Por: Gustavo Gorriz
Estamos a días del recambio presidencial en Argentina y no decimos nada interesante al asegurar que no somos ajenos a un mundo que vive momentos de intensa complejida0d, cuando el terrorismo y el narcotráfico juegan un rol fundamental que pone en jaque la propia libertad individual y la de toda la sociedad. Libertad que, por lo menos en el mundo occidental, ha sido el bien más preciado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta hace un tiempo la presencia de militares, armas y vehículos artillados en las calles era una escena típica de lugares periféricos con graves conflictos internos. Hoy, sin embargo, es la cotidianeidad de París y de otras capitales de Europa, para prevenir sin éxito las acciones terroristas de ISIS. También ese es el día a día de importantes ciudades de México, con miles de soldados desplegados intentando, también sin suerte, detener las interminables matanzas entre narcos que involucran, además y sin excepción, a víctimas inocentes.
Hay una natural pregunta que cabe formularnos: ¿por casa cómo andamos? La respuesta es alarmante, si dejamos por un momento el pensamiento mágico que nos ha permitido afirmar muchas veces que vivimos sin problemas de esa magnitud y que, por favor, “no nos importen los conflictos”. La persistencia de sostener esos conceptos como un ritual estereotipado choca con las realidades brutales ya vividas de los atentados a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA); también con las miles de víctimas del paco, los cargamentos de cocaína y los sicarios nacionales e importados que ajustan cuentas en nuestras calles de manera cada vez más frecuente.
Hace pocos días participamos del exitoso IV Global Workshop que la Facultad de Derecho y la Fundación de Investigaciones en Inteligencia Financiera (Finint) realizaron sobre el sistema antilavado de activos y contra la financiación del terrorismo. Allí especialistas de todo origen político y ramas de saber concordaron en la fragilidad de nuestra respuesta estatal contra el narcotráfico, contra los bienes ilícitos que maneja y también la muy débil situación de nuestras fronteras en general. Hubo también consenso absoluto en la necesidad de desarrollar una tarea coordinada seria a nivel nacional, con acuerdos regionales e internacionales que permitan combatir un flagelo indudablemente global como es el narcotráfico y el terrorismo.
Es inteligente afirmar que ser débil, en un mundo que día a día incrementa sus niveles de control, de inteligencia y de seguridad ciudadana, es una perfecta invitación a ser protagonistas de una nueva tragedia nacional. La necesidad de ISIS y de otras organizaciones terroristas de estar presentes en el inconsciente colectivo de la humanidad hace de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, un escenario que nadie descartaría para lograr muchas primeras planas en el mundo. Ni qué hablar del narcotráfico, ya que eso no es futurología, sino que está ocurriendo, ocurre y ocurrirá mucho más gravemente en la medida en que las facilidades continúen.
Esto también quedó muy claro en el seminario internacional que organizamos a fin del pasado año con Editorial Taeda y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), más la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Colombia y la ONG Viva Río de Brasil. La preocupación hemisférica de que grandes mafias terminen de instalarse, que el crimen organizado llegue a la política, más la imprescindible necesidad de decisiones políticas inquebrantables para recuperar la seguridad ciudadana fueron temas comunes aceptados por los expertos de todos los países participantes.
Hoy estamos a las puertas de un importante recambio institucional y el desafío no es menor. Desafíos existen muchos sin dudas, pero este es urgente e imprescindible. Requiere mentes preclaras y sin prejuicios, e importa la colaboración de todos, en un gran acuerdo político que deje de lado chicanas y egoísmos impropios de la hora.
La droga no se instala en Rosario ni en el Conurbano bonaerense por impericias locales y todos lo sabemos. Todos conocemos también las miles de pistas clandestinas que existen, la permeabilidad absoluta de las fronteras y la ausencia en ellas de una radarización seria. También es justo decirlo, hay una incapacidad absoluta de nuestra Fuerza Aérea, por falta de equipamiento y un estado logístico en general deplorable de las Fuerzas Armadas, atribuible no ya a este Gobierno, sino a un problema de 30 años que hoy se ha transformado en endémico.
En cumplimiento de las leyes vigentes, los militares no deben ser empleados en esta gran batalla, pero sí pueden dar un gran apoyo dentro de la legalidad existente. Incluso la situación general amerita hasta revisar esas leyes, pero quizás no sea este el momento y lo mejor es ponerse a trabajar ya, con lo que hay y sin demoras.
Ojalá no sea una gran tragedia la que finalmente nos movilice detrás de estos objetivos, ojalá sea la comprensión de que el mundo vive una guerra que llegó para quedarse y que sería triste y lastimoso ser el pato de la boda, por impericia o indolencia.