Que bajó 15 kilos. Que probablemente se haya hecho un tratamiento de piel. Que las ojotas doradas. Que la mochila animal print. En fin: las observaciones estéticas que hacen los medios de comunicación sobre María Eugenia Vidal merecen un etcétera. Pocos detalles quedan afuera. El último descubrimiento —que alcanzó el estatus de titular— fue que la primera dama, Juliana Awada, era su asesora de vestuario. Toda una ¿primicia?
Meses atrás, cuando Vidal ya había ganado la Gobernación, el filósofo José Pablo Feinmann tropezó en una entrevista radial con su propio machismo y soltó entre risas: “Soy un tipo de mucho humor, porque si no, no podés tolerar que esta chica tan rica, tan linda, haya ganado la provincia de Buenos Aires. No sabe lo que le va a pasar ahí. Puede gobernar brillantemente la provincia de Buenos Aires o puede ser víctima de ese trabajo y terminar en una trata de blancas”. La opinión pública, con razón, le saltó a la yugular.
Lo paradójico es que entre los críticos más entusiastas del intelectual estaba ese mismo periodismo que hoy empuja a la gobernadora a caminar por la pasarela. Esa prensa que reduce el mundo de la joven dirigente a un escaparate. Esos medios que dicen poco —o nada— sobre sus cualidades técnicas, su olfato político o sus yerros en la gestión. La cobertura gira en torno a su figura; lo político queda relegado al rincón de la anécdota. Como si fuera un complemento, cuando es lo primordial, la razón que justifica que Vidal sea noticia. Continuar leyendo