El largo plazo es urgente. Parece una contradicción pero no lo es. Es urgente diseñar el largo plazo, tomar medidas conducentes para encaminar ese diseño y ponerlas en práctica para asegurarlo. Tapar agujeros, resolver coyunturas, paliar emergencias, es una actividad indispensable, pero no puede ser la única, porque de ese modo resulta la exclusiva.
Quiero formar parte de la última generación perdida de esta Argentina. No es que me haga gracia saber que todo lo que pueda hacer para mejorar las cosas jamás podré percibirlo, al menos desde este mundo, en el caso de que haya otro. Pero alguna de las generaciones perdidas debe ser última y como considero que integro una que ya no alcanzará a ver el país que queremos, en nombre de mi generación, me tomo el atrevimiento de ofrecernos para ser los últimos “desperdiciados”.
Entre mentiras, egoísmos, ansias desmedidas de poder, ignorancia, traiciones, inseguridades y avaricias diversas, hemos arrojado a la basura generación tras generación en el último siglo. Con buenas o malas intenciones, los gobiernos han dividido su tiempo entre saquear el país, tapar su propia inoperancia, eludir responsabilidades y “surfear” la ola. No hay trabajo con salarios dignos: en lugar de instrumentar los mecanismos para obtenerlo, damos planes sociales para que no se trabaje y el dinero tampoco alcance. No hay educación pública y gratuita de calidad: inauguremos diez veces la misma escuela en algún lugar remoto. No tenemos infraestructura energética: digamos que llevamos energía eléctrica a un lugar lejano de Misiones que hace cinco años que ya tiene luz.