¡Avisen a los docentes que se viene marzo!

Carta escrita por la ficticia señora Doña Rosa:

Está finalizando febrero, no puede hacerse nada para evitarlo. No te das cuenta por el clima, eso no, porque desde que empezaron las cosas del calentamiento global y las demás macanas que la humanidad se viene mandando, un día hace un frío de morirse, otro diluvia y otro estás sudando. Hay que gastar un dineral en boutiques y salones de belleza actualmente, hasta dónde iremos a llegar. Es un dilema para todas saber qué ponerse sin dejar de estar a la moda, toda una fatalidad.

La mejor manera de saber la fecha es leyendo noticias sobre los docentes en los diarios: todo el mundo sabe que en marzo empiezan las clases y que esos desgraciados siempre, pero siempre, siempre, siempre, andan por ahí pataleando para evitarlo. ¿Hasta tenemos que avisarles que no se puede detener el paso del tiempo? ¡Son unos soñadores, unos románticos, obvio! Siempre pensé que para elegir una carrera como la docencia, hay que ser fantasioso y estar un poquito tocado… ¡Pero los febreros no pueden ser eternos! ¡Confórmense con los feriados de carnaval, que son bastantes, y paren un poquito con la cantinela que ya nos la sabemos de memoria! Continuar leyendo

Un respetuoso silencio

Primer día de clases en una escuela bonaerense argentina. La docente aguarda emocionada ante la puerta del aula. Impecable, luce un peinado de peluquería, demasiado maquillaje, alhajas estridentes, zapatos cómodos bicolor con taco bajo. Bajo el rollizo brazo oprime la cartera de cuero liviana en esta época del año, flamante cofre que atesora una agenda primorosa (regalo del marido comisario), lapicera fuente azul, negra y roja, cuadernos vírgenes especialmente seleccionados, forrados, foliados y etiquetados… En el escritorio de roble espléndidamente lustrado la aguarda una humeante taza de té. Las blancas palomitas, no menos emocionadas, aguardan de pie en respetuoso silencio el “Buenos días, alumnos” para comenzar la jornada, tomar asiento y finalmente estrenar las no menos etiquetadas y esplendorosas lapiceras.

Digno de una novela… del siglo pasado, de los recuerdos almibarados de alguien de más de medio siglo de edad, de otros tiempos que se fueron para jamás volver. El “silencio respetuoso” dejó de ser impuesto, afortunadamente, pero en las escuelas de hoy el docente debe ganárselo. Porque no le es inherente, no le es atribuido, no viene con las blancas palomitas inculcado de las casas. De eso estamos hablando, cada uno a su manera, los docentes que salimos a protestar ante las acusaciones diversas donde suena de trasfondo la palabra “vago” a cada rato en este momento de discusión salarial.

Si entre todos no cambiamos esa concepción y no reconocemos al docente como un profesional de la educación (que no debe ser un sacrificado e ineficaz sacerdocio desde ningún punto de vista), los niños y los adolescentes argentinos continuarán escuchando en sus casas y televisores que la persona que está entrando en el aula no merece su respeto y las consecuencias de ese imaginario colectivo se verán en la educación argentina del siglo XXI, no en la del XX ni en la del XIX. Si le ponemos onda, lograremos el cambio.