¡Avisen a los docentes que se viene marzo!

Carta escrita por la ficticia señora Doña Rosa:

Está finalizando febrero, no puede hacerse nada para evitarlo. No te das cuenta por el clima, eso no, porque desde que empezaron las cosas del calentamiento global y las demás macanas que la humanidad se viene mandando, un día hace un frío de morirse, otro diluvia y otro estás sudando. Hay que gastar un dineral en boutiques y salones de belleza actualmente, hasta dónde iremos a llegar. Es un dilema para todas saber qué ponerse sin dejar de estar a la moda, toda una fatalidad.

La mejor manera de saber la fecha es leyendo noticias sobre los docentes en los diarios: todo el mundo sabe que en marzo empiezan las clases y que esos desgraciados siempre, pero siempre, siempre, siempre, andan por ahí pataleando para evitarlo. ¿Hasta tenemos que avisarles que no se puede detener el paso del tiempo? ¡Son unos soñadores, unos románticos, obvio! Siempre pensé que para elegir una carrera como la docencia, hay que ser fantasioso y estar un poquito tocado… ¡Pero los febreros no pueden ser eternos! ¡Confórmense con los feriados de carnaval, que son bastantes, y paren un poquito con la cantinela que ya nos la sabemos de memoria! Continuar leyendo

La importancia de un aula digna

En los viejos tiempos de mi trayecto por Humanidades de La Plata no existían los llamados “Talleres de Vida Universitaria”; te pasabas unas semanas perdido en pasillos, escaleras o baños con claraboyas buscando el aula 203 o la 305, entre pancartas y anuncios colgando y una marea de gente que, según uno creía, no dejaba de mirarte acusadoramente ante tu atrevimiento de novato. Cualquiera de los subsuelos hubiera merecido un capítulo aparte en el mencionado “Taller” de haber existido, y podría haberse titulado “Supervivencia en la húmeda oscuridad” o algo por el estilo. La nostalgia me hace ir por las ramas y ser contradictoria. Vuelvo.

A pesar de que a todas luces es evidente la influencia del espacio escolar en el desempeño de los alumnos, continúan levantándose voces que recuerdan su propia juventud transcurriendo sin estufas, sin ventiladores y en lugares inhóspitos. Yo misma, como alumna universitaria, puedo traer a esta página la descripción de memorables clases de Literatura Alemana en un aula del subsuelo mencionado en el primer párrafo, sin ventilación, dando la espalda a paredes por donde chorreaban líquidos de dudosa procedencia y poco dudoso aroma… y la conclusión es la misma: realicé mi proceso educativo igual.

Pero eran otros tiempos, en la actualidad, el viejo edificio espera su demolición, los alumnos cuentan con nuevos lugares de estudio y eso es lo correcto: por más que se alcen miles de voces que aseguren que las condiciones ambientales que rodearon sus estudios no fueron las óptimas, no se tiene por qué seguir así. Si uno tiene la suficiente fuerza de voluntad, puede aprender en un rancho, debajo de un árbol, en un club, una iglesia o un sindicato, con o sin estufa, con o sin ventilador (he dado clase en lugares no tradicionales  y escribo desde la experiencia). Sin embargo, nótese el resaltado de la frase “suficiente fuerza de voluntad”: estar en lugares semidestruidos, incómodos, con frío o calor extremos no colabora en absoluto y suma un factor terrible a la larga lista de problemas que debemos solucionar;  una deficiente infaestructura es considerada, en los informes de la UNESCO, una falla en la eficacia, algo que puede generar una crisis en todos los niveles en la escuela y producir un colapso en su funcionamiento.

En Enfoque, situación y desafíos de la investigación sobre eficacia escolar en América Latina y en el Caribe, F Javier Murillo sostiene: “Los datos indican que el entorno físico donde se desarrolla el proceso de enseñanza y aprendizaje tiene una importancia radical para conseguir buenos resultados. Por tal motivo es necesario que el espacio del aula esté en unas mínimas condiciones de mantenimiento y limpieza, iluminación, temperatura y ausencia de ruidos externos…”. Durante el mes de febrero y parte de marzo los medios y redes sociales mostraron docentes declarando que sus escuelas y sus aulas dejan mucho que desear. Y las imágenes que circularon del problema fueron más que elocuentes.

¿Es tan difícil reconocer que hay que atender con urgencia el reclamo sobre las condiciones de los edificios escolares hecho durante el paro del comienzo del año por los docentes? Terminó el paro, los alumnos están dentro de las escuelas, pero muchísimas aulas están a años luz de la descripción idealizada de Murillo. No pertenezco a ningún gremio, sólo soy una docente de escuela pública de provincia. Nunca estuve dentro de un aula container, portable o como quieran denominarlas, pero no estoy en otro país sino en éste y conozco a fondo las paredes de durlock decoradas espontáneamente con hongos, la falta de ventilación, la humedad, las paredes electrificadas, los enchufes expuestos, los agujeros, la falta de vidrios, el ruido… todo eso sigue estando ahí. Las estufas pronto deberían encenderse, por más que todos los cuarentones salgamos a decir que “en nuestros tiempos no había estufas en la escuela y aprendimos igual”.   Debería escribirse un curso de “Vida en la escuela”, pero no para alumnos sino para docentes novatos, en donde se explique que su trabajo futuro se desarrollará en lugares increíblemente desagradables, entre paredes escritas y rotas, agujeros, humedad y clima desastroso, ruidos insoportables, etc.etc.

No, mejor no escribamos eso, escribamos esto y pidamos nuevamente a las autoridades que cambien ese factor imprescindible que afecta la calidad educativa. Rápido. Porque se viene el invierno y ni los docentes ni los alumnos nos merecemos esto, por más que muchos nos acordemos de los sabañones y ese tipo de cosas por el estilo, que deben quedar en la idealización de los tiempos pasados y no hacer el daño que están haciendo en el presente.