Por: Gustavo Gorriz
Me permito compartir las irónicas palabras del sacerdote Juan Carlos Molina, titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), al decir que desde el comienzo de la serie de televisión sobre Pablo Escobar (“El patrón del mal”) han surgido “muchos magisters y eruditos en el tema del narcotráfico y hablan desde allí”. Lo cierto es que con la ayuda de la aparición en pleno día de un par de sicarios extremadamente violentos, comenzaron a aparecer estos “eruditos” nombrados por Molina. La verdad es que éramos pocos los que veníamos reclamando lo obvio de esta situación durante muchísimos años: me refiero a la atención sobre este tema gravísimo que vino a instalarse en la Argentina. Y podemos ubicarnos del lado de los denunciantes, porque desde nuestra editorial TAEDA hace casi una década que venimos bregando por dar el alerta frente a la situación que hoy vivimos.
Tal como dice Molina desde la SEDRONAR, opinólogos de toda laya y con dudosos antecedentes, hablan y escriben como expertos académicos y participan hasta de los programas de chimentos, tratando el delicado tema del narcotráfico. Esta situación se reitera, salvo en las muy honrosas excepciones de periodistas serios y responsables a quienes conocemos por su batallar en el tema. Resulta que hoy “mide” el problema narco y ahí vamos como podemos, a toda hora y casi siempre “atado con alambre”.
Es insólito ver con qué certeza y seguridad sentencian estos personajes las cosas que ocurren e incluso aquellas que irán a ocurrir, aun omitiendo una de las mayores características del delito, como es mutar en forma constante, adaptarse a cualquier nueva situación y aprovechar el más absoluto desapego a cualquier código o a la ley misma. Los que de verdad dominan el tema saben de la facilidad del narcotráfico para reacomodarse y para sorprender desde otro lugar y con otro formato. Hay tantos miles de ejemplos que hasta es innecesario desarrollarlos.
En este deambular profesional de tantos años, hemos visto este drama desde adentro: tanto en las favelas de Brasil como en muchos países de Centroamérica y en México, también hemos conocido su trasfondo en la propia selva colombiana. En todos estos lugares hay diferencias por la particularidad de cada situación, pero también en todos se mantienen patrones comunes que lamentablemente observamos ya en vastos sectores de nuestra propia sociedad. Hoy se habla de “falopa”, de laboratorios y cocinas, de decomisos, “paco” o narcomenudeo casi con obsesión, cuando hace tan solo pocos meses, no solo el tema estaba fuera del alcance de la opinión pública, sino que los propios funcionarios eran más que renuentes a admitir que esta situación era realmente crítica.
Hoy, que las encuestas encumbran el tema por encima de la propia inseguridad, aun por encima de la inflación y la pobreza, sería bueno escuchar a los que saben. Tal como dijo el titular del SEDRONAR, la importancia del asunto debiera dejar a los opinólogos de pacotilla “fuera de la cancha”.
Nosotros opinamos, sin falsa modestia, porque cargamos con años que incluyen seminarios, libros editados y mucho caminar por los lugares más críticos de la Argentina y de todo el continente. Eso debiera darnos algún crédito, pero podemos asegurar que ese crédito es casi nada comparado con la acción constante de los llamados hoy “sacerdotes de Francisco”. Ellos están ahí, instalados desde hace muchos años en los lugares más calientes y peligrosos por el accionar del narcotráfico, donde la convivencia con la droga y la violencia no es un ir ni un venir, sino un “estar”, una decisión de vida. No una ayuda solidaria, sino una convivencia definitiva.
Resulta lamentable que ni el Padre José María “Pepe” Di Paola ni sus compañeros de las Pastoral de las villas miseria, estén dando hoy su experiencia sobre las acciones y consecuencias del narcotráfico y que tampoco sean desde las villas 31, o la 1-11-14 o la 21-24, los lugares donde se busquen los testimonios desgarradores y cotidianos del efecto devastador que este drama tiene sobre las víctimas y sobre su entorno familiar.
La transformación del Cardenal Bergoglio en el Papa Francisco dio visibilidad a la acción solitaria y silenciosa de un grupo de hombres de la Iglesia que optaron por los pobres y que, en su accionar podrían semejarse al mítico y controvertido Padre Mujica, aquel sacerdote cercano a Montoneros, que fuera asesinado el 11 de mayo de 1974 supuestamente en manos de la Triple A. Estos curas del siglo XXI misionan en condiciones parecidas a las de aquel, aunque ajenos a la política y a la problemática de la violencia de aquellas décadas tan dolorosas. Si algo tienen en común, es que intentan reemplazar al Estado allí donde el Estado no llega, donde la desesperación de los padres no tiene contención ni policial, ni sanitaria, ni social. Es allí, estando prácticamente solos y sin el acompañamiento de las instituciones naturales, donde los “curas villeros” acompañan a las madres del “paco”, allí donde arropan a los consumidores y es allí donde enfrentan sin armas al narcotráfico.
Casi todos ellos nacieron en barrios acomodados, casi todos han decidido que este sea un camino a recorrer para toda la vida. Sus historias tomaron estado público al ser amenazado de muerte el Padre Pepe Di Paola en el 2009 en la villa 21-24 de Barracas, que fue su casa durante trece años, cuando presentó junto a su equipo el duro documento contra el narcotráfico en las villas. Los nombres de ese equipo no resultan conocidos a nadie fuera de estos lugares críticos, a nadie les dirá nada estos apellidos, ni Suri, ni Torre, ni Serrese, ni Mirabelli, solo por nombrar algunos; sin embargo, son ellos los que recorren los laberintos de la villa en la búsqueda de estos desesperados, sin esperar que lleguen a su puerta, esa puerta de entrada a lo ellos denominan los “hogares de Cristo”.
A todos ellos se los vincula con el actual Papa no en forma casual, sino que recibieron del entonces Cardenal Bergoglio el apoyo irrestricto cuando araban casi en el desierto; de él recibieron el impulso al duplicar el número de sacerdotes en la tarea y de él también recibieron con su presencia silenciosa el compromiso con el perfil básicamente evangélico con que encararon la dura tarea dentro de las villas. Dicen que ese perfil se inspira también en el pensamiento de referentes de la Iglesia Católica, como los respetados sacerdotes Lucio Gera (1924-2012) y Rafael Tello (1917-202), ambos padres de pastores y teólogos de la región y que junto al entonces cardenal Bergoglio le dieron forma a esta manera de misionar.
Di Paola, luego de un breve exilio y vuelto a misionar a Buenos Aires, ahora desde la villa La Cárcova, de las más carenciadas del conourbano bonaerense, manifiesta que “no solo esos son los lugares donde aspira a misionar sino que además, si Dios le da larga vida, es donde aspira a retirarse y compartir con esa gente hasta el final de sus días”. Quizás este pensamiento idealista y alejado del vulgar y criticado asistencialismo sea el camino a transitar por funcionarios del Estado, por las ONG vinculadas y por todos aquellos que verdaderamente quieran terminar con la droga.
Toda la razón para las palabras del Padre Molina, titular del SEDRONAR, en relación con que hablen los que saben. Voces como las de los “curas de Francisco” son unas de las que deben ser escuchadas para terminar con los tormentos que vivimos y con los tormentos por venir.