Corre el mes de febrero. Neonazis le dan una brutal paliza en Mar del Plata a un activista del colectivo LGTB. De yapa, destrozan el local de la organización. Nos mudamos a marzo. También en la ciudad balnearia, una itaca (por ahora, la única culpable) talla con cinco balazos la fachada de un local de La Cámpora. Más plomo, esta vez en tierras porteñas. Balacera contra un local de Nuevo Encuentro en Villa Crespo. El saldo son dos mujeres heridas. Ambas están fuera de peligro. El odio, esta vez, no tuvo puntería.
Una extraña espiral de violencia cobra relieve en la política dómestica. Ciertos gérmenes de intolerancia se materializan en un malevaje visceral. ¿Nostálgicos de la Liga Patriótica? Puede ser: nacionalismo, catolicismo y homofobia es el cóctel de la primera agresión. En los otros dos atentados prevalecen el anonimato, la inorganicidad y el silencio. No hay patrones ni indicios que endilguen la autoría a algún espacio político en particular. Sólo queda clara una cosa: el kirchnerismo es el blanco.
Pero, más allá de la autoría, el método y los fines de estos agravios, vale la pena reposar el lente reflexivo sobre las condiciones sociales, mediáticas y políticas que permiten su irrupción. Repasar el momento que estamos atravesando. Escarbar en la realidad para intentar encontrar algunas razones, explicaciones o al menos hipótesis. Alguna línea que invite a pensar por qué el presente le abre la puerta a este tipo de anomalías. Continuar leyendo