Donde Popeye no come espinaca
Si visitas Medellín y preguntas por Popeye, casi con seguridad creo que nadie se remitirá al mítico marinero, ese personaje creado por Elzie Crisler Segar en 1929 y que hizo historia durante generaciones. Él, junto a su novia Olivia, enfrentaba míticos enemigos mientras recuperaba fuerzas con sus enlatados de espinaca. En el pueblo “paisa”, como gustan llamarse en esa región colombiana, Popeye es la suma del sicariato más la muerte, fue la mano ejecutora de Pablo Escobar Gaviria durante años, esos años dramáticos en el que el narcotráfico hizo y deshizo en esa bellísima ciudad.
Hoy que la telenovela El patrón del mal triunfa en muchísimos lugares del mundo, incluso en el prime time de la televisión argentina, es preciso recordar el feroz daño que Pablo, así a secas, le hizo a toda Colombia durante años. Su historia es muy conocida, pero no está de más recordar que construyó a través del cartel de Medellín una de las más cuantiosas fortunas del planeta, que hizo de la droga un negocio internacional, que mató a mansalva e incluso incursionó en la política. Además, para muchos desamparados se transformó casi en un santo, usando millones de ese dinero mal habido en un apoyo solidario allí donde el Estado jamás había llegado. Detrás de ese personaje central, estaba la mano derecha feroz del líder del cartel, Popeye, hoy noticia en su país, porque habiendo sobrevivido y tras muchos años de cárcel, propone cooperar con su experiencia en la solución de los problemas de Colombia, en un intento de “reinsertarse socialmente”, próximo a salir tras décadas de encierro. Puede parecer realmente insólito, pero en septiembre del año pasado, le brindó una extensa entrevista a la popular revista Semana en la cual no ahorró detalles de su macabra obra: unas trescientas ejecuciones directas y la participación en cerca de tres mil asesinatos. Incluso no considera un asesino a su difunto jefe, ya que “no mató en forma directa, a más de veinte personas en su vida”.