“Y desde ese momento cesó la procesión de comparsa hecha a modo de los desfiles de teatro en que los que salen por una puerta entran enseguida por la otra, después de cambiar de sombrero o de quitarse la barba postiza. Los escrutadores pudieron entonces copiar descansadamente el padrón, y así lo hicieron hasta la hora de almorzar”.
Parece mentira, pero hace 107 años, con estas palabras el escritor argentino Roberto Payró contaba en Pago chico algunas irregularidades que se vivían a la hora de votar. El hartazgo popular, sumado a la voluntad política del partido gobernante, hizo que en 1912 se aprobara la Ley Sáenz Peña, que revolucionó lo que hasta entonces era la forma de votar.
Pasó mucho tiempo, pero no todo cambió. Como el ave fénix, el fraude resucita y adopta nuevas formas: compra de voto mediante prebendas ahora vociferadas impunemente por candidatos, robo de boletas, voto cadena, adulteración de actas y telegramas, entre otras prácticas aberrantes.
En 1950 el partido gobernante hacía campaña propiciando no volver al fraude. Sesenta y cinco años después tenemos que defender la transparencia de los comicios nuevamente. Continuar leyendo