El Programa Yozma: un Modelo a Replicar

América Latina puede transformarse en una región innovadora y desarrollada nutriéndose de las lecciones de otros países. La experiencia internacional muestra que el capital emprendedor (venture capital) tiene un papel fundamental al momento de traducir ideas y productos en grandes empresas. Israel es una estrella global de la innovación. Pero sólo consiguió dar un salto definitivo al desarrollo basado en el emprendedorismo innovador a partir del despegue del capital emprendedor que se disparó con el Programa Yozma.

El Programa Yozma fue la política del gobierno israelí más ingeniosa y exitosa en el campo de la innovación y el emprendedorismo, generando decenas de miles de millones de dólares de valor sin ningún costo para el público. Lanzado en 1992, es ampliamente reconocido como el catalizador de la industria de capital emprendedor local y el ecosistema de startup. Continuar leyendo

¿La Argentina es una nación innovadora?

Hace décadas que la Argentina pone demasiadas expectativas en los recursos naturales y la gestión económica de corto plazo. Las recientes caídas del precio de la soja y del petróleo nos recuerdan cuán abruptamente estas apuestas pueden mostrarse poco sabias. Afortunadamente, la innovación viene ganando espacio en la discusión sobre nuestro futuro. Esto es positivo porque los economistas saben desde hace mucho tiempo que la innovación y el capital humano son la clave para el desarrollo. Robert Solow, por ejemplo, ganó el Premio Nobel por mostrar, en la década del 50, que la innovación y los aumentos de productividad que ésta genera explican un 80% del crecimiento de los países a largo plazo.

Debemos entonces preguntarnos si la Argentina es hoy una nación innovadora. Un buen punto para buscar una respuesta es el Global Innovation Index 2014. Este estudio es realizado anualmente por INSEAD, Cornell University y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual. Es un trabajo serio que analiza 143 economías que representan 93% de la población y 98% de la economía global utilizando más de 80 indicadores que se plasman en un índice de innovación. Este índice está significativamente correlacionado con el nivel de desarrollo de las naciones. Cuanto más innovadoras, mayor su riqueza.

¿Cómo está la Argentina? Estamos en el medio de la tabla de posiciones (70). Cuando desglosamos nuestro desempeño vemos que nuestros puntos fuertes son el capital humano y la investigación (41), y la producción creativa (49). Lo que nos tira hacia abajo son las instituciones (111) y la baja sofisticación de nuestros mercados (132). Nuestro ambiente regulatorio (129), de negocios (124), de inversión (136), y de comercio y competencia (113) están entre los peores del mundo. También estamos en el último cuartil (25%) en términos de vínculos de innovación (133) e impacto del conocimiento (102). La única categoría en la que estamos entre los mejores países (cuartil superior) es absorción de conocimiento (22), que indica que importamos mucha tecnología en relación a la que exportamos y que pagamos mucho en regalías y licencias. Un logro cuestionable.

Todo esto no invalida de ninguna manera los esfuerzos y avances que viene realizando el país para recuperar la ciencia y la tecnología, promover el emprendedorismo innovador y la economía creativa. Por el contrario, los valoriza porque son logros realizados con el freno de mano puesto. Pero muestra que podemos rendir mucho más y pasar a estar mucho mejor si cambiamos el entorno institucional y económico para viabilizar la economía creativa e innovadora.

¿Cómo estamos en comparación con los otros países de América Latina? Estamos rezagados. En la punta lidera Chile (46), que hace años viene apostando a la innovación. Le siguen Panamá (52), Costa Rica (57), Brasil (61), México (66), Colombia (68) y sólo después Argentina (70).

Por otro lado, Argentina tiene todavía la mejor posición de la región en capital humano e investigación. El título del informe de este año es “El factor humano: la chispa esencial para la innovación”. Esto no es casual. Significa que tenemos lo más importante: el talento. Pero tenemos que valorizarlo más y darle un contexto favorable para que pueda florecer y generar prosperidad. Si desarrollamos un entorno legal efectivo, un contexto económico estable y un ambiente de negocios funcional podemos recuperar posiciones rápidamente.

Argentina puede aprender de otros países, aunque esta noción desoriente a muchos argentinos. ¿De quiénes podemos aprender? El estudio indica que los mejores cinco países en materia de innovación son Suiza, Reino Unido, Suecia, Finlandia y Holanda. Aunque no deberíamos copiar modelos, sino extraer lecciones sobre lo que funciona y lo que, probablemente, sea una mala idea. Por ejemplo, podemos notar que ninguna nación entre las top 20 tiene instituciones rankeadas debajo del promedio. O sea, difícilmente lograremos ser una nación innovadora si no creamos un entorno más favorable para la economía del talento.

También podemos inspirarnos estudiando los países que en los últimos 30 años dieron un salto al desarrollo apostando a la innovación y hoy están entre los 20 mejores del mundo: Singapur (7), Hong Kong (10), Irlanda (11), Israel (15), Corea (16) y Nueva Zelanda (18). Todos ellos nos muestran que las transformaciones profundas son posibles y que el capital humano y la innovación son los motores más poderosos para transformar una nación.

El ranking sugiere también a qué países no deberíamos emular. Venezuela (122) no es el camino. También es interesante notar que Noruega es la única nación con exportaciones significativas de energías fósiles entre las 35 primeras en el ranking de innovación.

El Global Innovation Index 2014 muestra que tenemos recursos humanos y científicos valiosos así como una capacidad creativa que nos habilitan a jugar en una liga superior a la actual y construir una economía del conocimiento que genere abundancia para nuestro pueblo. El estudio también refleja que tenemos enormes oportunidades de mejorar, particularmente, si actuamos con sentido común y orientación a futuro.

Necesitamos construir un entorno propicio para la economía del talento, generar más valor con nuestro conocimiento, multiplicar nuestro capital humano y crear vínculos internos y externos que promuevan la innovación. Aprender de las naciones que están más avanzadas y colaborar con ellas puede desafiar nuestro orgullo, pero puede ser de gran ayuda para la construcción de un futuro mejor.

Podemos dar un salto a la prosperidad, la inclusión y la sustentabilidad si en vez de apostar a los recursos naturales apostamos a lo mejor que tenemos: nuestra gente y su capacidad creativa y emprendedora. ¿Y si nos proponemos ser una nación innovadora?

Innovar al servicio de la inclusión

La exclusión, la pobreza y el desempleo estructural son las principales amenazas a la seguridad, el tejido social y las democracias de América Latina. El problema se agrava frente a un contexto global de automatización acelerada y bajo crecimiento por desendeudamiento, cambio climático y escasez de energía y materias primas. Hasta ahora no hemos encontrado respuesta para estos desafíos.

Un camino poco explorado es innovar para la inclusión. Se viene un tsunami de cambio tecnológico de la mano de la robótica, la biología sintética, la nanotecnología, las energías renovables y la inteligencia artificial que nos brindará posibilidades inéditas. Podemos encauzar estas tecnologías para solucionar los problemas de la gente más vulnerable.

América del Sur gasta US$30.000 millones por año en investigación y desarrollo (I+D). Dos tercios salen de las arcas del Estado, pero los beneficios para la gente común no son claros. Podemos conectar esta inversión con la inclusión impulsando el desarrollo de productos de primera necesidad que sean 10 a 100 veces más baratos que los actuales. Algunos ejemplos recientes muestran que esto es posible y puede ser realizado por estudiantes universitarios, empresas, ONGs y gobiernos.

Hace pocas semanas en China se imprimieron 10 casas experimentales en 24 horas con un costo unitario de US$5.000 utilizando impresoras 3D gigantes. El Centro de Innovación Avanzada de Chile desarrolló una lámpara de plasma que potabiliza 10.000 litros de agua al día a un costo de 0,05 centavos de dólar por litro y está siendo desarrollado junto a la ONG Socialab. En EEUU, un grupo de estudiantes diseñó una incubadora llamada Embrace que cuesta menos de 1% que una incubadora tradicional. En India se desarrolló la tableta Aakash con un precio para estudiantes de US$25. Hay decenas de otros ejemplos parecidos.

¿Por qué no movilizarnos de formas más estructuradas y potentes para crear y acercarle a la gente soluciones parecidas? Una alternativa es creando programas públicos dedicados a promover y acelerar la innovación tecnológica, pero con orientación a la inclusión. Podemos tomar lecciones de los exitosos programas de desarrollo de tecnología militar de otros países y adaptarlos para la creación de tecnologías inclusivas.

Muchas de las tecnologías que están cambiando el mundo y que generaron industrias billonarias surgieron de este tipo de programas. Por ejemplo, las tecnologías precursoras de Internet, el GPS, los sistemas UNIX que sirven de base para los sistemas operacionales de las computadoras, los vehículos auto-dirigidos y los drones fueron promovidos por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de los EEUU.

El éxito de esta agencia del gobierno norteamericano, que fue creada por Eisenhower en el marco de la Guerra Fría, reside en buscar innovaciones radicales a través de proyectos con objetivos ambiciosos y equipos temporarios que trabajan con independencia. Tiene un presupuesto anual de US$ 2.8 mil millones y una estructura mínima de 240 empleados que se apalanca en talentos externos y multidisciplinarios de universidades, laboratorios, empresas, ONGs y otras áreas del gobierno.

Para catalizar la innovación la agencia también crea competencias abiertas a equipos de todo el mundo. Por ejemplo, desde el 2004 promovió tres carreras para estimular el desarrollo de vehículos autónomos con un total de US$ 5.5 millones de premios que resultaron en la creación del Google Car y el avance global de los vehículos autónomos.

¿Por qué no replicar este modelo con foco en la inclusión? Es hora de movilizar la imaginación de las mentes más brillantes para encontrar nuevas soluciones a los problemas concretos de nuestra gente. Podemos hacerlo creando incentivos y disponibilizando recursos para que desarrollen tecnologías y productos que puedan ser usados por los más necesitados en el mundo entero.

Nuestras universidades también pueden desempeñar un papel clave. Ya no se necesitan laboratorios de escala industrial ni pesadas burocracias para innovar y llevar nuevos productos a mercados globales. La incubadora Embrace fue creada en 2008 durante un curso de la Universidad de Stanford en el que equipos multidisciplinarios de estudiantes diseñan productos extremadamente económicos. Hoy ya tiene presencia en India y pruebas piloto en diez países de tres continentes. ¿Por qué nuestras universidades no realizan este tipo de cursos?

Los programas de innovación deberían viabilizar el acceso a bajo costo a viviendas, energía, alimentos y agua potable, infraestructura urbana, educación y salud de calidad. Deberían ser ambiciosos y trabajar en redes globales creando soluciones sustentables.

También deberían priorizar tecnologías descentralizadas para darle autonomía a la gente, fortaleciendo la libertad y la democracia. Por ejemplo, en el caso de la energía, con paneles solares o turbinas eólicas. Esto es importante porque las tecnologías centralizadas crean dependencia, sea de un Estado benefactor o de oligopolios. La historia muestra que esta dependencia lleva a trampas que impiden un bienestar sostenible para los más vulnerables.

Los desafíos sociales que enfrentamos en América Latina son una vergüenza en una región singularmente rica en recursos naturales, y pueden tornarse mucho más graves si no actuamos de forma enérgica e inteligente. Si nos movilizamos con ingenio y empatía podemos liberar definitivamente a nuestro pueblo del flagelo de la pobreza y surfear juntos el siglo XXI.