Por: Gustavo Gorriz
No decimos nada nuevo si comentamos la cantidad abrumadora de cambios que conviven con el individuo de este siglo. Basta pensar que trescientos o cuatrocientos años atrás, una vida longeva con suerte era testigo de algún hecho, invento o guerra que modificaba una vez su existencia; eso nos hará comprender que el hoy es una época de pura adrenalina y con constantes impulsos que tienen inmensos costados positivos y también lados oscuros por doquier. Ni el más genio de todos nosotros podría desmenuzar con certeza el análisis de esta situación que seguramente será motivo de infinitos estudios de quienes nos analicen en un futuro lejano.
Casi todo lo considerado acertado durante siglos hoy es duda y cambio. El impacto de las nuevas tecnologías tiene una intensidad inevaluable que afecta todas las áreas de nuestra vida, tanto en el trabajo como en el ocio, en lo público y en lo privado. Todo está en constante evolución. Los cambios incluyen nuestro propio sistema de pensamiento de guarda de conocimientos e incluso la forma de razonar nuestros problemas. Todos los días nos desayunamos con nuevos descubrimientos y novedades que modificarán nuestra existencia, y estamos en eso de acostumbrarnos a ello cuando llega otra nueva andanada que genera otras expectativas y necesidades que deben ser satisfechas. Muchas de ellas impulsadas por la masividad de medios que crean esas mismas tecnologías que se retroalimentan de tal manera que solo puede explicarlo la ciencia ficción de Asimov, Clarke o Ray Bradbury.
La constante evaluación sobre cuál será el efecto sobre la psiquis del hombre moderno que la web, las redes, los drones, la informática, la robótica, la nanotecnología y sigue la interminable lista, tendrán en nuestra vida y en nuestra cotidianeidad, no puede ocultar un costado absolutamente oscuro de esta realidad que brilla sin cesar.
La realidad indica que mientras un mundo derrocha, desperdicia comida por toneladas, vive del lujo y las necesidades efímeras, otra parte del planeta no recibe ni las migajas de esas inalcanzables realidades y que esto formará parte del absurdo con que seremos analizadas por los intelectuales del futuro, con un tremendo agravante, que es justamente que la brecha, “la grieta”, palabra tan de moda por estas tierras, no sólo es inalcanzable sino que va en crecimiento geométrico. Esa parte del mundo desgraciado la conforman más de 2200 millones de personas que viven en situación de pobreza y que son más de un tercio de la población mundial (según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), 842 millones (12% de la población mundial) padecen de hambruna crónica y 1500 millones de trabajadores tienen puestos de trabajos precarios o informales, sin protección social, ni pensiones, ni la mínima certeza para el día siguiente de su vida.
Esos dos mundos conviven en un extremo estado de crueldad. Solo un mínimo ejemplo: hace pocas semanas, presentaron en el Museo de Ciencia e Innovación de Tokio a Kodomoroid y Otomaroid, dos robots de perfectas formas femeninas que interactúan con los visitantes como asistentes, reemplazando a los humanos que realizaban esa tarea. Esto genera la más infantil de las preguntas: ¿cuántos trabajadores más serán precarios o implementarán los listados de pobreza o de hambruna cuando se generalice esta tendencia?, ¿cuando los drones reemplacen a los comisionistas y a los motoqueros?, ¿cuando en negocios y supermercados desaparezca hasta el último de los cajeros? Algunos de estas cosas están ocurriendo ya, hoy. ¿Quiénes son los que están pensando en todos aquellos que en diez o veinticinco años estarán fuera del mercado laboral?
Preguntas simples para el mundo del hambre y la ciencia ficción. Respuestas difíciles para el mundo del hambre y la ciencia ficción. Dirigentes, políticos, economistas y empresarios que piensan en el hoy y no en un mañana oscuro y con pocas respuestas.