Por: Horacio Minotti
El largo plazo es urgente. Parece una contradicción pero no lo es. Es urgente diseñar el largo plazo, tomar medidas conducentes para encaminar ese diseño y ponerlas en práctica para asegurarlo. Tapar agujeros, resolver coyunturas, paliar emergencias, es una actividad indispensable, pero no puede ser la única, porque de ese modo resulta la exclusiva.
Quiero formar parte de la última generación perdida de esta Argentina. No es que me haga gracia saber que todo lo que pueda hacer para mejorar las cosas jamás podré percibirlo, al menos desde este mundo, en el caso de que haya otro. Pero alguna de las generaciones perdidas debe ser última y como considero que integro una que ya no alcanzará a ver el país que queremos, en nombre de mi generación, me tomo el atrevimiento de ofrecernos para ser los últimos “desperdiciados”.
Entre mentiras, egoísmos, ansias desmedidas de poder, ignorancia, traiciones, inseguridades y avaricias diversas, hemos arrojado a la basura generación tras generación en el último siglo. Con buenas o malas intenciones, los gobiernos han dividido su tiempo entre saquear el país, tapar su propia inoperancia, eludir responsabilidades y “surfear” la ola. No hay trabajo con salarios dignos: en lugar de instrumentar los mecanismos para obtenerlo, damos planes sociales para que no se trabaje y el dinero tampoco alcance. No hay educación pública y gratuita de calidad: inauguremos diez veces la misma escuela en algún lugar remoto. No tenemos infraestructura energética: digamos que llevamos energía eléctrica a un lugar lejano de Misiones que hace cinco años que ya tiene luz.
Llevamos generaciones tirando la basura bajo la alfombra, y con ella miles de hombres y mujeres que han trascurrido esta vida simplemente sobreviviendo. Y soñando lo que nunca llegaría, pero sin poner manos a la obra en ello.
Para evitar tal catástrofe en la memoria psicológico-social, hay que paliar el presente al mismo tiempo que se diseña el futuro. Alguna vez debemos perforar el concreto que cierta política ha puesto entre la administración de los asuntos de todos y, justamente, todos. Y establecer entre todos (otra vez) las bases del futuro. Trabajar el mediano y largo plazo al tiempo que ejecutamos los placebos del corto, pautas claras, boyas sobre las que asentar las bases del crecimiento, de la democratización y de la igualdad de oportunidades real.
Bajo ningún aspecto esto es un imposible. Hace falta sí, un sacrificio. Hay que “desvedettisarse”, bajarse de la ganas de “farandulear” que uno pueda tener, de lo agradable que debe resultar para muchos que se los reconozca y aplauda momentáneamente. Trabajar para dentro de 30 años no acarrea aplausos y tal vez, en algún momento, hasta arroje algún insulto. Pero tapar los agujeros del hoy, exclusivamente, garantiza el desprecio mañana, cuando el futuro llega y uno ha dejado sólo más problemas. Esa ha sido la lógica de las generaciones perdidas en la Argentina del último siglo.
A riesgo de recibir el insulto coral de un grupo de congéneres, ofrezco ésta, mi generación, para ser la última que no verá ese futuro promisorio que podríamos tener si nos avocásemos a él. Y la ofrezco justamente para abocarnos, para dar todo y jugar a fondo, para revertir años de decadencia y chatura simplemente con dedicación, buena voluntad y un poquito de conocimientos y estudios. Preparar el futuro es mucho más sencillo de lo que puede creerse. Es cierto, puede significar resignar el presente. Alguien debe hacerlo.