Si no reaccionamos a tiempo pronto, muy pronto, la extrañaremos. Fue la bandera y el buque insignia de la identidad nacional, el ícono de la argentinidad, el lujo y el orgullo de generaciones que despertaban la admiración y, ¿por qué no decirlo?, un poquitín de envidia en los sectores ilustrados de los países vecinos. Hablo de la clase media que está a punto de desaparecer fagocitada por un ejército letal de parásitos y depredadores surgidos y protegidos por la indolencia de la sociedad y la avidez crematística de la dirigencia.
A ese Occidente, al que alguna vez adherimos sin reservas ni tapujos, le tomó milenios producir esa masa crítica. Sin ella hubiera resultado impensable el surgimiento de la democracia, una concepción del Gobierno de los hombres que se basa en la acción de gente capaz de proveer a sus necesidades básicas y destinar un excedente a otros fines trascendentes. Lo suficientemente apegada a la vida como para imaginar modelos de convivencia en paz y lo suficientemente solidaria como para crear y desarrollar un esquema de equilibrio social en el que los más pudientes garantizaran los servicios esenciales a los menos afortunados.
Corrieron ríos de sangre y diluviaron masas cuantiosas de angustias y sufrimientos para que el ser humano se diese cuenta de que un mundo dividido entre señores y vasallos estaba abocado al conflicto permanente. Continuar leyendo