Que bajó 15 kilos. Que probablemente se haya hecho un tratamiento de piel. Que las ojotas doradas. Que la mochila animal print. En fin: las observaciones estéticas que hacen los medios de comunicación sobre María Eugenia Vidal merecen un etcétera. Pocos detalles quedan afuera. El último descubrimiento —que alcanzó el estatus de titular— fue que la primera dama, Juliana Awada, era su asesora de vestuario. Toda una ¿primicia?
Meses atrás, cuando Vidal ya había ganado la Gobernación, el filósofo José Pablo Feinmann tropezó en una entrevista radial con su propio machismo y soltó entre risas: “Soy un tipo de mucho humor, porque si no, no podés tolerar que esta chica tan rica, tan linda, haya ganado la provincia de Buenos Aires. No sabe lo que le va a pasar ahí. Puede gobernar brillantemente la provincia de Buenos Aires o puede ser víctima de ese trabajo y terminar en una trata de blancas”. La opinión pública, con razón, le saltó a la yugular.
Lo paradójico es que entre los críticos más entusiastas del intelectual estaba ese mismo periodismo que hoy empuja a la gobernadora a caminar por la pasarela. Esa prensa que reduce el mundo de la joven dirigente a un escaparate. Esos medios que dicen poco —o nada— sobre sus cualidades técnicas, su olfato político o sus yerros en la gestión. La cobertura gira en torno a su figura; lo político queda relegado al rincón de la anécdota. Como si fuera un complemento, cuando es lo primordial, la razón que justifica que Vidal sea noticia.
La variable cultural puede explicar esta cosificación. A tono con la preocupante radiografía social (según la organización La Casa del Encuentro, durante el 2015, hubo un femicidio cada treinta horas en el país), el periodismo continúa empapado de determinadas concepciones que postergan la igualdad de género. Es decir, dista de ser un instrumento pedagógico de vanguardia que ayude a revisar ciertas estructuras arraigadas en el inconsciente colectivo y, en simultáneo, invite a realizar una introspección social. Simplemente, galopa al compás del sentido común. Oficia como caja de resonancia de una sociedad que, en su mayoría, permanece atada al imaginario del macho alfa.
También está la opción política. Por simpatía ideológica o beneficios económicos, los principales medios de comunicación utilizan este tipo de noticias como artificios para distraer a la sociedad y así evitar una erosión temprana en el Gobierno provincial que conduce Vidal. Es que los primeros tres meses no han sido para nada sencillos en el sillón de Dardo Rocha. Despidos por doquier, calurosas negociaciones con los sindicatos y recortes en áreas estratégicas del Estado fueron algunas de las medidas que suspendieron la clásica luna de miel que tiene cualquier flamante gestión con la ciudadanía.
Pero quizás lo que no detectan los jefes de redacción es que, en el mediano y el largo plazo, tanto en su tarea al frente de la provincia como en su proyección como cuadro político, este tratamiento mediático puede llegar a condicionar a Vidal. Si bien la estética es gravitante en la escena contemporánea (al menos eso indican los manuales de marketing político y los estudios demoscópicos), la percepción de liderazgo que realizamos como ciudadanos es bastante más compleja. Factores como la capacidad para generar consensos, la solidez discursiva, la muñeca para manejar situaciones críticas y el equipo de trabajo también entran en juego en nuestros esquemas mentales. El elector necesita nutrirse de esa información para moldear su apreciación política. Y si no se la brindan, el concepto que se forma queda trunco.
Despojar a una dirigente de estas competencias es, sin duda, quitarle la posibilidad de ungirse como una líder. No permitirle que sea evaluada, como cualquier otro político, de manera completa por la ciudadanía. Y eso, además de socavar el principio de objetividad, fundamento rector del periodismo, que rechaza cualquier recorte parcial de la realidad, significa una desventaja para la ex vicejefe del Gobierno porteño. Vidal, de esta manera, no puede ser analizada desde todos los ángulos. Su liderazgo, según este enfoque periodístico, se acota al plano estético. Nada más. Lo que denota una desconfianza tácita hacia las virtudes de la gobernadora por parte de estos sectores mediáticos.
Todavía flota cierta resistencia en el periodismo vernáculo al ascenso de la mujer. Como si las empresas comunicacionales no quisieran asumir que el sexo femenino se mudó —hace tiempo— de las páginas de sociedad, moda y cocina a la sección de política. Y que, de ahí, no va a moverse. Al contrario: cada vez más seguido va a pedir portada. Porque, como lo demuestran la región (Michelle Bachelet, Dilma Rousseff, por citar dos casos retumbantes), Europa (Ángela Merkel lleva las riendas del viejo continente) y Estados Unidos (Hillary Clinton se encamina a ocupar el Despacho Oval), cada día son más las mujeres que pierden el miedo, esquivan estas estigmatizaciones y se animan a tomar el timón. Es un proceso ineluctable. Ya no hay vuelta atrás. Resta saber si lo harán solas o acompañadas y con el diario debajo del brazo.