En las últimas semanas se viene planteando desde distintos sectores la necesidad de avanzar en el gravamen de lo que se conoce como “renta financiera”, es decir las ganancias que se deducen de movimientos estrictamente financieros como comprar y vender acciones o bonos, o los intereses obtenidos por depósitos en plazos fijos, etc. Que hasta ahora estas actividades estuvieran exentas en nuestro país resulta un insulto a quienes pagamos 21% de impuestos por nuestro consumo cotidiano y a los trabajadores que tienen, en términos relativos, buenos salarios y deben pagar el mal llamado “impuesto a las ganancias”. Sin dudas que el Congreso Nacional apruebe un proyecto para que la renta financiera comience a ser gravada sería un paso adelante. No obstante, los cálculos más optimistas indican que el aporte a la recaudación fiscal rondaría los 7 mil millones de pesos, es decir sólo un 0,3% del PBI.
Sin embargo es importante resaltar que gravar la renta financiera no implica afectar las ganancias de las entidades financieras. Los bancos se verían afectados de la misma medida que cualquier otro agente particular en tanto poseedor de acciones, obligaciones negociables o bonos. En los últimos años la actividad y la rentabilidad de los bancos crecieron muy por encima de la media de la economía. La “intermediación financiera” resultó el sector más dinámico de la economía en los últimos dos años. En 2011, mientras que el PBI se expandió un 8,9%, la actividad financiera lo hizo un 21,2%. En 2012, cuando el PBI sólo creció un 1,9%, el sector financiero lo hizo en un 19,6%. Según datos proporcionados por el Banco Central, los bancos privados incrementaron sus ganancias en este período en un 40,1%, duplicando los incrementos salariales que apenas alcanzaron para cubrir la inflación.