“El periodismo es uno solo –me dijo un día un gran maestro del oficio–, usted le pone adentro lo que quiere”. El veterano comunicador se refería a que, en verdad, no existe un periodismo policial, económico, político o de espectáculo; que ese servicio social llamado periodismo, no es otra cosa que una plantilla en la cual un profesional manipula, según ciertos criterios de gramática, estilo y temática, la información. Algo así como que el maniquí siempre es el mismo; lo que cambia es el atuendo. Yo siempre imaginé que en ese “usted le pone adentro lo que quiere” se hallaba la metáfora de un gran ravioli al que uno rellena con el condimento que más le apetece. Y que luego hay que servirlo casi siempre en un plato dispar –no importa la magnitud del medio o que el más chico se coma al más grande-. Y nunca frío –en la temperatura justa del texto está el verdadero arte-. Pero que el adobo de esa pasta igualitaria debía contener –siempre– cuatro especias básicas: veracidad, claridad, concisión y rapidez.