Oro rojo

Guillermo Marín

Banco de sangre, 12 de junio, 9:40 de la mañana. En unos minutos seré una más de las personas que en Argentina donan sangre. Una más entre miles. Un donante anónimo. Sin embrago, quienes donan en forma regular se sienten héroes. Tienen instinto solidario porque saben que unos 400 centímetros cúbicos de su líquido sanguíneo pueden salvarles la vida al menos a tres personas.
Sergio –un donante frecuente y voluntario -dice que la sangre es un bien humanitario tan preciado como un metal precioso. Y que su escasez varía según las épocas del año.
-Ahora en otoño –dice -hay más cantidad de donantes porque en verano la gente se va de vacaciones y se olvida de donar.
-¿Te sentís un héroe?
-Bueno, algo así.
Sergio cree que cada vez que dona su sangre forma parte de una “conciencia global” que hay que sostener en el tiempo, dado que hay países como la Argentina que aún no alcanzan a cubrir las necesidades transfusionales a nivel nacional. Siente que forma parte de un sistema de salud pública que tiene altos y bajos, pero que guarda especial interés por sus donadores.
-Desde hace dos años estoy en un registro de Donantes-, comenta.

Sergio –alto, morocho y cara angulosa- es una de los cientos de personas que forman parte del Registro de Donantes de Sangre (Redos) creado en 2013 por una resolución ministerial. La coordinadora del Plan Nacional de Sangre, Mabel Maschio, explicó en su momento que “el Redos permitirá saber en tiempo real cuál es la cantidad de gente que dona, su edad, grupo sanguíneo y lugares de donación”. De todos modos, en la Argentina sólo el 1,5 por ciento de la población dona sangre. Es decir, que de los más de 40 millones de habitantes que viven en el país, sólo 600 mil personas son donantes.
La escasez de líquido sanguíneo es un problema social crónico que puede poner en riesgo la vida de cualquier ciudadano. Esta realidad, sin embrago, no modifica nuestra conducta –comprender, por ejemplo, que en algún momento podemos necesitar una trasfusión de urgencia-. A pesar de las campañas que invitan a donar nuestra sangre, nos cuesta tomar la decisión.
A la fecha, los científicos no logran dar con un compuesto que la reemplace.
Hoy, la sangre artificial es un proyecto a largo plazo. Una meta fabulosa.
Un sueño de Steven Spielberg.

La recepcionista viste uniforme gris. Es pelirroja y tiene la piel blanca con pecas. Me da la bienvenida.
-Sí, me llamaste ayer. Bueno, estas son, por un lado, las preguntas del cuestionario que tenés que contestar. Después, cuando me lo entregás completo y firmado aquí –señala con la punta de su lapicera el lugar “aquí”- te doy una notificación para que leas. Una vez que me des todo, pasás a la entrevista con el doctor donde también se te hace una evaluación física.

Las preguntas son sesenta y cuatro y el cuestionario lleva por título “Historia clínica pre-donación”. Entre las consultas están las que se pueden juzgar como “de rutina” (“¿Sufre o ha sufrido hemorragias o problemas de coagulación? ¿Sufre de hipertensión arterial? ¿Le ha dado positivo un test de hepatitis? ¿Se ha hecho algún estudio para la tuberculosis? ¿Ha padecido cáncer?)  y las que pueden herir susceptibilidades (“¿Ha estado en contacto con alguna persona que padeciera una enfermedad infectocontagiosa?” ¿Ha inhalado cocaína? ¿Ha tenido sexo anal sin uso de preservativo, ya sea como miembro insertivo (activo) o receptivo (pasivo) de la pareja? ¿Ha sido víctima de violación, abuso sexual o cualquier forma de contacto sexual contra su voluntad?) Sin embrago, no hay consultas sobre la sexualidad de los pacientes, luego de que el ministerio de Salud ordenara suprimir o modificar en forma sustancial “las preguntas que tengan relación tengan con los actos privados de los donantes”.

La recepcionista me entrega una nueva ficha. Lleva por título “Información para el donante”. La notificación -me ha dicho -formará parte de la entrevista y de la evaluación clínica. Leo algo que me llama la atención. “¿Qué es el período Ventana?” La explicación: es el intervalo de tiempo que existe entre el momento en que una persona se infecta con un germen X (un virus, una bacteria) y el momento en que esta infección puede ser detectada (diagnosticada) con un análisis de sangre. El período ventana varía también según la enfermedad o infección, por ejemplo, para la hepatitis B puede ser de hasta un año. Dicho de otra manera: si un donante posee un virus, su período ventana puede cursarlo sin síntomas, es decir, la persona se siente sana y se considera apta. Sin embrago, presenta en su sangre un agente infeccioso que puede trasmitir al paciente que recibirá la donación. Y nada consigue detectarlo. Las preguntas se amontonan: ¿Entonces no hay sangre completamente segura, a pesar de los estudios rigurosos de laboratorio que se le practica una vez extraída? La respuesta es no. Pero las medidas que se toman para evitar contagios son extremas y se impulsarán a partir de las respuestas que dé el donante en una “entrevista en profundidad”. Y, por supuesto, en base los análisis de laboratorio. Éstas son las únicas formas de reducir el período de “ventana inmunológica”.

-Para nosotros, que realizamos análisis moleculares en el caso del VHI, el período ventana queda reducido a once días –me explica el licenciado Facundo Aguilar, especialista en hematoterapia –es decir, podemos detectar la infección después de once días de haberla adquirido el donante. De todos modos –aclara –esto varía en cada persona. Casi todos los infectados por el VIH tendrán anticuerpos detectables al cabo de tres a seis meses de producirse el contagio.

La entrevista que mantengo con el profesional no es más que la reafirmación o negación oral de lo que he respondido en el cuestionario. Una vez finalizada, firmo la “Declaración y consentimiento libre e informado del donante”. Es aquí en donde autorizo, entre otras cuestiones, a que se efectúen las pruebas necesarias para detectar infecciones transmisibles y la posibilidad de que la institución en la que he donado me notifique cualquier novedad que considere relevante.
Enseguida el especialista me toma mi nivel de hemoglobina, peso, pulso, temperatura y tensión arterial. Todo esto sin darme cuenta –me ha dicho – que cerca de 1,8 billones de mis glóbulos rojos quedarán depositados en una bolsa.

Antes de someterme a la donación, supe que no era necesario concurrir en ayunas y que la seguridad del donante está sustentada por estrictas normas de seguridad internacionales, es decir los elementos de extracción y depósito son descartables, por lo que resulta imposible contraer una infección. De todos modos, también se deben tener en cuenta algunos requisitos generales para donar: Tener entre 18 y 65 años de edad, pesar más de 50 kg, estar en buenas condiciones de salud (no manifestar el día de la donación ningún malestar), no haberse sometido a cirugías el último año, ni haberse realizado tatuajes, acupuntura, o perforación para aros en el mismo período y no haber estado en riesgo de adquirir infecciones de transmisión sexual que puedan transmitirse por sangre.

En Fantastic Voyage (1966), la película del estadounidense Richard Fleischer que narra la historia fantástica de un viaje a través de la sangre, Raquel Welch, en el papel de Cora Peterson y reducida para la aventura a escasos micrones, grita aterrada cuando la atacan cientos de leucocitos (glóbulos blancos) porque de pronto la perciben como a un antígeno (agente infeccioso). A partir de esas imágenes primarias hasta nuestros días, los avances científicos en hematología han sido significativos. Hoy se sabe, por ejemplo, que con un simple análisis de líquido sanguíneo se pueden detectar diferentes tipos de cánceres, descartar infartos y trombosis, desarrollar estudios de envejecimiento y diagnosticar enfermedades crónicas como la diabetes.

La sangre nutre nuestro cuerpo con proteínas, sales y vitaminas; transporta principalmente el plasma, un líquido amarillento formado en un 95% por agua y que contiene casi tantas sales como el agua del mar. A eso se debe que la sangre tenga gusto salado. Por otra parte, un glóbulo rojo normal contiene unos 350 millones de moléculas de hemoglobina (proteína rica en hierro que le da el color rojizo). Su trabajo consiste en reunir oxígeno, elemento necesario para que las células del cuerpo quemen glucosa y generen energía.

Los glóbulos blancos, por su parte, integran la fuerza de defensa del cuerpo. Y, como un ejército estratégico, se agrupan en bloques: uno destruye a las bacterias; otro actúa como servicio de limpieza, sacando poco a poco las células muertas y otras unidades de esos bloques arremeten contra las toxinas.

Uno de los grandes avances en neonatología es el estudio que se le realiza al recién nacido es la prueba del talón del pie del bebé. A partir de la extracción de tres o cuatro gotitas de sangre, se permite detectar hasta 19 enfermedades congénitas del metabolismo. En el caso de los adultos, y en base a una mínima cantidad de sangre extraída, en la actualidad existen estudios que pueden usarse para identificar enfermedades en sus estadios iniciales, para predecir la posibilidad de recurrencia del cáncer después de que haya terminado el tratamiento.

Otro tanto sucede, y aún en etapa de estudio, con el envejecimiento. Una investigación realizada en 2013 por el Departamento de Investigaciones de Mellizos del King’s College London, permite desarrollar nuevas técnicas que servirán para tratar al paciente de una forma más eficiente y alargar su esperanza de vida.

El Ministerio de Salud de la Nación informa, a través de su página web, que la separación de la sangre en sus componentes permite dar a cada enfermo lo que necesita y optimizar las unidades enteras donadas. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS), explica cuáles son los usos específicos que se le da a la sangre. Las pueden recibir las mujeres con complicaciones obstétricas (embarazos ectópicos, hemorragias antes, durante o después del parto, etc.); los niños con anemia grave, a menudo causada por el paludismo o la malnutrición; las personas con traumatismos graves provocados por accidentes; y muchos pacientes que se someten a intervenciones quirúrgicas, y enfermos de cáncer.

Según estadísticas de la OMS cada año en todo el mundo se donan cerca de 80 millones de litros de sangre, lo que equivale a 40 piletas olímpicas. De todos modos, las mujeres mueren por falta de sangre. El propio organismo de salud reconoce que 130 mil mujeres mueren anualmente en el mundo debido a hemorragias irreversibles en los partos por falta de sangre. En Argentina, al igual que en muchas regiones del mundo, la cantidad obtenida en donaciones no es suficiente. Estadísticas oficiales aseguran que en el país se realizan más de 4 mil transfusiones diarias. Por otra parte, el servicio de hemoterapia del Hospital Garrahan, indica que efectúa 650 transfusiones de componentes sanguíneos semanales, es decir, se necesitan 65 donantes diarios para que la entidad cubra la demanda.

“Lo que se precisa es que la gente done espontáneamente como un acto solidario”, me explica vía mail el Dr. Oscar Torres, presidente de la Asociación Argentina de Hemoterapia e Inmunohematología (AAHI). Le consulto, a nivel nacional, cuál es el déficit de donaciones que tiene Argentina. “Para ser autosuficientes deberíamos tener de 1,5 a 1,6 millones de donantes, sin embargo estamos entre 900 y 950 mil”, concluye Torres.

“No es verdad que donar sangre debilite al donante” -señala el licenciado en hemoterapia e inmunohematología Javier Hoyos, coordinador del servicio de medicina transfusional del Hospital Universitario de la Universidad Abierta Interamericana- “el organismo está preparado para soportar el volumen que se extrae con una perfecta tolerancia. La sangre está en continua renovación, y que una persona done sangre no modifica dicho proceso. Los períodos para donar sangre están legislados y comprenden dos meses para los hombres y tres meses para las mujeres, no más de cuatro donaciones anuales para ambos”. Hoyos explica que donar tampoco crea dependencia. La insistencia, si lo hubiera por parte del donante en los lapsos no establecidos será el responsable de la entrevista médica quien debe explicarle los motivos y las causas de los tiempos que deben ser respetados”.

¿Por qué no existe sangre artificial? “Desde hace muchos años la creación de la sangre artificial es motivo de investigación, pero sin éxito aún. Muchos son los motivos –aclara el especialista-; entre ellos, una cuestión de costos impide su desarrollo y utilización. En una oportunidad hubo un intento de sustituir los glóbulos rojos con fluorocarbonato, pero el efecto era de muy corto plazo, y el paciente necesitaba igualmente que se le realice una transfusión, dado que los glóbulos rojos tienen como función principal el trasporte de oxigeno hacia los tejidos”.

La mujer se llama Mónica, es técnica en hemoterapia y viste un ambo color bordó.

-Relajate –dice. Su tono es del interior del país. En los pocos minutos que dura el proceso de donación me entero de que tiene treinta y seis años y que nació en Las Lomitas, una ciudad ubicada a 296 kilómetros de la Provincia de Formosa.
La sala de extracción – la que uno imagina ordenada por alguien, por todos sus encargados – consiste en un escritorio, dos sillones tipo ejecutivo, cuatro sillas de extracción (soy el único que ocupa una de ellas), y una vitrina que ocupa la mayor parte de una de las paredes de la sala. Hay insumos médicos sobre sus seis estantes: cajas con gasas y algodón, jeringas, cuatro aparatos para medir la tensión arterial. Hay paquetes de toallas descartables y doce cajas con contenido incierto. En el último estante abundan las cánulas y tubos más gruesos, finos y transparentes. La cruz roja de los envases de alcohol destaca sobre esa bastedad blanca y gris. Y hay limpieza. Todo está limpio y ordenado.
-¡Qué limpieza! –lanzo el cometario pero nadie contesta.
-Extraer sangre -digo, mientras ciento el pinchazo en mi brazo derecho- es como sacarle agua a un río subterráneo, ¿no?
-¿Cómo? -pregunta Mónica mirando el agitador, un mecanismo colocado cerca de la silla de extracción que se utiliza para impedir que la sangre se coagule y que vibra como un celular.
-Leí que la sangre corre dentro nuestro como en un río subterráneo, un torrente con miles de ramificaciones a una velocidad media de 2 km por hora. Una maravilla, ¿no?
-Sí, sí- dice.
-Y sin darnos cuenta… -. La insistencia no encuentra respuesta.
Mis preguntas sosas tienen que ver con algo que siento cuando concurro al odontólogo: Nervios. Pero la sensación desaparece al advertir en el personal sanitario la seguridad en cada uno de sus movimientos, la tranquilidad en sus ojos. Los ojos chispeantes de Mónica.
-Quedate quietito que ya está.
-Mmmm-, digo.

En 17 minutos exactos, unos 400  cm3 de mi sangre quedan depositados en una bolsa de plástico que contiene un anticoagulante y un conservante. El agitador cortó el proceso cuando llegó al volumen requerido. De inmediato se extrae una mínima cantidad para someterlo a un ensayo llamado tipaje, a través del cual se identifica el grupo sanguíneo del donante. La muestra servirá, también, para verificar su calidad.
Mónica, de espaldas, dice: “Es cero; uno de cada dos donantes es cero –me explica- Se refiere a que soy cero positivo, el grupo más frecuente a nivel mundial junto al A positivo. Luego se dirige a un sector donde hay una centrífuga de mesa de 16 tubos de 15 mililitros cada uno. En ese aparato del tamaño de un microondas someterá la muestra a un centrifugado que permitirá conseguir la separación de sus componentes básicos (plasma, plaquetas y glóbulos rojos). Los laboratorios serológicos y de inmunohematología serán las últimas estaciones en donde se descartarán infecciones como hepatitis B y C, HIV, sífilis, Chagas y brucelosis, entre otras. A partir de allí, la sangre estará en condiciones de ser trasfundida. O, en el caso del plasma podrá quedar no más de un año guardado en un freezer especialmente potente, a -50 grados centígrados.

-¿Te sentís bien?-, pregunta Mónica.
-Sí, perfecto-, digo, negando algún síntoma de mareo u otra señal de descompensación; sólo me ocupo de apretar con fuerza el algodón con tela adhesiva adherido a mi antebrazo.
-Quedate unos minutitos sentado aquí por si te sentís mareado y luego te podes ir. Mónica dice que abajo hay una máquina de café y otra de gaseosas para tomar un refrigerio. Nos comunicamos con vos –agrega- si hace falta notificarte algún resultado.

Indago qué me quiso decir. Ante una situación de sangre anómala, el equipo del banco convocará al donante y le dará un consejo en el que busca situaciones de riesgo para confirmar una eventual reacción positiva de un agente infeccioso y lo derivará al médico especialista, según el tipo de infección detectada para que complete los estudios y pueda confirmar o descartar aquel resultado obtenido en el servicio de hemoterapia.
En estos minutos finales, leo, entre otras “Instrucciones para después de donar”, la última pauta: “Usted puede donar sangre a los dos meses sin detrimento de su salud, no espere que se lo pidan, siempre hay un paciente que puede necesitarla”.
Voy camino a escribir mi nota.
Pienso: “Los donantes de sangre, médula o de algún fragmento del cuerpo no salen en los diarios”.
Habrá que insistir.