La Habana: un San Valentín entre frío y desabastecimiento

La Habana. Cuando un norte llega a La Habana, Gregorio, custodio en una fábrica, asegura que con el frío, el hambre parece que tiene navajas. “No sé si será por viejo. Pero la otra noche la frialdad me llegó a los huesos. Y eso que estaba forrado haciendo la guardia. Debajo de la camisa tenía dos pulóveres y una enguatada, y encima un chaquetón verde olivo de cuando era militar”, dice sentado en un quicio, intentando vender en quince pesos el pan con jamón y queso que le dan como merienda.

“Necesito más el dinero que el sándwich. Con los quince pesos compro unas libras de boniato y yuca para echarle a una caldosa. ¿La carne de cerdo? Se las debo, ese ajiaco va sin proteínas”, apunta Gregorio.

En una panadería estatal, pasadas las cuatro de la tarde, una cola de más de cuarenta personas espera que del horno salga pan suave integral, a peso cada uno, o barras de pan duro a cinco pesos. “Vengo desde Santa Amalia (municipio de Arroyo Naranjo) a comprar pan. Pero cuando hace un poquito de frío, se arman unas colas de madre. Cuando en Cuba el mono chifla, a uno se le abre el apetito y el hambre lo matamos comiendo pan”, expresa una señora. Continuar leyendo

Los Comités de Defensa de la Revolución, servicio de espionaje del régimen cubano

Los Comités de Defensa de la Revolución son un sistema de vigilancia que insta a agredir verbal y físicamente a los disidentes y se encarga de averiguar la procedencia de los bienes de las familias.

Cuando el barbudo guerrillero Fidel Castro, en la noche del 28 de septiembre de 1960, fundó un sistema de vigilancia colectiva en cada barrio, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), hace hoy 55 años, la sociedad civil en Cuba se derogó hasta nuevo aviso.

Ni siquiera la Alemania nazi de Adolfo Hitler, con un amplio historial de intromisiones sociales, tenía estructurado un sistema vecinal de cooperación con los servicios de espionaje del Gobierno.

Probablemente lo más parecido sean las temibles Camisas Negras de Benito Mussolini, un cuerpo paramilitar protagonista de numerosos episodios de violencia y agresión física o verbal contra sus adversarios políticos en la Italia de los años veinte del pasado siglo.

Pero con los CDR Fidel Castro amplió el campo de acción. Igual arman un linchamiento verbal a un disidente, denuncian a un vecino por sospecha de enriquecimiento ilícito, que participan en una campaña de vacunación infantil contra la poliomielitis o la recogida de materias primas. Continuar leyendo

Se buscan maestros en Cuba

Para este curso escolar, solo en las provincias de Camagüey y Ciego de Ávila hay un déficit de 1714 maestros. Bajos salarios, profesores sin vocación, escuelas sin acceso a nuevas tecnologías y gastos de los padres en la contratación de maestros particulares para sus hijos son algunos de los males. El magisterio en la isla es un auténtico calvario.

Parece que ha pasado mucho tiempo desde que un orgulloso Fidel Castro, estadísticas en mano, encandilaba a su audiencia con un manojo de números que resaltaban la calidad de la educación pública en Cuba.

Odalys, 56 años, aún recuerda a Fidel arengando al gentío en un teatro habanero en 1979, justo el día de su graduación como pedagoga. “Ha llovido mucho desde entonces. Yo estaba orgullosa de ser maestra. Era una profesión muy valorada en nuestra sociedad. Pero llegó el ‘período especial’ (una guerra sin el rugir de los cañones) y todo se desmoronó”, cuenta en la sala de su casa, en el Reparto Sevillano, a media hora en automóvil del centro de La Habana.

En 1997 la maestra habanera guardó el título en el desván de su casa. Comenzó a trabajar como ayudante de repostería en un hotel cinco estrellas de Varadero. Continuar leyendo

La Habana se desvanece

En una deslucida carnicería, justo frente a la Iglesia de los Pasionistas, en la barriada de La Víbora, dos chicos juegan cubiletes encima del mostrador, un ayudante afila con calma un par de cuchillos y el carnicero, sin camisa y sentado en un destartalado taburete fuera del local, se dedica a rellenar un crucigrama de una revista Bohemia del año pasado.

En una pizarra cuelga un aviso que reza: “pollo por pescado y carne de niño”. Algunos jubilados hacen cola con sus jabas, resguardándose del calor insoportable debajo de un alero.

Parece un cuadro surrealista de Chagall. “Aún no ha llegado el pollo ni el picadillo de niños, pero en algún momento del día llegará el camión”, informa el carnicero a los usuarios sin levantar la mirada del puzle.

A los abuelos que intentan cobijarse del sol les da igual. A ellos el tiempo les sobra. Hablan naderías o recuerdan con nostalgia los tiempos en que el Gobierno, cada nueve días, distribuía carne de res por la libreta para todos los miembros del núcleo familiar. Continuar leyendo

Estadounidenses en Cuba: entre la seducción y el asombro

LA HABANA.- Caminar por plazas y calles donde no hay señales inalámbricas de internet y casi ninguna de las aplicaciones de los teléfonos inteligentes funciona, le da un toque de anacronismo a la sociedad cubana.

Una brisa refrescante que llegaba desde la bahía atenuaba el calor en las atestadas callejuelas que circundan la parte antigua de La Habana.

Por una calle empedrada, contigua a un hotel que una empresa suiza edifica en la Manzana de Gómez, el tráfico de transeúntes es alucinante. Cientos de habaneros caminan apresurados con sus habituales bolsos de mano para cargar lo que aparezca. Mientras, la fauna marginal está al acecho.

Desde un banco en el Parque Central, un tipo desgarbado con una bermuda por la cintura y zapatos de puntera afilada, en un inglés macarrónico, propone una tumbadora y un par de claves a una pareja de risueños gringos. Después de comprársela por 40 pesos convertibles, le piden hacerse un selfie con ellos. Continuar leyendo

Los habaneros, hartos con la crisis del transporte urbano

Pasada las siete de la mañana, en la populosa intersección habanera de 10 de Octubre y Acosta, un enjambre de personas espera un ómnibus del servicio público. Es horario pico. Decenas de trabajadores, estudiantes o ancianos que deben asistir a una cita médica, se aglomeran en la parada.

Cuando arriba la guagua, la gente forcejea para poder subir. Pero siempre parte con un racimo de jóvenes colgados en las puertas. Niurka, que es enfermera, no puede subir al ómnibus y debe esperar el siguiente.

“Es mi drama diario. Desde que nací en 1976, lo del problema del transporte en La Habana es endémico”, comenta.

Hay pequeños oasis, pero si algo nunca han tenido los habaneros es un transporte público decente. Sergio, obrero, está que suelta humo. En el zarandeo por subir al P-6 le hurtaron su billetera con 120 pesos [cubanos]. “Además de perder tres horas en ir y venir al trabajo, los carteristas me roban el dinero. No sé cuándo estos descarados del Gobierno van a mejorar el desastre que son las guaguas”, reclamó.

El servicio de ómnibus urbano siempre ha sido una asignatura pendiente del régimen verde olivo. Incluso en la etapa que el Kremlin de Moscú extendió un cheque en blanco y conectó una tubería de petróleo hacia la Isla, el transporte no gozó de buena salud.

En los años 60 Castro adquirió un lote de ómnibus Leyland en Gran Bretaña para sustituir a los GM estadounidenses que por falta de piezas de recambio dejaban de circular. También se compraron Skoda a la antigua Checoslovaquia. Pero ni así. En 1970-1980 se trajeron ómnibus Hino de Japón, Pegaso de España e Ikarus de Hungría.

En La Habana llegaron a circular 2 mil 500 ómnibus y existían más de 110 rutas. Pero en horario de máxima afluencia, los autobuses viajaban atestados con personas colgadas en los estribos y hasta en el techo.

Tras el derribo del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista de Europa del Este, se instauró en Cuba el llamado ‘periodo especial en tiempos de paz’, un estado de guerra sin bombardeos, llegó lo peor. La flota de vehículos se redujo a poco más de cien. Desaparecieron casi todas las rutas de ómnibus y la gente tuvo que optar por caminar varios kilómetros cada día o utilizar pesadas bicicletas chinas para desplazarse de un sitio a otro.

Entonces, algún burócrata que seguramente tenía auto, diseñó el ‘camello’. Un remolque chapucero adosado en un camión de carga que podía transportar hasta 350 personas apiñadas como reses camino al matadero a más de 33 grados de temperatura. Una verdadera sauna.

En los ‘camellos’ se vio de todo. Peleas de boxeo dignas de una final olímpica, hurtos por habilidosos carteristas y un lugar preferido para maniáticos sexuales.

“Una vez, en un camello me quitaron una cadena de oro 18 quilates y ni cuenta me di. El tipo era un artista del robo. Sin contar las broncas con los masturbadores y ‘jamoneros’, que se te pegaban por detrás durante todo el trayecto. Era alucinante”, rememora Ana, quien ahora reside en Roma.

En 2007, el régimen compró más de 500 ómnibus articulados a China, Rusia y Bielorrusia para sustituir los infernales ‘camellos’. La empresa Metrobus, encargada del servicio del transporte urbano por las principales arterias de La Habana, diseñó un plan maestro.

Creó 16 rutas principales, antecedidos con la sigla P, que cubrían las vías más importantes de la ciudad. Las rutas debían tener una frecuencia entre 5 y 10 minutos en horario pico.

Pero el buen servicio apenas duró un año. Por falta de piezas de repuestos o impagos a los compradores, más de 200 ómnibus articulados dejaron de circular creando un caos en el servicio.

En La Habana, como promedio, unas 600 mil personas se trasladan diariamente en ómnibus. El gobierno no tiene un proyecto coherente para paliar el déficit en el transporte capitalino.

“Todo es a cuentagotas. Hace casi dos años comenzaron a rodar 30 ómnibus articulados Yutong, en sustitución de los Laz de Bielorrusia. Pero el parque real que necesitamos es de 90 buses. Para cubrir la diferencia se desviste un santo para vestir a otro. Se cogieron diez guaguas de la terminal del Alberro, en el Cotorro -al sureste de La Habana- intentando mejorar el servicio. Conclusión: ni damos un buen servicio nosotros ni la terminal del Alberro”, dijo Arsenio, chofer de la ruta P-3 con paradero en Alamar, al este de la ciudad.

A día de hoy, ruedan menos de mil ómnibus en La Habana, insuficientes para una urbe con más de dos millones de habitantes. La capital no cuenta con tren suburbano ni metro.

En el verano de 2012, el Estado autorizó las cooperativas en el transporte de pasajeros. Circulan alrededor de 60 vehículos con aire acondicionado y capacidad para 27 pasajeros sentados. Cada uno paga cinco pesos por el viaje.

Son autobuses dados de baja en turismo que tienen más de 200.000 kilómetros recorridos. “Hay que hacer milagros para mantenerlos rodando. Los trabajadores deben pagar de su bolsillo las piezas de repuesto. El ómnibus que manejo lleva casi un mes parado”, aclara Francisco Valido, cooperativista y disidente.

“Con la hoja de ruta del presidente Obama, espero que los cooperativistas de mi base podamos solicitar un crédito en Estados Unidos y adquirir piezas y ómnibus nuevos. Si el gobierno nos autorizara, compraríamos 50 guaguas nuevas y podríamos ofrecer un servicio de calidad”, explica.

Francisco Valido ha escrito un par de cartas al ministro de transporte [César Ignacio Arocha], abogando por una estrategia racional para mejorar las prestaciones del transporte urbano. Hasta ahora, ha recibido la callada por respuesta.