Por: Guillermo Marín
“El periodismo es uno solo –me dijo un día un gran maestro del oficio–, usted le pone adentro lo que quiere”. El veterano comunicador se refería a que, en verdad, no existe un periodismo policial, económico, político o de espectáculo; que ese servicio social llamado periodismo, no es otra cosa que una plantilla en la cual un profesional manipula, según ciertos criterios de gramática, estilo y temática, la información. Algo así como que el maniquí siempre es el mismo; lo que cambia es el atuendo. Yo siempre imaginé que en ese “usted le pone adentro lo que quiere” se hallaba la metáfora de un gran ravioli al que uno rellena con el condimento que más le apetece. Y que luego hay que servirlo casi siempre en un plato dispar –no importa la magnitud del medio o que el más chico se coma al más grande-. Y nunca frío –en la temperatura justa del texto está el verdadero arte-. Pero que el adobo de esa pasta igualitaria debía contener –siempre– cuatro especias básicas: veracidad, claridad, concisión y rapidez.
Después de algunas décadas, sigo creyendo que aquel maestro de cien batallas estaba en lo cierto, sólo que para los que intentamos comunicar / opinar sobre salud, el periodismo científico es un área en la que las cuatro especias esenciales que también sazonan el guiso de la divulgación científica, hoy deben ser aumentadas visiblemente en cantidad y calidad.
Lo explico: la verdad siempre fue la matriz del periodismo profesional. Sin embargo, las nuevas tecnologías han hecho redoblar los esfuerzos del divulgador en lo que respecta al chequeo de datos. Si un paciente oncológico se encuentra a un clic de conocer, por ejemplo, los nuevos tratamientos farmacológicos de su enfermedad, el nombre equivocado de una droga o su dosis inexacta, pueden alterar la cura o el tratamiento de su padecimiento. En pocas palabras, dudar de quien dice ser nuestra madre, porque el error en divulgación científica siempre es doble: la salud y la enfermedad no van ni vuelven, ambas son una circunstancia del aquí y ahora.
La decodificación es el abracadabra del divulgador. Dejar de lado los tecnicismos es la mejor opción. Si simple, dos veces bueno. Aún en el caso de la televisión, dado que la imagen suele necesitar un texto sencillo que la explique.
Las ramas se han hecho para los pájaros. Irse a través de ellas es tema de poetas, no de periodistas.
Periodismo es literatura a alta velocidad, dijo Octavio Paz. Pero dijo su verdad cuando la Internet masiva era un sueño de garaje. La Red ha superado, incluso, a la velocidad de la información radial. Si para un periodista gráfico –y tradicional– siempre “es tarde para dar una noticia”, para uno digital el futuro ya pasó.
Lo que hoy es una convicción, mañana es una herejía. Esta es la idea de que los avances tecnológicos y científicos –aunque esto último esté en discusión dado que muchos aducen que sólo la tecnología es lo que avanza–, se producen en términos de horas. Estar al corriente de los cambios es, para un periodista especializado en divulgación, lo que para un productor musical será intuir la canción que sonará mañana. Pero manejar la actualidad y divulgarla, ¿no es también la materia prima de la que se nutren todas las variantes del periodismo? Por supuesto que el oficio –y la especialización– nos darán ese plus necesario que evitará, por ejemplo, confundir un virus con una bacteria. ¿Y los medios? ¿Y las grietas? Las ideas, no importa en qué vereda estemos, se deben articular de buena fe y los datos rigurosos, beneficien a quien beneficien, corresponde que sean publicados.
Hay algo más. El divulgador científico es un mediador entre la ciencia y la sociedad, con los riesgos y las satisfacciones inherentes a cualquier mediación. Pero el cimiento de su función es educar; y tal vez aquí hallemos la única variante que lo distingue con más nervio de los otros colegas, o con los tipos de la actividad de prensa. De todos modos, según Ryszard Kapuściński –uno de los mejores reporteros que dio la humanidad–, los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir y pensar), son el salvoconducto necesario para dominar el oficio –hablemos de Yves Saint Laurent o de la partícula de Dios–, para transformar la artesanía de la comunicación en un verdadero arte.
Feliz día, periodistas, colegas.