El Jefe de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, es un experto en producir shocks visuales. Su interpelación hacia el ciudadano se produce, principalmente, a través de impactos estéticos. La imagen es el mensaje. Acorde a los tiempos que corren, donde lo iconográfico avanza decidido sobre lo discursivo, el presidenciable busca convencer especialmente desde lo óptico. Léase: bailes originales – y envidiados por gran parte de la góndola política criolla– en un búnker electoral, que se viralizarán hasta el cansancio por las redes; o gigantografías, carteles y otros juguetes del marketing político que, con tan solo diez minutos de bicisenda, terminan por convencerlo a uno de que su color preferido siempre fue el amarillo. Continuar leyendo