La exclusión, la pobreza y el desempleo estructural son las principales amenazas a la seguridad, el tejido social y las democracias de América Latina. El problema se agrava frente a un contexto global de automatización acelerada y bajo crecimiento por desendeudamiento, cambio climático y escasez de energía y materias primas. Hasta ahora no hemos encontrado respuesta para estos desafíos.
Un camino poco explorado es innovar para la inclusión. Se viene un tsunami de cambio tecnológico de la mano de la robótica, la biología sintética, la nanotecnología, las energías renovables y la inteligencia artificial que nos brindará posibilidades inéditas. Podemos encauzar estas tecnologías para solucionar los problemas de la gente más vulnerable.
América del Sur gasta US$30.000 millones por año en investigación y desarrollo (I+D). Dos tercios salen de las arcas del Estado, pero los beneficios para la gente común no son claros. Podemos conectar esta inversión con la inclusión impulsando el desarrollo de productos de primera necesidad que sean 10 a 100 veces más baratos que los actuales. Algunos ejemplos recientes muestran que esto es posible y puede ser realizado por estudiantes universitarios, empresas, ONGs y gobiernos.
Hace pocas semanas en China se imprimieron 10 casas experimentales en 24 horas con un costo unitario de US$5.000 utilizando impresoras 3D gigantes. El Centro de Innovación Avanzada de Chile desarrolló una lámpara de plasma que potabiliza 10.000 litros de agua al día a un costo de 0,05 centavos de dólar por litro y está siendo desarrollado junto a la ONG Socialab. En EEUU, un grupo de estudiantes diseñó una incubadora llamada Embrace que cuesta menos de 1% que una incubadora tradicional. En India se desarrolló la tableta Aakash con un precio para estudiantes de US$25. Hay decenas de otros ejemplos parecidos.
¿Por qué no movilizarnos de formas más estructuradas y potentes para crear y acercarle a la gente soluciones parecidas? Una alternativa es creando programas públicos dedicados a promover y acelerar la innovación tecnológica, pero con orientación a la inclusión. Podemos tomar lecciones de los exitosos programas de desarrollo de tecnología militar de otros países y adaptarlos para la creación de tecnologías inclusivas.
Muchas de las tecnologías que están cambiando el mundo y que generaron industrias billonarias surgieron de este tipo de programas. Por ejemplo, las tecnologías precursoras de Internet, el GPS, los sistemas UNIX que sirven de base para los sistemas operacionales de las computadoras, los vehículos auto-dirigidos y los drones fueron promovidos por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de los EEUU.
El éxito de esta agencia del gobierno norteamericano, que fue creada por Eisenhower en el marco de la Guerra Fría, reside en buscar innovaciones radicales a través de proyectos con objetivos ambiciosos y equipos temporarios que trabajan con independencia. Tiene un presupuesto anual de US$ 2.8 mil millones y una estructura mínima de 240 empleados que se apalanca en talentos externos y multidisciplinarios de universidades, laboratorios, empresas, ONGs y otras áreas del gobierno.
Para catalizar la innovación la agencia también crea competencias abiertas a equipos de todo el mundo. Por ejemplo, desde el 2004 promovió tres carreras para estimular el desarrollo de vehículos autónomos con un total de US$ 5.5 millones de premios que resultaron en la creación del Google Car y el avance global de los vehículos autónomos.
¿Por qué no replicar este modelo con foco en la inclusión? Es hora de movilizar la imaginación de las mentes más brillantes para encontrar nuevas soluciones a los problemas concretos de nuestra gente. Podemos hacerlo creando incentivos y disponibilizando recursos para que desarrollen tecnologías y productos que puedan ser usados por los más necesitados en el mundo entero.
Nuestras universidades también pueden desempeñar un papel clave. Ya no se necesitan laboratorios de escala industrial ni pesadas burocracias para innovar y llevar nuevos productos a mercados globales. La incubadora Embrace fue creada en 2008 durante un curso de la Universidad de Stanford en el que equipos multidisciplinarios de estudiantes diseñan productos extremadamente económicos. Hoy ya tiene presencia en India y pruebas piloto en diez países de tres continentes. ¿Por qué nuestras universidades no realizan este tipo de cursos?
Los programas de innovación deberían viabilizar el acceso a bajo costo a viviendas, energía, alimentos y agua potable, infraestructura urbana, educación y salud de calidad. Deberían ser ambiciosos y trabajar en redes globales creando soluciones sustentables.
También deberían priorizar tecnologías descentralizadas para darle autonomía a la gente, fortaleciendo la libertad y la democracia. Por ejemplo, en el caso de la energía, con paneles solares o turbinas eólicas. Esto es importante porque las tecnologías centralizadas crean dependencia, sea de un Estado benefactor o de oligopolios. La historia muestra que esta dependencia lleva a trampas que impiden un bienestar sostenible para los más vulnerables.
Los desafíos sociales que enfrentamos en América Latina son una vergüenza en una región singularmente rica en recursos naturales, y pueden tornarse mucho más graves si no actuamos de forma enérgica e inteligente. Si nos movilizamos con ingenio y empatía podemos liberar definitivamente a nuestro pueblo del flagelo de la pobreza y surfear juntos el siglo XXI.