¿Infidelidad en plena luna de miel?

“Una cosa es tener distintas visiones, ideas y propuestas; otra, avasallar las instituciones con proyectos personalistas o hacer uso del poder en beneficio propio”, deslizó el flamante Presidente en su discurso de asunción. Con cadencia, sosiego y firmeza, Mauricio Macri agregó: “El autoritarismo no es una idea distinta, es el intento de limitar la libertad de las ideas y de las personas”. El hemiciclo respondió el guiño institucionalista con un aplauso medido, pero sostenido. La república recuperaba las fronteras que separan a sus tres poderes. Kirchnerismo sonaba a ancien régime. ¿Pluralismo para todos y todas?

Días después, el nuevo inquilino de la Casa Rosada trituró sus palabras. Eludió a la Cámara Alta y designó mediante un decreto a dos jueces para la Corte Suprema. El relato procedimental que desplegó durante toda la campaña electoral quedó hecho trizas. Le saltaron a la yugular el periodismo, los constitucionalistas y la totalidad de la oposición. La luna de miel sufrió su primer altercado. Macri conoció el lado b de la máxima envestidura; sintió el revés, recalculó y pateó la pelota para febrero.

La primera lectura —al vuelo— indica que el jefe del Ejecutivo mostró su faceta autoritaria, la predominante, aquella que pudo esconder detrás del humo del marketing político. Este sería el Macri empírico: alérgico a los frenos y los contrapesos republicanos, adicto a las mieles del poder. Como cualquier caudillo. Como cualquier populista. Como cualquier outsider que descubre la textura interna del poder. Cuando se llega al centro de mando, se acaban las prédicas consensualistas. Esta decodificación fue la que imperó en el kirchnerismo nuclear. El resto de la góndola política contuvo la respiración y se acotó a criticar la jugada. Continuar leyendo

¿Quién ganó la batalla entre Clarín y el kirchnerismo?

El cambalache comenzó con la firma de Guillermo Moreno, en septiembre del 2007, que convalidó la fusión entre Multicanal y Cablevisión. Dos primaveras después, a contracorriente, el Gobierno de Cristina Fernández promulgó la ley de medios. Al año siguiente, Amado Boudou intentó desarticular la amalgama de las dos corporaciones con una resolución. Y, hace diez días, la Justicia Civil y Comercial porteña corrigió al vicepresidente y ratificó la unificación de ambas empresas. En el medio de este trabalenguas político-jurídico, fuimos testigos de “la 125”, “cruzadas culturales”, fallos de la Corte Suprema, extracciones de ADN, guantes de boxeo en un asamblea de Papel Prensa y dos preguntas retóricas que quedarán en la antología de las chicanas criollas: “¿Qué te pasa, Clarín? ¿Estás nervioso?”.

Todo muy fluctuante. Todo muy apasionante. Pero asoma el crepúsculo del kirchnerismo -al menos, en su versión sui generis- y la duda continúa flotando en el aire: ¿Quién ganó la disputa entre el Gobierno nacional y Clarín?

La respuesta posee diferentes ángulos de toma. Uno, por ejemplo, es el económico. En este plano, el colosal conglomerado comunicacional parece haberse impuesto. Y un claro indicio es el fallo reciente de la sala II de la Cámara Civil y Comercial que aprobó la mixtura entre Multicanal y Cablevisión, impulsada en sus inicios por el entonces presidente Néstor Kirchner mediante la resolución 257. Pero no solo eso. En estas semanas, Clarín se quedó también con el 49 % de la operadora móvil Nextel. Dos pájaros de un tiro. Pruebas fehacientes de que la empresa de Héctor Magnetto, lejos de replegarse, está en franca expansión. Su perímetro aumenta día a día. Continuar leyendo

Los siameses Daniel y Mauricio

El escenario electoral actual ofrece dos niveles de análisis. Si elegimos el lente sin aumento para decodificar la realidad, observamos que hay una polarización imperante entre dos fuerzas: Cambiemos y Frente para la Victoria. Enfrentamiento que, básicamente, reposa en las diferencias que habitan en la genética de las estructuras (recursos, comunicación, militantes, estética, desarrollo territorial, etcétera) que impulsan a los dos candidatos de mayor fuste y en sus respectivas tradiciones (el macrouniverso del peronismo y el club del liberalismo autóctono).

Pero si escogemos el microscopio y lo colocamos sobre el tipo de liderazgo que ejercen Daniel Scioli y Mauricio Macri, la dicotomía le deja su asiento a la homogeneización. Ambos aspirantes, por más que le duela al círculo rojo y al kirchnerismo progresista leal a las directrices de CFK, poseen numerosas similitudes. Y no solo en su visión económica (los dos equipos económicos afirmaron que, después del 10 de diciembre, será ineludible sentarse a negociar con los fondos buitres para acceder al crédito internacional), sino también en su muñeca política.

Tanto el cabecilla naranja como el adalid amarillo poseen unos rasgos que el intelectual Joseph Nye (junior) ubicaría en la categoría de liderazgo femenino. Se los percibe dispuestos a colaborar con los demás, intercambian opiniones con adversarios, son integradores (dentro de ciertos márgenes, obviamente) y replican conductas de sus seguidores. Características, por ejemplo, ausentes en CFK, que, siguiendo la estela del teórico norteamericano, paradójicamente, se encuadraría en el liderazgo masculino: firme, competitiva, absorbente y decidida a dirigir la conducta de los demás. Las vueltas del léxico genérico. Continuar leyendo