Estamos a días del recambio presidencial en Argentina y no decimos nada interesante al asegurar que no somos ajenos a un mundo que vive momentos de intensa complejida0d, cuando el terrorismo y el narcotráfico juegan un rol fundamental que pone en jaque la propia libertad individual y la de toda la sociedad. Libertad que, por lo menos en el mundo occidental, ha sido el bien más preciado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta hace un tiempo la presencia de militares, armas y vehículos artillados en las calles era una escena típica de lugares periféricos con graves conflictos internos. Hoy, sin embargo, es la cotidianeidad de París y de otras capitales de Europa, para prevenir sin éxito las acciones terroristas de ISIS. También ese es el día a día de importantes ciudades de México, con miles de soldados desplegados intentando, también sin suerte, detener las interminables matanzas entre narcos que involucran, además y sin excepción, a víctimas inocentes.
Hay una natural pregunta que cabe formularnos: ¿por casa cómo andamos? La respuesta es alarmante, si dejamos por un momento el pensamiento mágico que nos ha permitido afirmar muchas veces que vivimos sin problemas de esa magnitud y que, por favor, “no nos importen los conflictos”. La persistencia de sostener esos conceptos como un ritual estereotipado choca con las realidades brutales ya vividas de los atentados a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA); también con las miles de víctimas del paco, los cargamentos de cocaína y los sicarios nacionales e importados que ajustan cuentas en nuestras calles de manera cada vez más frecuente. Continuar leyendo