Bases para la Argentina del futuro

La Argentina es un país lleno de potencial. Somos bendecidos por recursos naturales extraordinarios. Somos capaces de producir desde soja hasta satélites. Generamos talentos que se destacan en el mundo. Tenemos una cultura rica, dinámica y diversa. Cultivamos la amistad y somos adaptables como pocos en el mundo. Sin embargo, no conseguimos escapar de la trampa de los países de ingresos medios, ni superar la pobreza estructural o las crisis recurrentes.

En las últimas décadas los argentinos hicimos avances importantes como recuperar la paz y la democracia, pero también dimos un enorme salto hacia atrás en otras dimensiones. Nos endeudamos, sub-invertimos en infraestructura y educación, saqueamos repetidamente nuestra moneda y los ahorros de la gente, debilitamos la justicia y las instituciones, cedimos terreno al narcotráfico y la corrupción, contaminamos ríos, arrasamos bosques y destruimos nuestra credibilidad internacional.

Por generaciones miramos demasiado al pasado, priorizamos el presente y no sembramos lo suficiente con una mirada de largo plazo. Perdimos demasiada energía en estériles luchas ideológicas dejando de lado el diálogo y la unión en pos del bien común y de las generaciones futuras.Tenemos todo lo que necesitamos para construir un futuro mejor si adoptamos una nueva mentalidad. Un país no se cambia con un gobierno ni con medidas milagrosas. Se necesitan entre 20 y 30 años de trabajar con pragmatismo y una mirada estratégica orientada al futuro. Salir de nuestro laberinto de forma definitiva demanda consistencia, consensos y generosidad.

El camino hacia la Argentina del futuro comienza por estabilizar la economía, salir del default e iniciar un ciclo de crecimiento basado en la inversión y la generación de empleos. Se necesita acabar con la impunidad, recuperar la confianza, fortalecer la justicia y las instituciones y combatir enérgicamente el narcotráfico. Pero si queremos evitar otro vuelo de gallina, debemos sentar desde el primer momento las bases para un desarrollo inclusivo y construir con una visión estratégica que se adapte a los desafíos y las oportunidades del futuro.

El escenario global de las próximas décadas será desafiante. Viviremos un entorno volátil y de grandes cambios estructurales. La economía global se verá negativamente afectada por el endeudamiento y el envejecimiento de las economías desarrolladas, así como por el cambio climático y la escasez de energía y de materias primas.

Al mismo tiempo, transitaremos por una enorme revolución industrial impulsada por tecnologías exponenciales como la computación ubicua, la robótica, la impresión 3D y la inteligencia artificial, entre otras. Con el tiempo esta revolución nos permitirá acceder a una era de abundancia, pero en el proceso destruirá empresas y empleos, tornará obsoletas muchas materias primas y concentrará la riqueza global en el capital humano y la innovación emprendedora.

En este contexto es difícil imaginar que podremos llevar una nación de más de 40 millones de personas al desarrollo apostando a las materias primas y a una industria predominantemente de cabotaje y dependiente de la protección de un Estado clientelista. La Argentina no se resuelve sólo con macroeconomía y materias primas, sino con una agenda de transformación y desarrollo.

Construir un futuro mejor demanda apostar al capital humano y a la creación de una nación emprendedora, innovadora e inclusiva, que se proyecte al mundo y haga uso inteligente y sustentable de sus recursos.

Apenas siete naciones con más de 5 millones de habitantes dieron el salto al desarrollo en los últimos 40 años. España, Portugal y Grecia lo hicieron apoyándose en el endeudamiento con resultados poco envidiables. Singapur y Hong Kong se tornaron polos de comercio y finanzas, un camino no reproducible en la Argentina. Israel y Corea apostaron al capital humano y la innovación emprendedora, mostrando que no se innova ni se educa cuando se es rico, sino para hacerse rico. Otras naciones, como China, captaron el mensaje y centran su apuesta para alcanzar el desarrollo por este camino.

El talento es la única base sólida y duradera para el crecimiento y la inclusión. La clave es educar para el siglo XXI, ofreciendo contenidos y propuestas relevantes para el mercado global del futuro y multiplicando el porcentaje de la población con educación superior. Si creamos condiciones favorables, también podemos atraer jóvenes talentosos de la región y de países desarrollados que estén ávidos por vivir en un país con oportunidades.

Tenemos que traducir talento en prosperidad si no queremos perder lo mejor de la cosecha. Debemos estimular el espíritu emprendedor en nuestra juventud porque necesitamos un nuevo espíritu empresarial y porque vamos hacia un mundo en el que habrá más oportunidades que empleos. Además, los emprendedores globales e innovadores liderarán la revolución tecnológica que se avecina. Es fundamental que creemos un entorno favorable para su desarrollo.

Proyectarse a la región y al mundo es clave porque las naciones que se aíslen quedarán limitadas a un juego defensivo y tendrán menor capacidad de acompañar los cambios. Esto no implica caer en un liberalismo ingenuo, se necesita actuar con inteligencia buscando el desarrollo de jugadores competitivos en escala regional o global. Si bien tenemos que dejar las excusas y la arrogancia que nos impide aprender de otros países, no podemos limitarnos a adoptar sus modelos.

Las economías de la información son intrínsecamente desiguales y no podemos esperar que la riqueza se derrame a los pobres. Por eso es necesario buscar desde un primer momento soluciones efectivas para la gente más vulnerable complementando la mano invisible del mercado con la mano invisible de la empatía. Más de la mitad de nuestra población no completó el secundario y tendrá enormes dificultades para conseguir empleo en el mundo que se avecina. Es indispensable que nos hagamos cargo.

Promover la inversión y generar puestos de trabajo es necesario, pero insuficiente. Debemos perfeccionar nuestras redes de protección estimulando el trabajo. También tenemos que innovar para la inclusión con tecnologías y productos que permitan atender necesidades básicas a una fracción del costo actual.

Una Argentina en sintonía con el siglo XXI debe ser sustentable. Esto significa proteger y restaurar el medio ambiente. ¿Por qué no capitalizamos las mejores condiciones del mundo para producir energía solar y eólica? ¿Por qué no promovemos una alimentación sana que nos permita erradicar la epidemia de la obesidad y sus nefastas consecuencias para la salud de nuestro pueblo y para las finanzas públicas?

Es iluso pensar que los políticos, en cuanto políticos, van a traer las soluciones y que el resto de nosotros puede  pensar apenas en sus intereses particulares. La historia nos enseña que las grandes naciones son construidas por ciudadanos comprometidos. La revolución de crear una Argentina orientada al futuro es una tarea a la que somos llamados todos.

Se viene una era de cambios. Podemos aprovecharla para construir un futuro mejor para todos. Si superamos las posturas mezquinas, trabajamos por el bien común y apostamos al desarrollo basado en el talento de nuestra gente podremos alcanzar nuestro potencial, dejarle a nuestros hijos un país mejor que el que encontramos y escribir juntos los mejores capítulos de nuestra historia.

 

La educación basada en proyectos

“Dime algo y lo olvidaré, enseñame algo y lo recordaré, hazme partícipe de algo y lo aprenderé”. Esta frase dicha por Confucio hace 2500 años permanece más vigente que nunca en un momento en que debemos reinventar la educación de cara a los desafíos del siglo XXI.

Los empleos del futuro demandarán cada día niveles más avanzados de educación. Según estudios de la consultora internacional McKinsey, el porcentaje de empleos en las economías avanzadas demandando apenas estudios primarios era de 36% en 1995, 24% en 2010 y será 12% en 2020. Mientras tanto los empleos demandando estudios terciarios era de 22% en 1995, 32% en 2010 y será 35% en 2020. La inteligencia artificial y la robótica concentrarán aún más el empleo en niveles superiores de educación hacia 2030.

En Argentina y América Latina tenemos un enorme desafío. Sólo 54% de los jóvenes con 20-24 años han completado el secundario según un estudio reciente de la UNESCO. Todo indica que el otro 46% enfrentará una mayor probabilidad de desempleo, bajos salarios y una vida precaria.

Buena parte del problema pasa por una educación secundaria que no es hoy atractiva ni relevante para una enorme parte de los jóvenes. Según un informe del Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL), el abandono escolar en la región está impulsado por desinterés y desaliento (cerca de 40%) o bien por dificultades económicas y por trabajo (cerca de 40%).

Los métodos y contenidos de nuestras escuelas fueron diseñados para el siglo XIX y se basan en la estandarización y la memorización de contenidos en muchos casos desconectados con las demandas del siglo XXI. Esto resulta en un propuesta que no captura el interés de los jóvenes, no conecta los conocimientos con sus aplicaciones, ni tampoco muestra un camino para conseguir un mejor empleo en un futuro próximo.

Simon Hauger encontró una solución para estas falencias. Se trata de un profesor de una escuela secundaria de un barrio de bajos ingresos, alta criminalidad y alta deserción escolar (próxima a 50%) en el oeste de Filadelfia, Estados Unidos. Buscando algo que cautivara la atención de estudiantes próximos a abandonar la escuela, Hauger desarrolló entre 1998 y 2010 un programa extracurricular para que sus alumnos crearan vehículos con energías alternativas. Lo hizo de forma no remunerada e incluso gastando ocasionalmente dinero de su bolsillo. Los resultados fueron increíbles.

Todo comenzó con la participación en una feria de Ciencias con un karting con propulsión eléctrica. Ese año fue la primera vez que la escuela participó de una feria de Ciencias y salieron segundos. El año siguiente ganaron la feria con un jeep modificado para funcionar con baterías en vez de gasolina. Después decidieron crear un auto híbrido y pasaron a competir en el Tour de Soul Americano, ganando en 2002, 2005 y 2006 incluso frente a equipos universitarios. En 2007 los chicos convencieron a Hauger a elevar la apuesta y se presentaron para el Premio X Automotivo, una competencia global orientada a corporaciones y universidades. Fueron el único equipo de una escuela. Presentaron dos autos híbridos y llegaron a las semi-finales superando a universidades, corporaciones y startups con equipos dedicados y presupuestos millonarios.

Muchos de los chicos que participaron de este taller eran personas que estaban en camino de abandonar el colegio, con muy mal desempeño, y el colegio consideraba que no tenían ningún potencial. Algunos participaban en pandillas. Otros no tenían ningún familiar que hubiera terminado el secundario. Sin embargo, cuando un profesor comprometido les presentó un desafío y los apoyó para alcanzar las metas que ellos mismos se propusieron, le ganaron al MIT, a Cornell y a grandes fabricantes de autos.

Hoy estos chicos son estrellas y están determinados a alcanzar una educación superior. Fueron recibidos por el Presidente Obama en 2010 y cautivaron la atención de la prensa. Aparecieron en el Discovery Channel, en Good Morning América, Huffington Post, CNN y CBS entre otros. Incluso Frontline realizó un documental exclusivo dedicado a esto chicos en los que nadie confiaba. En el camino no sólo aprendieron sobre aerodinámica, mecánica, física y comunicación frente a audiencias senior sino también desarrollaron su curiosidad, su confianza en sí mismos y su capacidad de superar desafíos.

Reproducir experiencias de este tipo en América Latina demanda el coraje de desafiar los supuestos sobre qué significa educar. El supuesto de que el profesor debe impartir conocimientos estandarizados que se encajan en un curriculum que sirve para todos y debe ser memorizado; de que los alumnos deben tener un papel pasivo; de que el profesor tiene todas las respuestas; de que los chicos, particularmente los que parecen malos alumnos, no son capaces de lograr grandes cosas. Requiere recordar, en fin, lo que dijo Montaigne en el siglo XVI: “Una cabeza bien formada será siempre mejor y preferible a una cabeza muy llena”.

Un futuro mejor para América Latina pasa ineludiblemente por educar para siglo XXI. Esto demanda formar hacedores con capacidades críticas como la comunicación, la colaboración, el pensamiento crítico y la creatividad. Como mostraron Hauger y sus alumnos, estas capacidades pueden ser desarrolladas con una educación basada en proyectos con beneficios en términos de mejoras de desempeño académico, asimilación de contenidos y desarrollo de capacidades.

Este tipo de programas tiene diversas ventajas. Trabajando por proyectos uno aprende mucho más y de forma mucho más divertida. Presentan desafíos reales con impacto similares a los enfrentados en el ambiente de trabajo. Permiten acomodar y desarrollar distintos tipos de inteligencia e intereses. Crean un espacio donde los jóvenes se conectan con sus pasiones, dan lo máximo de sí y encuentran un estímulo para continuar aprendiendo y buscando conocimientos. Permiten formar hacedores con capacidad de liderazgo y de resolver problemas de forma creativa expresando su individualidad, y no sólo asimiladores de conocimiento estandarizado.

Innovar al servicio de la inclusión

La exclusión, la pobreza y el desempleo estructural son las principales amenazas a la seguridad, el tejido social y las democracias de América Latina. El problema se agrava frente a un contexto global de automatización acelerada y bajo crecimiento por desendeudamiento, cambio climático y escasez de energía y materias primas. Hasta ahora no hemos encontrado respuesta para estos desafíos.

Un camino poco explorado es innovar para la inclusión. Se viene un tsunami de cambio tecnológico de la mano de la robótica, la biología sintética, la nanotecnología, las energías renovables y la inteligencia artificial que nos brindará posibilidades inéditas. Podemos encauzar estas tecnologías para solucionar los problemas de la gente más vulnerable.

América del Sur gasta US$30.000 millones por año en investigación y desarrollo (I+D). Dos tercios salen de las arcas del Estado, pero los beneficios para la gente común no son claros. Podemos conectar esta inversión con la inclusión impulsando el desarrollo de productos de primera necesidad que sean 10 a 100 veces más baratos que los actuales. Algunos ejemplos recientes muestran que esto es posible y puede ser realizado por estudiantes universitarios, empresas, ONGs y gobiernos.

Hace pocas semanas en China se imprimieron 10 casas experimentales en 24 horas con un costo unitario de US$5.000 utilizando impresoras 3D gigantes. El Centro de Innovación Avanzada de Chile desarrolló una lámpara de plasma que potabiliza 10.000 litros de agua al día a un costo de 0,05 centavos de dólar por litro y está siendo desarrollado junto a la ONG Socialab. En EEUU, un grupo de estudiantes diseñó una incubadora llamada Embrace que cuesta menos de 1% que una incubadora tradicional. En India se desarrolló la tableta Aakash con un precio para estudiantes de US$25. Hay decenas de otros ejemplos parecidos.

¿Por qué no movilizarnos de formas más estructuradas y potentes para crear y acercarle a la gente soluciones parecidas? Una alternativa es creando programas públicos dedicados a promover y acelerar la innovación tecnológica, pero con orientación a la inclusión. Podemos tomar lecciones de los exitosos programas de desarrollo de tecnología militar de otros países y adaptarlos para la creación de tecnologías inclusivas.

Muchas de las tecnologías que están cambiando el mundo y que generaron industrias billonarias surgieron de este tipo de programas. Por ejemplo, las tecnologías precursoras de Internet, el GPS, los sistemas UNIX que sirven de base para los sistemas operacionales de las computadoras, los vehículos auto-dirigidos y los drones fueron promovidos por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de los EEUU.

El éxito de esta agencia del gobierno norteamericano, que fue creada por Eisenhower en el marco de la Guerra Fría, reside en buscar innovaciones radicales a través de proyectos con objetivos ambiciosos y equipos temporarios que trabajan con independencia. Tiene un presupuesto anual de US$ 2.8 mil millones y una estructura mínima de 240 empleados que se apalanca en talentos externos y multidisciplinarios de universidades, laboratorios, empresas, ONGs y otras áreas del gobierno.

Para catalizar la innovación la agencia también crea competencias abiertas a equipos de todo el mundo. Por ejemplo, desde el 2004 promovió tres carreras para estimular el desarrollo de vehículos autónomos con un total de US$ 5.5 millones de premios que resultaron en la creación del Google Car y el avance global de los vehículos autónomos.

¿Por qué no replicar este modelo con foco en la inclusión? Es hora de movilizar la imaginación de las mentes más brillantes para encontrar nuevas soluciones a los problemas concretos de nuestra gente. Podemos hacerlo creando incentivos y disponibilizando recursos para que desarrollen tecnologías y productos que puedan ser usados por los más necesitados en el mundo entero.

Nuestras universidades también pueden desempeñar un papel clave. Ya no se necesitan laboratorios de escala industrial ni pesadas burocracias para innovar y llevar nuevos productos a mercados globales. La incubadora Embrace fue creada en 2008 durante un curso de la Universidad de Stanford en el que equipos multidisciplinarios de estudiantes diseñan productos extremadamente económicos. Hoy ya tiene presencia en India y pruebas piloto en diez países de tres continentes. ¿Por qué nuestras universidades no realizan este tipo de cursos?

Los programas de innovación deberían viabilizar el acceso a bajo costo a viviendas, energía, alimentos y agua potable, infraestructura urbana, educación y salud de calidad. Deberían ser ambiciosos y trabajar en redes globales creando soluciones sustentables.

También deberían priorizar tecnologías descentralizadas para darle autonomía a la gente, fortaleciendo la libertad y la democracia. Por ejemplo, en el caso de la energía, con paneles solares o turbinas eólicas. Esto es importante porque las tecnologías centralizadas crean dependencia, sea de un Estado benefactor o de oligopolios. La historia muestra que esta dependencia lleva a trampas que impiden un bienestar sostenible para los más vulnerables.

Los desafíos sociales que enfrentamos en América Latina son una vergüenza en una región singularmente rica en recursos naturales, y pueden tornarse mucho más graves si no actuamos de forma enérgica e inteligente. Si nos movilizamos con ingenio y empatía podemos liberar definitivamente a nuestro pueblo del flagelo de la pobreza y surfear juntos el siglo XXI.