El 5 de julio pasado los porteños estrenamos el mal llamado voto electrónico. En efecto, a pesar de ser popularmente conocido como tal, desde el punto de vista técnico lo correcto es decir que se trata de una boleta única electrónica. La diferencia radica en que el voto no se almacena electrónicamente, sino que se imprime en un soporte físico de papel, con la particularidad de que esta boleta contiene un chip que graba el voto elegido por el ciudadano y facilita de este modo el conteo. Ante cualquier falla se puede cotejar el voto contabilizado con el efectivamente emitido simplemente leyendo lo que figura impreso en el papel.
Todos los temores y las críticas previas quedaron refutados por lo que ahora se reconoce como un rotundo éxito del procedimiento. Solo en el 8 % de los casos se registró algún tipo de inconveniente al momento de la votación, que en todos los casos fue rápidamente solucionado.
No hubo ni confusión, ni demora, ni fraude. El sistema acaba definitivamente con algunas de las prácticas más criticadas en nuestro sistema tradicional de voto: el robo de boletas y el voto cadena. Además, facilita la fiscalización, en particular a los partidos más chicos, que tienen dificultad en cubrir territorialmente un distrito determinado con miles de fiscales que cuidan sus votos. Continuar leyendo