Cuando suene el timbre

“Los alumnos decidirán si ingresan al aula cada vez que suene el timbre”. El titular, que pertenece al diario Elentrerios.com, podría ser un chiste. ¿El tiempo verbal es correcto? ¿Se trata de una publicación satírica? ¿De una ficción?

La nota detalla (y critica) una propuesta simple: Los alumnos podrán, además de contar con casi cuarenta inasistencias durante el año para utilizar a gusto y placer, decidir su asistencia a clases durante la jornada educativa. “Me gusta Matemáticas, voy”. “No me gusta, me quedo andá a saber dónde y bajo la responsabilidad de quién (haciendo vaya a saber qué cosa)”. Esta propuesta (y muchos otros proyectos y directivas acerca de lo que debe suceder dentro de una escuela) se basa en la inclusión entendida en su forma más aberrante: estar, de vez en cuando, algunas horas adentro de un edificio escolar.

La opinión acerca de si es placentero, divertido o fácil estudiar no parece haber cambiado con el tiempo. No es raro escuchar a los adultos decir: “Cuando era adolescente, estudiaba porque en mi casa, si me llevaba alguna materia, cobraba”. No se estudiaba por gusto, en general era por obligación. En otras épocas, llegar tarde, hacerse la rata, no aprender adrede eran la excepción y no la regla.

No olvido la educación en tiempos de dictadura militar. Por supuesto, no estoy añorando tiempos espantosos repletos de censura y de miedo. Escribo sobre inclusión y sobre cómo cambió la tarea de enseñar, palabra que ha adquirido un matiz negativo a causa de un pasado que no debemos olvidar ni repetir. Continuar leyendo

Ser o no ser estudiante, ésa es la cuestión

Hace unos días fui convocada por el Bachillerato de Bellas Artes de La Plata: se cumplen 25 años desde que egresé de la institución. Con una sonrisa, leí en el bello programa donde figuraba mi nombre, que éramos la promoción XXX. En una ceremonia emotiva e inolvidable, me encontré asombrada ante un grupo de adolescentes que, desde el escenario del salón de actos, interpretaron en nuestro honor, un tango. Su profesora, Paula Mesa, egresada de mi promoción, había logrado darles la libertad de tocar sus instrumentos admirablemente, de cantar: durante unos minutos fuimos todos estudiantes, atemporales, felices, bañados por la música que borró edades e historias.

Me quedé pensando en ellos: para tocar un instrumento con libertad, es preciso pasar años practicando, estudiando, ensayar. Para ser músico, es preciso ser estudiante.

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