Por: Ismael Cala
Muchos siguieron recientemente el reto #MesSano, 30 días de +nutrición, +bienestar y +salud que realicé en redes sociales junto al doctor Eddie Armas y al entrenador José Fernández. Nuestro objetivo fue relacionar a los participantes con la necesidad de comer sano.
Se habla muy a menudo de las consecuencias negativas de la mala alimentación. La salud se esgrime como el argumento más sólido, más convincente a la hora de promover lo perentorio de saber alimentarse por cuanto de la salud no solo depende la calidad de vida, sino la vida misma.
Sin embargo, pocas veces hacemos énfasis en la parte espiritual, ética y hasta religiosa que acompaña a ese afán de comer irracionalmente, con instinto baconiano, sin pensar en sus malas consecuencias.
Una valoración ético-religiosa muy profunda emana del cristianismo, que ubica a la gula -glotonería, consumo excesivo de comidas y bebidas- dentro de los considerados siete pecados capitales, al mismo nivel de la envidia, la pereza, la ira, la soberbia, la avaricia y la lujuria.
Según el teólogo católico Tomás de Aquino, “un pecado capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable… Son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada”. No podemos negar que muchas veces, aun siendo conscientes de la necesidad de comer sano, nos dejamos arrastrar por algo tan excesivamente deseable como el olor y el sabor. Ambos nos privan de toda voluntad.
Otros teólogos resaltan que la gula es “un cotejo del gusto por ciertas clases de comidas que van en detrimento de la salud”. Aclaro que no soy un predicador ni pretendo sugerir que nos privemos eternamente de comer lo que nos gusta. Solo resalto un hermoso ejemplo de coincidencia entre la ciencia y los más profundos preceptos religiosos, en este caso, cristianos.
Nunca como hoy se le ha brindado tanta importancia a la necesidad de comer de forma saludable. En la época de Tomás de Aquino, en el siglo XIII, muy poco o casi nada se conocía del colesterol, de los perjuicios de la obesidad y de toda una seria de descubrimientos relacionados con la salud y la correcta alimentación. Solo la religión, el cristianismo en este caso, se percata de la espiritualidad perniciosa del vicio de comer y comer.
Hoy tenemos todos los argumentos científicos y ético-religiosos a nuestro alcance, según el mundo filosófico de cada cual. ¡Todo depende de nuestra voluntad!