Cuando suene el timbre

“Los alumnos decidirán si ingresan al aula cada vez que suene el timbre”. El titular, que pertenece al diario Elentrerios.com, podría ser un chiste. ¿El tiempo verbal es correcto? ¿Se trata de una publicación satírica? ¿De una ficción?

La nota detalla (y critica) una propuesta simple: Los alumnos podrán, además de contar con casi cuarenta inasistencias durante el año para utilizar a gusto y placer, decidir su asistencia a clases durante la jornada educativa. “Me gusta Matemáticas, voy”. “No me gusta, me quedo andá a saber dónde y bajo la responsabilidad de quién (haciendo vaya a saber qué cosa)”. Esta propuesta (y muchos otros proyectos y directivas acerca de lo que debe suceder dentro de una escuela) se basa en la inclusión entendida en su forma más aberrante: estar, de vez en cuando, algunas horas adentro de un edificio escolar.

La opinión acerca de si es placentero, divertido o fácil estudiar no parece haber cambiado con el tiempo. No es raro escuchar a los adultos decir: “Cuando era adolescente, estudiaba porque en mi casa, si me llevaba alguna materia, cobraba”. No se estudiaba por gusto, en general era por obligación. En otras épocas, llegar tarde, hacerse la rata, no aprender adrede eran la excepción y no la regla.

No olvido la educación en tiempos de dictadura militar. Por supuesto, no estoy añorando tiempos espantosos repletos de censura y de miedo. Escribo sobre inclusión y sobre cómo cambió la tarea de enseñar, palabra que ha adquirido un matiz negativo a causa de un pasado que no debemos olvidar ni repetir. Continuar leyendo

Inclusión educativa, ¿una mera palabra?

Cierra otro año lectivo, cargado de problemas y deficiencias. No se cumplieron los 180 días de clases. Continúan los problemas de infraestructura, los docentes siguen cobrando muy poco, hubo alumnos que abandonaron la escuela y, los que se quedaron, no recibieron una educación de calidad óptima. Al parecer, la sociedad argentina finalmente se ha puesto de acuerdo con respecto a estos puntos y reconoce que urge un cambio. 

En estas épocas de precisión terminológica y eufemismos, la primera medida que deberíamos tomar es llamar las cosas por su nombre y, ya que reconocemos la existencia de un problema, actuar para resolverlo. Dejar de emitir mensajes contradictorios sería un buen comienzo, y eso se puede hacer hoy mismo, en los hogares. Términos como “divertirse” y “entretenerse”, por sólo tomar dos ejemplos, no tienen necesariamente relación directa con lo que sucede cuando se lleva adelante una situación de aprendizaje. Distinto es el caso de “interesarse”, que sí la tiene. La sociedad debe comprender y transmitir a sus hijos que aprender da trabajo, que demanda un esfuerzo y un compromiso. La escuela debe crear y promover situaciones de aprendizaje motivadoras e interesantes para sus alumnos, que son individuos con diferentes características, saberes previos y preferencias, y están juntos durante lapsos de tiempo largos dentro de aulas. “Te compadezco porque tenés que ir a la escuela”, “La escuela no sirve para nada”, “Los docentes no están capacitados”, “Pérdida de tiempo” no pueden ir junto a “Tu obligación es ir a la escuela”; no son mensajes positivos para nadie. El apoyo familiar que recibe cada alumno y lo que sus padres opinan acerca de lo que debe suceder durante las horas que los chicos están dentro de la escuela inciden sobre el desempeño individual, lógicamente. Si la actitud del alumno hacia el aprendizaje formal es negativa, la calidad de la educación que reciba no será la mejor, independientemente de los esfuerzos que hagan o no hagan sus docentes. Y la palabra que resuena por todos lados: “Inclusión”, se quedará siendo una mera palabra.  Continuar leyendo