La otra Torre de Babel

Cuenta la Biblia que, cuando todos los hombres hablaban una misma lengua sobre la Tierra, decidieron edificar una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo. Aprendieron a quemar el barro y sustituyeron las piedras por ladrillos. Para pegarlos, utilizaron brea en lugar de argamasa. Dios (Jehová, Yahveh) bajó preocupado, y comprendió que nada impediría a aquellos hombres llevar adelante sus propósitos de llegar al cielo.

Para evitarlo, hizo que cada uno comenzara a hablar una lengua diferente. Nadie entendía al otro, la confusión fue total y los hombres, sin poder comunicarse entre sí, decidieron suspender la obra y dispersarse por todo el mundo, lo que dio lugar a los diferentes idiomas. Esa es, en síntesis, la famosa leyenda de la Torre de Babel, una historia capaz de demostrarnos la negatividad de la incomunicación.

Pero no sólo los idiomas provocan problemas de comunicación. En ocasiones, las actitudes humanas son las que tienden ese manto, con todas sus secuelas negativas. Si nos dejamos llevar por el enojo o el odio, creamos barreras infranqueables con los demás. Son emociones fuertes que nublan los sentidos y diluyen el razonamiento.

Los seres humanos soberbios e intransigentes nunca mantendrán una comunicación correcta y constructiva con sus semejantes. La soberbia y el fanatismo elevan muros, tienden a imponer ideas y hacen prevalecer puntos de vista no compartidos —y a veces hasta rechazados— por los otros. Continuar leyendo

Gula: ciencia y religión coinciden

Muchos siguieron recientemente el reto #MesSano, 30 días de +nutrición, +bienestar y +salud que realicé en redes sociales junto al doctor Eddie Armas y al entrenador José Fernández. Nuestro objetivo fue relacionar a los participantes con la necesidad de comer sano.

Se habla muy a menudo de las consecuencias negativas de la mala alimentación. La salud se esgrime como el argumento más sólido, más convincente a la hora de promover lo perentorio de saber alimentarse por cuanto de la salud no solo depende la calidad de vida, sino la vida misma.

Sin embargo, pocas veces hacemos énfasis en la parte espiritual, ética y hasta religiosa que acompaña a ese afán de comer irracionalmente, con instinto baconiano, sin pensar en sus malas consecuencias.

Una valoración ético-religiosa muy profunda emana del cristianismo, que ubica a la gula -glotonería, consumo excesivo de comidas y bebidas- dentro de los considerados siete pecados capitales, al mismo nivel de la envidia, la pereza, la ira, la soberbia, la avaricia y la lujuria. Continuar leyendo