Argentina en la Revolución Industrial 3.0

Marcelino Cereijido, prestigioso científico argentino de proyección internacional, enseña que “todo organismo, sea un microbio o una ballena, un ser humano o un helecho, sólo sobrevive si es capaz de interpretar su realidad eficientemente”. El ritmo vertiginoso en el que vivimos ancla nuestra mirada en las últimas tendencias y torna difícil percibir los patrones de las corrientes profundas que están transformando el mundo. Nos maravillamos con las noticias de sorprendentes tecnologías, pero perdemos de vista que una poderosa revolución industrial está ganando impulso demandando una nueva agenda estratégica. Poner esta ola de cambio en un contexto histórico nos puede ayudar a entender su naturaleza y la magnitud de sus implicancias.

La Revolución Industrial 1.0 transformó el mundo a lo largo del siglo XIX. Fue impulsada por el carbón, el hierro, las fábricas, el ferrocarril y las máquinas a vapor. El telégrafo permitió dar un salto en las comunicaciones. Avances como los arados de hierro, la rotación de cultivos y la selección ganadera y de semillas aumentaron la productividad de la agricultura y liberaron mano de obra rural. El acceso a grandes extensiones de territorio en América, África y Asia generó abundancia de comida y materias primas permitiendo una enorme mejora de estándares de vida y el crecimiento de la población. Los mayores ganadores de la Revolución 1.0 fueron sus líderes, Inglaterra y Europa Occidental, que se consolidaron como potencias globales dominantes.

La Revolución Industrial 2.0 definió la cara del siglo XX. Fue impulsada por el petróleo. Los autos, colectivos y aviones surgieron como nuevos medios de transporte. El teléfono, la televisión, el cine y la radio transformaron las comunicaciones y la sociedad. La manufactura se tornó más productiva a partir de las líneas de montaje, las máquinas herramienta estandarizadas y especializadas, y los primeros robots. La rápida urbanización disparó el crecimiento de la economía de servicios. La agricultura cambió nuevamente con mecanización, fertilizantes químicos, pesticidas y la producción industrializada. Fibras sintéticas, plásticos, acero y aluminio apuntalaron la economía. Esta vez, el liderazgo fue de los Estados Unidos y de la civilización occidental como un todo, pero la Revolución 2.0 trajo modernización y una calidad de vida sin precedentes para la mayoría de los países del mundo.

Hoy la Revolución 2.0 muestra claros signos de fatiga e insustentabilidad. La escasez del petróleo y el endeudamiento deprimen el crecimiento global y la creación de empleos. El desempleo juvenil es masivo y generalizado, alcanzando, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 28% en Oriente Medio y más de 40% en algunas partes de Europa y creando tierra fértil para el extremismo y los conflictos. El precio de la comida está próximo a sus picos históricos agravando aún más la tensión social. Por su parte, el Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambio Climático (IPCC) advierte sobre el riesgos de graves impactos debido al cambio climático inducido por el hombre.

Al mismo tiempo la Revolución 3.0 está ganando impulso y comenzando a darle forma al siglo XXI. La comunicación está siendo rápidamente redefinida por Internet, celulares, tabletas y billones de dispositivos conectados a la red. Las energías renovables ganan terreno frente a los combustibles fósiles y abren un camino a la energía abundante, barata y limpia. Redes de vehículos autónomos y drones impulsados por electricidad e hidrógeno están por redefinir la industria del transporte. Impresoras 3D, robots inteligentes y sociales, y avances en nanotecnología comienzan a transformar la manufactura, tornando la complejidad gratuita, y los costos laborales y la escala menos relevantes. La inteligencia artificial está reemplazando al hombre en un creciente espectro de actividades. Nuevos materiales como los nanotubos de carbono, los bioplásticos y el grafeno comienzan a ocupar el lugar de los de la segunda revolución. La biología sintética promete redefinir los procesos de transformación, así como la química lo hizo en el pasado. La agricultura se está torna un sector de alta tecnología con cultivos modificados genéticamente, mapas de rendimiento, plantación por prescripciones, así como agricultura urbana y bioimpresión de carne.

La Revolución 3.0 comenzó décadas atrás y ahora está ganando impulso. Al igual que en el pasado, las semillas tecnológicas que transformaron un siglo fueron plantadas en el período anterior. Muchas de sus tecnologías fundacionales ya existen y startups innovadoras y bien financiadas están introduciéndose exitosamente al mercado. Un ejemplo es el emprendedor Elon Musk que está simultáneamente reinventando la industria espacial con Space X, la automotriz con Tesla y la de instalación de paneles solares con Solar City.

Como en el pasado, esta revolución también traerá abundancia y elevará estándares de vida. De la misma forma, resultará en profundos cambios en el balance de poder y en la sociedad. La transición traerá turbulencias y creará condiciones para conflictos. La innovación disruptiva dominará la creación de valor. Los emprendedores liderarán el cambio reemplazando las organizaciones y modelos de la segunda revolución.

La Revolución 3.0 ya está imponiendo nuevos paradigmas. El capital humano y social cobra mayor valor que el capital financiero. La adaptabilidad y agilidad se tornan más relevantes que la previsibilidad y la escala. Las cadenas de valor son reemplazadas por ecosistemas fluidos operando en múltiples camadas. La economía creativa y del conocimiento toma el lugar de la economía de los servicios como motor de crecimiento. Los mercados de talentos se tornan globales y el freelancing crece respecto a los empleos de tiempo completo. La innovación abierta, el crowdsourcing y el movimientos de hacedores ganan terreno sobre la innovación institucional. Las redes se tornan dominantes sobre las jerarquías.

La Revolución 3.0 es única por su ritmo y su alcance. Su velocidad es brutal debido a su naturaleza digital y exponencial. Su magnitud deja pequeña a las otras revoluciones. Por ejemplo, la consultora ICD predice que vamos a generar 44ZB de datos para 2020 versus los 4.4ZB creados en 2013. De hecho, esta revolución puede ser mucho más radical que lo que imaginamos si se aceleran los avances en nanotecnología, por ejemplo.

Esta ola también provocará saltos cuánticos. Mientras que otras revoluciones reemplazaron a los músculos, las máquinas inteligentes están reemplazando a los humanos en sus funciones cognitivas. La capacidad de leer, editar e imprimir ADN nos permite crear nuevas formas de vida a bajo costo. Estamos dando un paso definitivo al espacio para convertirnos en una especie multi-planetaria. Nuestra expectativa de vida se podrá extender indefinidamente con avances previsibles como la impresión de órganos, entre otros.

Argentina triunfó con sus materias primas en la Revolución 1.0 y retrocedió en relación al mundo en la Revolución 2.0 por su falta de escala industrial y de proyección internacional. Tenemos una nueva oportunidad. ¿Por qué no hackear el futuro para tornarlo mejor?

Podemos dar un gran salto combinando nuestra cultura creativa y emprendedora con nuestra tradición científica. Aprovechar la posibilidad de crear startups que nacen globales desde cualquier lugar. Estimular el desarrollo de tecnologías para cubrir necesidades básicas a un fracción de su costo actual. Acelerar el desarrollo de las energías renovables. Prepararnos para un mundo con menos trabajos, pero con abundancia de oportunidades. Reinventar la educación para tornarla relevante para el futuro.

Ignorar o resistirse al cambio, y proteger las estructuras obsoletas de la Revolución 2.0 por sobre el surgimiento de la Revolución 3.0 tendrá un alto precio. La historia muestra que quienes abrazan y lideran proactivamente las revoluciones industriales cosechan sus beneficios.

Innovar al servicio de la inclusión

La exclusión, la pobreza y el desempleo estructural son las principales amenazas a la seguridad, el tejido social y las democracias de América Latina. El problema se agrava frente a un contexto global de automatización acelerada y bajo crecimiento por desendeudamiento, cambio climático y escasez de energía y materias primas. Hasta ahora no hemos encontrado respuesta para estos desafíos.

Un camino poco explorado es innovar para la inclusión. Se viene un tsunami de cambio tecnológico de la mano de la robótica, la biología sintética, la nanotecnología, las energías renovables y la inteligencia artificial que nos brindará posibilidades inéditas. Podemos encauzar estas tecnologías para solucionar los problemas de la gente más vulnerable.

América del Sur gasta US$30.000 millones por año en investigación y desarrollo (I+D). Dos tercios salen de las arcas del Estado, pero los beneficios para la gente común no son claros. Podemos conectar esta inversión con la inclusión impulsando el desarrollo de productos de primera necesidad que sean 10 a 100 veces más baratos que los actuales. Algunos ejemplos recientes muestran que esto es posible y puede ser realizado por estudiantes universitarios, empresas, ONGs y gobiernos.

Hace pocas semanas en China se imprimieron 10 casas experimentales en 24 horas con un costo unitario de US$5.000 utilizando impresoras 3D gigantes. El Centro de Innovación Avanzada de Chile desarrolló una lámpara de plasma que potabiliza 10.000 litros de agua al día a un costo de 0,05 centavos de dólar por litro y está siendo desarrollado junto a la ONG Socialab. En EEUU, un grupo de estudiantes diseñó una incubadora llamada Embrace que cuesta menos de 1% que una incubadora tradicional. En India se desarrolló la tableta Aakash con un precio para estudiantes de US$25. Hay decenas de otros ejemplos parecidos.

¿Por qué no movilizarnos de formas más estructuradas y potentes para crear y acercarle a la gente soluciones parecidas? Una alternativa es creando programas públicos dedicados a promover y acelerar la innovación tecnológica, pero con orientación a la inclusión. Podemos tomar lecciones de los exitosos programas de desarrollo de tecnología militar de otros países y adaptarlos para la creación de tecnologías inclusivas.

Muchas de las tecnologías que están cambiando el mundo y que generaron industrias billonarias surgieron de este tipo de programas. Por ejemplo, las tecnologías precursoras de Internet, el GPS, los sistemas UNIX que sirven de base para los sistemas operacionales de las computadoras, los vehículos auto-dirigidos y los drones fueron promovidos por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de los EEUU.

El éxito de esta agencia del gobierno norteamericano, que fue creada por Eisenhower en el marco de la Guerra Fría, reside en buscar innovaciones radicales a través de proyectos con objetivos ambiciosos y equipos temporarios que trabajan con independencia. Tiene un presupuesto anual de US$ 2.8 mil millones y una estructura mínima de 240 empleados que se apalanca en talentos externos y multidisciplinarios de universidades, laboratorios, empresas, ONGs y otras áreas del gobierno.

Para catalizar la innovación la agencia también crea competencias abiertas a equipos de todo el mundo. Por ejemplo, desde el 2004 promovió tres carreras para estimular el desarrollo de vehículos autónomos con un total de US$ 5.5 millones de premios que resultaron en la creación del Google Car y el avance global de los vehículos autónomos.

¿Por qué no replicar este modelo con foco en la inclusión? Es hora de movilizar la imaginación de las mentes más brillantes para encontrar nuevas soluciones a los problemas concretos de nuestra gente. Podemos hacerlo creando incentivos y disponibilizando recursos para que desarrollen tecnologías y productos que puedan ser usados por los más necesitados en el mundo entero.

Nuestras universidades también pueden desempeñar un papel clave. Ya no se necesitan laboratorios de escala industrial ni pesadas burocracias para innovar y llevar nuevos productos a mercados globales. La incubadora Embrace fue creada en 2008 durante un curso de la Universidad de Stanford en el que equipos multidisciplinarios de estudiantes diseñan productos extremadamente económicos. Hoy ya tiene presencia en India y pruebas piloto en diez países de tres continentes. ¿Por qué nuestras universidades no realizan este tipo de cursos?

Los programas de innovación deberían viabilizar el acceso a bajo costo a viviendas, energía, alimentos y agua potable, infraestructura urbana, educación y salud de calidad. Deberían ser ambiciosos y trabajar en redes globales creando soluciones sustentables.

También deberían priorizar tecnologías descentralizadas para darle autonomía a la gente, fortaleciendo la libertad y la democracia. Por ejemplo, en el caso de la energía, con paneles solares o turbinas eólicas. Esto es importante porque las tecnologías centralizadas crean dependencia, sea de un Estado benefactor o de oligopolios. La historia muestra que esta dependencia lleva a trampas que impiden un bienestar sostenible para los más vulnerables.

Los desafíos sociales que enfrentamos en América Latina son una vergüenza en una región singularmente rica en recursos naturales, y pueden tornarse mucho más graves si no actuamos de forma enérgica e inteligente. Si nos movilizamos con ingenio y empatía podemos liberar definitivamente a nuestro pueblo del flagelo de la pobreza y surfear juntos el siglo XXI.