En el 2011, la cosmovisión progresista, encabezada por Hermes Binner, recaudaba el 16 % de los votos. Cuatro calendarios después, la cosecha en las PASO osciló entre el 3 % y el 4 %. Números que, además de estacionar a Margarita Stolbizer lejos del podio presidencial, de cara al 2016, ponen en jaque al esqueleto legislativo del espacio en los tres niveles: municipal, provincial y nacional.
Pero más allá de la introspección que haga la socialdemocracia autóctona sobre su performance electoral, la sociedad debería ponerle el ojo al destino de esta fuerza. Salir del microclima polarizante, impuesto por el Frente para la Victoria y Cambiemos, tomar una bocanada de aire fresco y reflexionar sobre la utilidad que tiene para el sistema democrático la presencia de una centroizquierda voluminosa, ágil y vigorosa en el Congreso.
Cuando es leal a su ethos reformista, el progresismo tiene la capacidad de inyectar en la agenda pública problemáticas inéditas, que son ignoradas por la vorágine de la coyuntura, escondidas por poderes fácticos de considerable espesor o, directamente, estériles para la dirigencia política, ya que no implican réditos electorales en el corto plazo. ¿Un popurrí al vuelo? Continuar leyendo