos económicos, productivos y sociales aún hoy acarreamos. El período que va de 1976 hasta la caída del modelo neoliberal nos cargó de numerosas “mochilas”: altos niveles de desigualdad, la desarticulación de la estructura productiva, la destrucción de miles de empresas, muchas de las habilidades y conocimientos de nuestros recursos humanos fueron degradadas, el abandono de las instituciones de ciencia, tecnología y educación, la mutilación del Estado en sus capacidades esenciales de intervención y el sometimiento de nuestra economía a los grandes centros de poder financiero mundial. Cualquier indicador que uno compare al inicio y al final de dicho período demuestra el fracaso de aquella concepción de país, que introdujo a la economía en un sendero de estancamiento y produjo un profundo agravio a las condiciones de vida de los argentinos.
Los industriales metalúrgicos podemos dar testimonio de ello, ya que en 2001 nuestro sector se redujo a un tercio de lo que era a principios de los años 70, ya sea en cantidad de empresas, empleo, valor agregado y participación en las exportaciones y en el PBI industrial.