“Sabemos dialogar y no queremos seguir sintiéndonos usados”, tituló el cacique Félix Díaz la semana pasada. Lo hizo como respuesta a la indiferencia del Estado nacional, que continúa ignorando los reclamos de los pueblos originarios. Ayer el kirchnerismo, hoy Cambiemos: al líder indígena le sobran razones para sentirse utilizado.
En diciembre pasado, Mauricio Macri le prometió a Félix Díaz que aceptaría una mesa de diálogo directa con los qom para solucionar sus principales problemas. El cacique confió en el jefe del Ejecutivo y levantó, horas después, el acampe en la avenida 9 de julio. Pero pasaron más de tres meses y no hubo respuesta. O sí la hubo, pero fue la misma que esgrimía el kirchnerismo: el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) es el canal formal por donde deben fluir las negociaciones entre el Estado y las comunidades originarias. Por afuera de ese ente, nada.
¿Otra frustración? Hasta el momento, sí. Nada parece indicar lo contrario. Félix Díaz y su pueblo siguen aguardando una señal del Gobierno. El secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, les informó que les iba a comunicar a Marcos Peña y a Macri la propuesta (un canal comunicacional directo para atender las problemáticas). El tema es que el Presidente ya la conoce. La escuchó —mínimo— dos veces: cuando pisó el acampe en las vísperas del ballotage y en los primeros días de su gestión. En ambas ocasiones se comprometió a materializarla. ¿La tercera es la vencida?
La (hasta ahora) apatía del oficialismo deja al descubierto la instrumentalización que se hizo durante todos estos años de los reclamos de Félix Díaz y de otros pueblos como los mocoví, bya guaraní, aba guaraní, chorote, tapiete y wichí. Desde las primeras protestas de envergadura, allá por el 2010, para reclamar la restitución del territorio de la comunidad Potae Napocna Navogoh en Formosa, hasta el acampe de la semana pasada en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), para pedirle a Macri que cumpla con su palabra electoral, la lucha de los pueblos originarios ha sido reducida —en numerosas ocasiones y por sectores de diferente cuña— a una herramienta política.
Mientras el jefe indígena denunciaba la expropiación de tierras por parte del Gobierno provincial de Gildo Insfrán, espacios políticos y mediáticos aprovecharon el conflicto para erosionar la autoestima progresista del kirchnerismo. Frente a la ficción del relato oficial que invisibilizó las atrocidades acaecidas en el norte, levantaron un contrarrelato que recortó y mudó un conflicto de calado histórico, como es el ensamble entre pueblos originarios y Estado, a una gramática polarizante coyuntural: Frente para la Victoria-oposición. Esta última narrativa convirtió a Félix Díaz en una catapulta. Sus demandas funcionaban como cascotes (simbólicos) que derribaban el castillo del relato kirchnerista.
El siguiente acto fue el encuentro con el papa Francisco. La foto entre Díaz y el máximo pontífice, en junio de 2013, fue traducida como la antítesis de la (supuesta) grieta imperante en el país. Un ejemplo de diálogo, tolerancia y convivencia que contrarrestaba con el autismo, la prepotencia y la radicalización que irradiaba el oficialismo de aquel entonces. Otro cross de costado al kirchnerismo, señalado como el único promotor de la división de los argentinos.
Dentro de ese antagonismo, se elaboró un juego dialéctico con Milagro Sala. La visión crítica de Félix Díaz sobre el Gobierno nacional le concedió un afable trato mediático, que lo acercó al mito del buen salvaje: honesto, justo y sosegado. En cambio, la líder de la Túpac Amaru fue colocada en la vidriera de enfrente, como la salvaje incorregible, violenta y envilecida por las arcas estatales. Dos lecturas tajantes que escondían el clivaje dicotómico circulante. Ambos actores eran valorados sólo en función de su geografía política: cuál era su ubicación frente al kirchnerismo. Poco se decía sobre el trasfondo de sus reivindicaciones, sus luchas y sus hojas de ruta. Mucho fin, nada de medios.
Ya derrotado el kirchnerismo, el eco de Félix Díaz se apaga lentamente. Las demandas de su pueblo pierden resonancia. Son contados los medios de comunicación y los dirigentes políticos que lo siguen acompañando en su lucha. Eso sí, las que no se extinguen son las calamidades que sufren los pueblos originarios: persecución, desnutrición, represión, expoliación, falta de agua y vivienda, por citar las más acuciantes. Estas siguen intactas, sin bandera partidaria alguna. Son de todos. Como dijo el mismo Díaz: “No queremos más migajas, exigimos un gesto del Gobierno que incluya al pueblo indígena como tal y no como macrista, peronista o radical”.