El crimen que más lastima la seguridad individual en estos tiempos es el ataque con armas de fuego. El desapego evidenciado por los delincuentes a la integridad física de sus víctimas, sobre las cuales descargan sus armas sin razón, incrementa día a día la nómina de heridos y muertos.
No resulta difícil advertir que la fórmula que hace posible este resultado consiste sencillamente en la reunión de los dos elementos que integran la conjunción peligrosa: el sujeto y su intención criminal; y el objeto letal, el arma de fuego. Dicho esto, la solución parece sencilla: los separamos y se acabó el problema. Y es así, aunque nada fácil. Este debe ser el objetivo a perseguir, divorciar las armas de aquellos que buscan poseerlas para emplearlas como instrumento para delinquir. En otras palabras, promover un divorcio necesario.
Lo primero a considerar es la posibilidad de suprimir a alguno de los dos términos de la fórmula de peligro de que hablamos. Creo que esto es posible respecto de los dos, aunque parcialmente en ambos casos. Y digo parcialmente ya que, como es obvio, nunca dejará de haber delincuentes y siempre estarán las armas entre nosotros. Se trata entonces de pensar en los mecanismos y procedimientos que nos permitan incidir del modo más eficiente posible sobre la población proclive al delito violento con armas por una parte, y sobre el stock de armas y municiones de que pudieran llegar a servirse para cometer sus crímenes por la otra.