No decimos nada nuevo si comentamos la cantidad abrumadora de cambios que conviven con el individuo de este siglo. Basta pensar que trescientos o cuatrocientos años atrás, una vida longeva con suerte era testigo de algún hecho, invento o guerra que modificaba una vez su existencia; eso nos hará comprender que el hoy es una época de pura adrenalina y con constantes impulsos que tienen inmensos costados positivos y también lados oscuros por doquier. Ni el más genio de todos nosotros podría desmenuzar con certeza el análisis de esta situación que seguramente será motivo de infinitos estudios de quienes nos analicen en un futuro lejano.
Casi todo lo considerado acertado durante siglos hoy es duda y cambio. El impacto de las nuevas tecnologías tiene una intensidad inevaluable que afecta todas las áreas de nuestra vida, tanto en el trabajo como en el ocio, en lo público y en lo privado. Todo está en constante evolución. Los cambios incluyen nuestro propio sistema de pensamiento de guarda de conocimientos e incluso la forma de razonar nuestros problemas. Todos los días nos desayunamos con nuevos descubrimientos y novedades que modificarán nuestra existencia, y estamos en eso de acostumbrarnos a ello cuando llega otra nueva andanada que genera otras expectativas y necesidades que deben ser satisfechas. Muchas de ellas impulsadas por la masividad de medios que crean esas mismas tecnologías que se retroalimentan de tal manera que solo puede explicarlo la ciencia ficción de Asimov, Clarke o Ray Bradbury.